Cinevirus
Confinada y viendo cine
Entramos en el mes de mayo de 2020 y el confinamiento por coronavirus se extiende, aunque esperemos que no por mucho tiempo. Son días tristes en los que un torrente de emociones difíciles de controlar nos salpica a todos.
Solo soy capaz de ver dos cosas positivas dentro de esta crisis. La primera, la reflexión necesaria para todos los habitantes del planeta sobre nuestra forma de vida, esa que hemos inventado, atada a trabajos con condiciones laborales mínimas en muchos casos y a un consumo galopante para que la rueda del mundo continúe girando. ¿De verdad vivir era esto? ¿De verdad solo hay éxito cuando los índices de la Bolsa suben y las empresas anuncian que han multiplicado sus ganancias? ¿Se abrirá un camino alternativo al poscapitalismo, más amable y menos tenso? Creo que muchos hemos tenido esa extraña sensación de que si el mundo se detiene un momento nos vamos todos al carajo.
El segundo aspecto positivo es el refugio que cada uno de nosotros está tomando para sobrevivir. Porque hay que sobrevivir a todo esto, que nadie se engañe. Mi refugio está en el cine y en la lectura. Sumergirme en las películas o en los libros, vivir otras vidas y transportarme, mezclándose con esa sentimentabilidad atmosférica a flor de piel, abre, indudablemente, nuevos caminos. Los que quedamos, seguimos vivos. Más vivos que nunca. Menos mal.
Vuelvo a mencionar a la plataforma online Filmin para hacer algunas recomendaciones de las que he visionado en estos días. En concreto me centraré en Ulrich Seidl, ese personal director austríaco fuera de todos los moldes, del que podemos disfrutar de gran parte de su filmografía disponible en la plataforma. Las otras recomendaciones son dos óperas primas de dos grandes directores, Andrei Tarkovsky y Roy Andersson, dos películas que no han envejecido un ápice. Imprescindibles, a mi modo de ver.
Filmografía de Ulrich Seidl
Describir el cine de Ulrich Seidl no es fácil. Personalísimo, quizá lo podríamos emparentar con cierto surrealismo existencialista y cómico que profesan directores como el ya mencionado Roy Andersson o el finlandés Aki Kaurismäki, pero tal vez Seidl se muestre más sórdido y cruel por la violencia implícita que conlleva la frustración oculta, que acaba por brotar en todos sus personajes y que los lleva a comportarse de forma un tanto salvaje. Es ese lado el que lo acercaría, de alguna manera, a su compatriota Michel Haneke.
Con una estética de gusto minimalista y el cuidado por los encuadres, Seidl confronta a sus personajes con sus creencias y formas de vida, aparentemente aceptadas socialmente, pero llevándolas al extremo para que se vean retratados sin ningún filtro.
En Filmin podemos ver gran parte de su filmografía, desde su primer largometraje Models, (1999), una mirada al insustancial al mundo de las modelos y la importancia del físico, a su premiada Dog Days (Hundstage, 2001) en la que los vecinos de un barrio de Viena tratan de sobrepasar un caluroso verano. Su trilogía Paraíso, nos habla de las obsesión llevadas al límite de tres mujeres de una misma familia: la primera con el sexo, Paraiso: Amor (Paradies: Liebe, 2012) https://www.elespectadorimaginario.com/paradise-love/; la segunda, con la religión, Paraíso: Fe (Paradies: Glaube, 2012) https://www.elespectadorimaginario.com/paradise-faith/; y la tercera con su físico y su deseo de adelgazar, Paraíso: Esperanza (Paradies: Hoffnung, 2013). Emparentada, de alguna manera, con Dog Days, está En el sótano (Im Keller, 2015) preocupante retrato sobre los sótanos que todos los austríacos parecen tener en sus casas para ocultar lo más oscuro de sus almas.
Sucede muy a menudo, con las películas de Seidl, que una empieza viéndolas como algo cómico, pero llega un momento en que ya no puedes seguir riéndote de aquello que tienes adelante, porque deja de parecer gracioso para convertirse en enfermo y, además, crónico. Pero que nadie se asuste, solo son reflexiones hipertróficas.
El violín y la apisonadora, Andrei Tarkovsky (1961)
Este mediometraje de 45 minutos es, ni más ni menos, la tesis de graduación y ópera prima del gran director ruso Andrei Tarkovsky.
Es una hermosísima joya que habla de la amistad, ese sentimiento que puede aflorar, de forma instantánea, con tan solo unos pocos minutos que permanezcas al lado de alguien y que puede, en cambio, no surgir nunca junto a otra persona, aunque compartas con ella muchas horas de tu vida.
La delicadeza de la narración, el uso del color con predominio de los tonos rojos y azules, y la sencillez cotidiana de la que se vale para expresar, en el lapso de un día, todo aquello que nos quiere comunicar, atrapan.
El violín de un niño y la apisonadora de un obrero servirán como motivo para aunar a dos personas extrañas que se encuentran, casualmente, una mañana en la puerta de un vecindario.
Resulta curioso apreciar en este primer trabajo, recién salido Tarkovsky del Instituto Estatal de Cinematografía Panruso, una narrativa cercana al montaje de planos del cine soviético de los años 20 y que le sirve para experimentar con el tiempo fílmico, concepto importantísimo en su filmografía. Posteriormente, Tarkovsky se alejó mucho de ese tipo de montaje, decantándose por los planos secuencia para seguir con su exploración del tiempo.
A Swedish Love Story, Roy Andersson (1970)
También gran parte de la obra del sueco Roy Andersson puede verse en Filmin. Director de gran prestigio, que ha sido reconocido en los grandes festivales de cine, se alzó con el León de Oro en 2014 por Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre su existencia (En duva satt på en gren och funderade på tillvaron).
Quizás su película más convencional sea, justamente, A Swedish Love Story (En Kärlekshistoria), pero es tan fresca y te transporta de tal forma a las sensaciones que todos hemos tenido al enamorarnos por primera vez, que se convierte en mi favorita.
Es inevitable no acordarse de Bergman y de títulos como Juegos de verano (Sommarlek, 1951) o Un verano con Mónica (Sommaren med Monika, 1953), mientras nos deleitamos con esa atmósfera estival que viven los personajes adolescentes en su primer amor y a la que todos querríamos volver. Ya entonces, el peso existencialista de Andersson se dejaba asomar para avisarnos que la juventud se pierde y que la vida acaba siendo amarga.