Críticas

No hay futuro en letras de sangre

Cuando acecha la maldad

Demián Rugna. Argentina, 2023.

Póster de Cuando acecha la maldadTodos tenemos miedo. Hay casi tantos tipos de terror como personas, pero, al final, existen pesadillas que son universales. Parecen formar parte indeleble del ser humano, y tienen su sentido como protección ante un mundo hostil lleno de peligros. En ocasiones esos miedos nos condicionan de manera definitiva hasta hacerse con el control de nuestras emociones y reducirnos a un amasijo de desconfianza y paranoia, rebasando las fronteras de lo patológico. Así que demos gracias por la existencia del cine de terror.

Afortunadamente, tenemos un entorno seguro en la pantalla de cine con el que experimentar el miedo. Gracias a la imaginación y las ficciones jugamos con fantasías que van de la profundidad psicológica al espectáculo grotesco. Nuestro corazón se acelera, los saltos incontrolados nos levantan del asiento y, cuando el espectáculo termina, probablemente tengamos una sonrisa nerviosa en el rostro.

Pero hay películas que van más allá. Construyen entornos tan enfermizos y malsanos que se adentran en rincones que apenas conocemos de nuestro propio ser, despiertan emociones tan reconocibles como incómodas, traspasan los clichés habituales del género y provocan algo parecido a una catarsis por la que no podemos apartar los ojos de la pantalla.

Por supuesto, Cuando acecha la maldad (Demián Rugna, 2023) pertenece a ese selecto grupo de películas, fuera de la zona de confort, diseñada para la zozobra, el desasosiego y la intranquilidad del aturdido espectador.

Demián Rugna se confirma como una de las voces imprescindibles del fantástico internacional, si es que no lo había hecho ya con la agobiante Aterrados (Demián Rugna, 2017). Vuelve al enfoque turbio y sucio del terror, fronterizo y suburbial, en contextos donde apenas se puede reconocer un escenario para el género. Pero Rugna se las ingenia para introducir el elemento paranormal de manera orgánica, con cotidianidad escalofriante, en la que personajes rozando lo prosaico afrontan lo imposible como parte de su día a día. Esa aberrante «normalidad» no extirpa ni un ápice de monstruoso a la amenaza invisible que hace de sus vidas algo infernal, con literalidad dramática.

El horror de Cuando acecha la maldad

El director enfoca su película en la constante presión ante aquello que no se puede ver, pero se siente en las tripas, en lo más profundo. Los personajes viven en el miedo constante, en la tensión de afrontar algo más que sus propios fantasmas, que no son pocos. Alejados del ruido urbano, de las muchedumbres, de la fuente original del peligro, saben que no están a salvo, que no hay respiro en un mundo condenado.

El escenario rural de este camino al infierno alimenta la sensación de abandono, de falta de esperanza, de angustia ante la mínima posibilidad de finales felices en vidas ya de por sí al límite. Así que, cuando se abre la veda para el horror, las reacciones de los personajes, muy lejos de ser héroes, nos parecen entendibles. Hay coherencia, que no racionalidad, en sus actos; porque lo racional, lo normal, no tiene cabida en el cosmos que plantea Cuando acecha la maldad.

El juego con la información es clave, puesto que, en los primeros compases de la película, el público es poco menos que un convidado de piedra. Cada paso del camino es confuso y escalofriante, pero tenemos que hacer nuestro propio mapa mental para poner nombre a todo lo que sucede en pantalla. Jugamos a un juego en el que tenemos que aprender las reglas por el camino, y el resultado es abrumador. Con el mal nacido de las raíces del folclore, la vuelta de tuerca que ofrece Rugna somete la realidad palpable, incluso ordinaria, a la presencia del mal insondable y absoluto.

Si el escenario ya es de por sí fascinante, Rugna resuelve con eficacia y brutalidad despiadada los conflictos que se van planteando por el camino. Puede pecar de cierto efectismo, o de conducir sin mucho disimulo la película a esos momentos impactantes que cambian el ritmo de la obra, poniendo a prueba de paso el estómago del espectador. La violencia desatada en ciertos momentos no cambia un ápice el tono de la película, tan sobria, tan áspera, tan polvorienta. Al revés, es hipnótica y fascinante por monstruosa, por estar incrustada con esa viveza despiadada. El sentimiento de extrañeza y repulsión se quedará impregnado en la piel de los que se adentren en el oscuro universo de Rugna.

Desde lo local, Cuando acecha la maldad ofrece un visceral conjunto de miedos universales, que van de la soledad, de la incertidumbre, de la ausencia de humanidad en nuestros actos, al horror de perder el dominio de nuestro cuerpo o mente o la responsabilidad para con los que queremos. Además no hay que perder el foco en la naturaleza última del mal acechante, de incuestionable componente vírico. La identidad de Cuando acecha la maldad como película postpandémica nos deja para la colección de miedos del 2023 estos «embichados», en los que la vileza de carácter paranormal toma los visos de enfermedad real, contagiosa y destructiva.

No puedo más que aplaudir esta película, por la honestidad, la falta de complejos y la autoría sin paliativos de Rugna en el acercamiento a un género que necesita nuevos referentes.

Cuando acecha la maldad parece, en principio, una especie de respuesta argentina a la saga Posesión Infernal. A diferencia de la saga de Raimi, en la que flota cierto tono de humor negro, en el universo de Rugna no hay lugar para el más mínimo atisbo de sosiego o descanso. «No hay futuro», escribe con letras de sangre. Solo queda la locura o la muerte.

O sucumbir a la maldad, que acecha en ese lugar que pensabas que era refugio.

Tráiler:

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Ficha técnica:

Cuando acecha la maldad ,  Argentina, 2023.

Dirección: Demián Rugna
Duración: 99 minutos
Guion: Demián Rugna
Producción: Shudder, La Puerta Roja, Aramos Cine, Machaco Films
Fotografía: Mariano Suárez
Música: Pablo Fuu
Reparto: Ezequiel Rodriguez, Demián Salomón, Silvina Sabater, Luis Ziembrowski, Marcelo Michinaux, Federico Liss, Emilio Vodanovich

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