Críticas
Muy lejos del paraiso
Corn Island
Simindis kundzuli . George Ovashvili. Georgia, 2014.
Hay películas que marcan gracias a su aplastante sencillez. Películas que huyen del ruido, del efectismo, de los modelos narrativos imperantes, capaces de romper con lo esperado de la manera más simple y hermosa. Todavía quedan directores con esperanza en la pureza de un cine que roza lo primitivo, amparado por la belleza de un humanismo que parece haber huido del arte de hacer películas. Corn Island suple el ruido y la esquizofrenia cinematográfica que invaden las salas de cine al uso con calma y el silencio roto por el rugido de la naturaleza. La película de George Ovashvili se convierte con cada plano en una de las obras más hermosas y valientes que han pasado por un cine en mucho tiempo.
Ovashvili nos narra la aventura, pequeña e intrascendente, de un hombre contra los elementos. Un anciano agricultor toma posesión de una de las efímeras islas que la corriente del río Enguri forma tras las lluvias. El suelo de estas islas es rico y fértil, lo que permite plantar cereal que alimenta a las familias durante los duros inviernos.
El director, a partir de esta premisa mínima, se aferra a una forma clara de hacer cine, con la mirada puesta en la realidad, en el entorno, en la vida, rozando con premeditación el documental. Ovashvili se recrea con el espacio, y transforma el paisaje en un personaje más. Los largos días en la isla, llenos de trabajo, sudor y complicaciones, nos cuentan algo más que una historia que rellene el guión de una película. En la propuesta de este autor hay una mirada, seria y respetuosa, a un estilo de vida, alejado de las ciudades y el asfalto, oculto a las miradas de un siglo XXI que parece ajeno a la realidad que muestra. El director se esfuerza en presentar al río como un ente orgánico, casi vivo, capaz de ofrecer esperanza y al mismo tiempo transformarse en el más despiadado de los verdugos. Ovashvili hace suyo el espacio, con muy pocos aspavientos y gran cantidad de recursos. Saborea la paz tensa que proporciona el río, pero, lejos de caer en planos largos y excesivos, recuerda que debe contar una historia, y vive del movimiento de sus personajes. La habilidad para conjugar el entorno natural con el aspecto humano es lo que convierte a Corn Island en un auténtico triunfo. Y lo hace con un posicionamiento inamovible, que acaba por ser el punto y aparte que hace de esta película algo único.
Ovashvili renuncia al lenguaje, y los enormes silencios son los grandes protagonistas. Las personas que viven del río son duras, supervivientes que cuentan unicamente con la fuerza de su trabajo. Esta dureza crea muros, palpables en cada escena entre abuelo y nieta. El hecho de que el silencio predomine permite al director la reflexión acerca del modo de comunicarnos, y explora con emociones lo que el lenguaje transformaría en evidente. Parece que Ovashvili está demasiado centrado en su obsesivo retrato de un momento, pero, según avanza la película, en la que aparentemente no pasa nada, nos damos cuenta de la increíble habilidad de este director para la construcción de personajes. De repente, en el tramo final de película, entendemos que nos importan este anciano y su nieta, que hemos creado un vínculo tras compartir sus días bajo el sol o empapados por la lluvia. La empatía imposible sucede, porque Ovashvili nos ha presentado una historia universal, que rompe con fuerza sus localismos para que nos impliquemos con independencia de la parte del mundo donde veamos Corn Island. Al fin y al cabo, el director se aferra a los miedos básicos del ser humano, a las tragedias que nos separan. La incapacidad de controlar la naturaleza, la soledad, la familia o el sacrificio son temas que, tratados con el respeto del que hace gala este fabuloso director, llegan al corazón y remueven las conciencias.
Presentada con humildad aplastante, Corn Island es una pequeña joya que merece el aplauso de aquellos que todavía conservan la fe en un cine sin aditivos, que es capaz de aunar la estética y el contenido. Corn Island es de esas películas que fácilmente podrían haber caído en el exceso, en el ego y en el vacío. Por suerte, Ovashvili es capaz de crear una hermosa película que hará las delicias de los más exigentes al mismo tiempo que cuenta una historia que conmueve con habilidad, sin manipulación, con los lazos que crea la vida captada por la cámara de este elegante director.
El contraste de las relaciones de los seres humanos con la naturaleza recae, precisamente, en la presencia de la guerra. El anciano cruzará su vida con la de los soldados inmersos en el conflicto, que rompe la armonía de la naturaleza, con sus propias reglas para la violencia destructiva. De nuevo, el director reflexiona acerca de la comunicación, en los escasos momentos en los que el lenguaje tiene cierto protagonismo, pero usado con mucha intención para remarcar la falta de entendimiento, o los límites de este recursos. Las relaciones de los personajes trascienden las palabras. Son miradas, gestos, juegos, sonrisas e incluso amenazas que no necesitan de ningún ruido para ser efectivas.
No es una película fácil, ni pretende contentar a todo tipo de público. Corn Island está muy lejos de cualquier pretensión complaciente. A cambio, si consigues conectar con su belleza, con la fuerza de los personajes, con el riesgo y la poesía que sirven de columna vertebral a la narración, disfrutarás de una película especial, emotiva y devastadora. Cuando Corn Island termine, no quedarás indiferente. Te costará salir de esa pequeña isla en medio del río. Como cuesta dejar atrás cualquier gran historia.
Trailer:
Ficha técnica:
Corn Island (Simindis kundzuli ), Georgia, 2014.Dirección: George Ovashvili
Guion: Roelof Jan Minneboo, George Ovashvili, Nugzar Shataidze
Producción: 42film / Alamdary Films / Arizona Films
Fotografía: Elemér Ragályi
Música: Iosif Bardanashvili
Reparto: Ilyas Salman, Tamer Levent, Mariam Buturishvili
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