Críticas
La bestia llena de gracia
Dancer
Steven Cantor. Reino Unido, Rusia, Ucrania, EUA, 2016.
El ritmo de «Iron Man», de Black Sabbath, no tiene en principio nada que ver con el mundo del ballet. Con tal dicotomía se nos presenta a Sergei Polunin en los créditos iniciales del documental Dancer (Steven Cantor, 2016), al artista considerado como el James Dean del ballet, el chico malo de la danza clásica. El heavy metal, las cicatrices, las drogas y los tatuajes contrastan con la supuesta pureza y perfección clásica del ballet, ambos opuestos se funden en el cuerpo de Polunin, remembrando un Jesucristo moderno de cuerpo tallado por el trabajo y el sufrimiento, extralimitado para lograr la más absoluta perfección a un costo muy elevado.
Sergei Polulin nace en la deprimida cuidad de Kherson, al sur de Ucrania. Todos eran pobres a su alrededor y tal situación no era asumida como una condición para la infelicidad. Su remarcable talento resaltaba exponencialmente a medida que crecía, en beneficio de lo cual a los 9 años de edad se traslada con su madre a Kiev para asistir a la Escuela de Coreografía, la mejor de Ucrania. El talento de Polulin era una esperanza, una posibilidad para que la familia saliera de la pobreza y para que él mismo tuviera lo que sus predecesores nunca tuvieron. La familia se sacrifica, se rompe en pro de una posibilidad, un futuro: un peso demasiado grande para un niño de nueve años. Por el ballet se separa su familia y a través de su éxito en ballet, Sergei Polunin pretendía unirla.
Sobresale por su alto estándar, trabaja el doble que sus compañeros y se convierte en el primer solista y el más joven en la historia del Ballet Real de Londres cuando cuenta diecinueve años de edad. El éxito del joven prodigio se catapultaba con la misma velocidad que su vida personal, en contraposición. Sufría de agotamiento y dolor corporal al bailar y cuando no bailaba su cuerpo le reclamaba la rutina a la que estaba habituado tras tantos años. Llegó a desear lesionarse para no bailar más y decía que el ballet deterioraba su cuerpo. Sometió su misma herramienta de vida a extensos tatuajes y cicatrices tatuadas con ácido que invaden su cuerpo, a través de los cuales expresaba lo mejor, lo peor de su vida y sus demonios internos. El bailarín prodigio coqueteaba paralelamente con la gloria y la autodestrucción.
Sus fanáticos reservaban un espacio, una butaca, una posibilidad de verlo hasta con dos años de antelación. Ante el sufrimiento que estos artistas padecen y por el cual nos deleitamos, cabe la pregunta si hasta cierto punto presenciamos un hermoso espectáculo de perfección morbosa. Los bailarines pueden ser considerados como atletas de alto rendimiento y más, porque con su cuerpo y su agotamiento extremo expresan arte absoluto. Se hace énfasis en la perfección de las dotes corporales en detrimento del equilibrio mental, siendo la fortaleza mental un elemento sine que non, para poder extralimitar el cuerpo. Muchos deportistas de alto rendimiento cuentan con intervención psicológica, a fin de equilibrar las cargas del entrenamiento excesivo y sus estados emocionales. No se piensa en un bailarín como si fuese un deportista, pero tiene toda la carga corporal para considerlo como tal, más la perfección artística pertinente a la danza y las cargas performáticas que las técnicas actorales suponen. Sin duda alguna, este complejísimo cocktail que acarrean los bailarines de alto rendimiento en su humanidad, debería ser respaldado poniendo atención en su psiquis y no sólo en sus cuerpos, que a fin de cuentas es un mero instrumento de expresión.
Como despedida a la danza, filma con su amigo y reconocido fotógrafo de modas, David La Chapelle, un videoclip, alejándose de la música clásica que suele acompañar el ballet con un tema pop llamado “Take me to the Church” del cantante irlandés llamado Hozier, inmerso en su totalidad dentro del documental Dancer. Sacan al ballet fuera de la tarima, del teatro clásico, del maquillaje y escenografía impostados y ruedan en un entorno sencillo y naturalista. Lo que pretendía ser un adiós, resultó ser una reconciliación con la danza y una expansión de un arte considerado en principio tradicional y elitesco. El videoclip se viralizó rápidamente llegando a tener 20 millones de reproducciones en Youtube. Sergei Polunin logró inspirar, además, a jóvenes bailarines y popularizó una disciplina considerada anticuada por muchos. De bailarín clásico a ídolo pop.
Interesante por demás es que un bailarín de ballet clásico masculino viralice una disciplina clásica considerada más apta para mujeres. Este concepto limitador de género es más propio de Occidente, siendo el caso contrario en su Ucrania natal y la cercana Rusia, quien parió dos de los más famosos bailarines de ballet a nivel mundial: Rudolf Nurejev y Mikhail Baryshnikov. Su atractivo físico y sus tatuajes jugaron un papel importante para que el videoclip fuera visto y admirado por tantas personas alrededor del planeta.
El documental cuenta con abundante material de archivo que el propio Polunin y su familia recogían desde sus principios en diversos formatos, además de testimonios de él mismo, sus familiares y amigos. Steven Cantor nos relata una crónica de la intensa vida de Polunin sin emitir juicios de valor ni profundizar en la psiquis del bailarín. Su psiquis se expresa a través de su cuerpo, de su baile y quizás por ello, su manera es tan especial. Sergei baila con pasión, con rabia, con dolor, con esperanza, y su cuerpo pasa a ser una herramienta de expresión del mundo inmerso en su alma y mente. Dancer conmueve, despierta nuestra empatía y nos brinda un collage de amplio espectro sobre la vida de este talentoso ser humano, pero que a fin de cuentas es sólo eso.
Trailer:
Ficha técnica:
Dancer , Reino Unido, Rusia, Ucrania, EUA, 2016.Dirección: Steven Cantor
Duración: 85 minutos
Fotografía: Mark Wolf
Música: Ilan Eshkeri
Reparto: Documental, Sergei Polunin