Dossiers
Darren Aronofsky
De niño mi madre me decía que no mirase nunca al Sol. A los seis años, lo hice. Su brillo me deslumbró, pero eso ya lo había visto. Seguí mirando, tratando de no pestañear. La brillantez fue desapareciendo. Mis pupilas se contrajeron y pude verlo todo claramente. Por un momento lo comprendí.
Maximiliam Cohen en Pi (Darren Aronofsky)
Corta, pero intensa es, de momento, la filmografía de Darren Aronofsky. También casarían con ella adjetivos como controvertida, extraña y altamente interesante. Los cinco largometrajes que el director neoyorquino tiene en su haber le bastan para abrirse un hueco en el abarrotado universo cinematográfico.
Aronofsky podría englobarse en una determinada generación de realizadores surgidos en los años noventa, cuyos puntos en común son el videoclip, la publicidad, la televisión y unos inicios célebres en festivales. Junto a Aronofsky, Christopher Nolan o Spike Jonze son algunos de estos artistas que se caracterizan por introducir nuevas formas estéticas en sus películas y por elegir historias ‘singulares’ para contar. Herederos de una nueva cultura audiovisual de masas, mamada desde la más tierna infancia, los integrantes de esta generación destacan por cuidar y dar importancia a la banda sonora, innovar en el terreno de la edición y el montaje o revisitar los tiempos narrativos. Nolan, Jonze y Aronofsky son los exponentes claros de este tipo de cine de finales de milenio, donde el continente y el contenido son igual de importantes. Es curioso analizar las ‘operas primas’ de estos tres cineastas que, como ya se ha dicho, no solo incluyen formas estéticas nuevas, si no que la elección de sus historias tienen un fuerte contenido psicológico. En el caso de Nolan, tal vez el mejor ejemplo, y más popular, sea Memento (2000), su segundo filme. Esta última junto a Cómo ser John Malcovich (Being John Malcovich ,1999) de Jonze y Pi, fe en el Caos (Pi, 1998) de Aronofsky se han convertido en auténticas películas de culto.
El cine de Darren Aronofsky tiene todas esas características generacionales, pero también añade muchas otras singularidades artísticas al conjunto de su obra. Algunas de ellas, que más tarde serán ampliadas son:
- Importancia del montaje. Influencia de la estética del videoclip y la televisión. Utilización del ‘montaje hip-hop’, que ha influido en innumerables obras audiovisuales.
- Utilización y adaptación de la fotografía como una herramienta para retratar ambientes y psicología de los personajes.
- Fuerza narrativa de la banda sonora. Cuidado de esta como un elemento importante en la película. Hablar de la música en los trabajos de Darren Aronofsky es hacerlo de Clint Mansell, músico y compositor presente en todas sus bandas sonoras.
- Temática extrema que recae en sus protagonistas. Argumentos de un fuerte contenido psicológico y de retrato de la sociedad actual. En todas sus películas, los límites (sociales o psicológicos) son su materia a tratar.
- Influencia judeo-cristiana. En algunas de sus películas puede ser de manera anecdótica, como el apellido Goldfarb de la madre y el hijo protagonista de Requiem por un sueño o principal, como en Pi o La fuente de la vida (The Fountain, 2006). En el 2014 se espera un proyecto de Aronofsky llamado Noah, una superproducción épica sobre la figura de Noé.
El sueño de la razón produce monstruos
Uno de los rasgos más interesantes en la obra del director neoyorquino son los temas que trata, desarrollados por medio de sus personajes. Y son estos ámbitos, los que a lo largo de su filmografía permanecen constantes y en continua reflexión. Darren Aronofsky indaga y explora los límites humanos con profunda crudeza. En los cinco largometrajes que tiene en su haber, sus protagonistas intentarán ir más allá muerte, de la vida, conseguir la perfección, alcanzar la fama o comprender el funcionamiento del mundo. Y todo esto poniéndose a prueba, yendo más allá de sus posibilidades físicas o mentales e incluso atravesando la fina línea que los separa de la locura.
Cada una de las cintas de Aronofsky constituye una revisión actualizada de los mitos de Ícaro y/o Prometeo[1]. Pequeñas versiones donde sus protagonistas llegan a negar sus posibilidades, la realidad o su razón para alcanzar un objetivo a toda costa, concibiendo así un monstruo interior que los perseguirá implacable a lo largo de sus vidas. Este engendro desbocado conducirá a cada personaje a su final, a la conclusión de su atrevimiento desmedido, que unas veces será la locura y otras la muerte. Pero en este camino autodestructivo existen dos momentos:
- Consciencia del héroe de saber que el camino elegido no es el correcto. En El luchador (The Wrestler, 2008) Randy sabe que su época ha terminado cuando va a firmar autógrafos y a vender recuerdos con viejas glorias, muchos de ellos discapacitados, debido a su edad y continua exposición a los golpes.
- Mezcla de la realidad, la irrealidad y el sufrimiento del cuerpo. En estos momentos que se dan en cada cinta, el espectador es consciente de que algo va mal. Aronofsky trata de representar este camino a la demencia con instantes donde los protagonistas comienzan a no distinguir entre realidad y ficción. En Cisne Negro (Black Swam, 2010) Nina descubrirá un tipo de piel nueva en su espalda, allí donde se rasca compulsivamente. Por otro lado el sufrimiento, que este proceso obsesivo genera, tiene su representación también en el cuerpo. A Harry Goldfard, en Requiem por un sueño, le cortan un brazo por gangrena, Randy, en El Luchador, tiene un infarto provocado por la vida extrema que ha llevado.
Y a estos mitos griegos, un poco más lejanos para el espectador del siglo XXI, Darren Aronofsky trata de reinventarlos, retratando los males que asuelan a los individuos en el momento presente. Porque, más menos, todos los personajes de la filmografía del neoyorquino comparten una serie de desarreglos emocionales y psicológicos muy comunes en la sociedad actual y de los que, salvo en su ‘opera prima’, el director no les deja redimirse. Estas características psicológicas son:
- Individualismo. Elegido o no, todos los héroes y heroínas viven en un ostracismo que fomenta sus obsesiones. Tommy Creo, el investigador de La fuente de la vida, cabalga en las fronteras del aislamiento en detrimento de pasar más tiempo con su mujer. En Pi el ‘retiro’ del matemático es casi enfermizo.
- Soledad social. Pese a estar rodeados de gente y no elegir la soledad como opción, el personaje sufre una incomunicación con el resto de las personas. El ejemplo más evidente es Randy en El Luchador.
- Búsqueda del reconocimiento. Esta peculiaridad muta a lo largo de los filmes de Aronofsky, en los que se busca el reconocimiento (El Luchador), se demanda fama, dinero (como en Requiem…), placer (a través de las drogas), perfección (Cisne Negro)…
- Miedo a la muerte y a envejecer: El ejemplo más claro de este concepto lo representa La Fuente de la Vida. En El Luchador o en Cisne Negro se tiene más miedo a envejecer porque las carreras de Randy y Nina, respectivamente, son efímeras y limitadas a la edad.
Recorriendo los mitos
A finales del segundo milenio, concretamente en 1998, Darren Aronofsky debutaba oficialmente en la dirección, aunque ya había realizado algún cortometraje, con una cinta de escaso presupuesto, en blanco y negro y con una historia poco convencional. Se trataba de Pi. Obra polémica y por ello interesante, convertida para una parte de sus espectadores en película de culto.
Pi ya alberga casi todas las inquietudes argumentales y estéticas presentes, de una u otra manera, en la filmografía de Aronofsky. Esta ‘opera prima’ cuenta la historia de Maximilliam Cohen, un matemático que opina que toda la naturaleza puede ser representada por números. Para esto cree que puede dar con el modelo que explique desde el funcionamiento de la bolsa hasta el del mundo. A través de Cohen y sus vicisitudes externas (cábala o empresa que le presiona para poder controlar la bolsa) e internas (proceso creativo y deductivo), Aronofsky cuenta el relato de un Ícaro con final feliz. En este filme plasma la influencia judeo-cristiana (con una mención específica al ‘árbol de la sabiduría’ que luego aparece en La Fuente de la Vida), comienza a utilizar el ‘montaje hip-hop’, aparecen las drogas y los estimulantes, el aislamiento personal, la confluencia entre ficción y realidad y las marcas corporales, en este caso inventadas, como efectos de la obsesión (que también aparece en Cisne Negro). Con todo esto, y a pesar, o no, de los medios, Pi se presenta como una película bien construida y con grandes virtudes, que hizo ganar a Aronofsky el premio de mejor director en Sundace.
Requiem por un sueño es una película por capítulos, dividida en verano, otoño[2] e invierno. En este filme el tema principal será la búsqueda de reconocimiento y fama, llevada a cabo por sus dos protagonistas. Sara Goldfab vivirá obsesionada con la televisión gracias a su soledad. Harry, su hijo drogadicto, tratará de retirarse de la venta de estupefacientes y empezar una vida nueva junto a su novia. Este drama constituyó un referente, no sólo en la manera de tratar el mundo de las adicciones, sino en el modo de contarlo. Aronofsky pone a la par ese mundo de ilusión presente en la televisión y en las drogas, tensando la historia de sus protagonistas hacia un final muy poco esperanzador (porque ya no existe el verano de nuevo, la película termina en el capítulo invierno). En el plano estético, Requiem…, también ha llegado a ser referencia. Por un lado, la banda sonora compuesta por Clint Mansell y en concreto su pieza ‘Lux Aeterna’, que ha sido utilizada y versionada para muchas películas y anuncios. Por otro, tenemos su montaje, denominado, como ya mencionamos, ‘montaje hip-hop’[3] por Aronofsky, que pasó también a ponerse de moda como referente estético audiovisual. Requiem por un sueño consolida el universo de este director, probando que el acierto de primera película no fue casualidad. Aronofsky es capaz de desarrollar un duro drama contemporáneo que escuece cada vez que se ve, ya que el espectador, bien guiado por las formas, se ve interpelado ante estas catástrofes occidentales.
La Fuente de la Vida tal vez sea su proyecto más personal y, con diferencia, el más fallido. Este filme narra tres argumentos entrelazados en diferentes épocas históricas: el presente, el pasado en la conquista española de América y el futuro. La línea que unirá todo será la búsqueda de la inmortalidad y el amor. Pese a una destacable fotografía y banda sonora, la cinta se convertirá en un batiburrillo new age, que confunde al espectador con frágiles y deslavazados argumentos de guión, yendo y viniendo por el tiempo, lo que provoca la disolución de las tres historias. Este trabajo sí que conserva el universo cimentado anteriormente, pero carece de la fuerza estética y de guión de sus anteriores obras.
Con El Luchador, el director neoyorquino despista a parte de sus seguidores, ávidos de sus dos primeras películas y se reconcilia con un sector de la crítica al que no le gustaban sus trabajos. Con esta obra Aronofsky consigue el León de Oro a la mejor película, así como otros premios y nominaciones.
Esta cinta abandona todo efecto visual para colocarse dentro de un lenguaje cercano al documental y contar la vida de un célebre luchador retirado. El Luchador es una oda a la soledad o a la frustración de un juguete roto como es su protagonista. Randy «The Ram» añora sus años de luchador profesional y ahora que esos llegaron a su fin se ve desorientado, ya que no puede asumir otro tipo de vida que no sea la de luchar.
Randy no acaba de admitir sus límites físicos (por eso se droga, sigue yendo al gimnasio…), pero tampoco los emocionales (vive en soledad, sin apenas familia y apartado de casi todo el mundo) ni los psicológicos (se resiste a aceptar una vida en el anonimato, echa de menos sus años de luchador, creyendo que no existe nada más importante en su vida). Mención especial merecen las dos interpretaciones protagonistas. Por un lado la de Mickey Rourke, nominada y premiada, donde en ocasiones la figura del actor se confunde con la del personaje. Por otro lado, la de Marisa Tomei, que desarrolla el papel de Pam de manera realista y creíble.
Cisne Negro consolida a Darren Aronofsky entre el gran público, gracias a su éxito de taquilla y de crítica. En esta ocasión el realizador se atreve a llevar a la pantalla El Lago de los Cisnes a través de un thriller psicológico. Su, hasta la fecha, último filme ahonda en los temas más característicos de Aronofsky: el miedo a envejecer, las drogas, la obsesión llevada al límite… Cisne Negro recoge también influencias, buscadas o no, de otros directores y películas: La Pianista de Michael Haneke (obsesión por la danza, figura de la madre) del primer David Cronenberg (en las imágenes de irrealidad producidas en el cuerpo de Nina, la protagonista) o Repulsión de Roman Polanski.
Darren Aronofsky se ha abierto un hueco mayor con cada filme, con cada imagen angustiosa, con cada diálogo. En su corta carrera ha dejado fotogramas con una fuerte carga reflexiva y construído iconos para la posteridad. Aronofsky es y será uno de los nombres a seguir dentro de la cinematografía estadounidense.
[1] Ícaro hijo de Dédalo. Ambos fueron encarcelados en una torre de Creta. Para escapar Dédalo construyó unas alas hechas con cera, plumas e hilos. La osadía de volar más alto de lo apropiado hizo que a Ícaro se le deshiciesen las alas por el calor del Sol y cayó al mar.
Prometeo es el Titán amigo de los humanos que robó el fuego de los dioses para entregárselo a los hombres y utilizarlo. Este hecho le llevó a ser castigado por Zeus.
[2] En inglés otoño es «fall» que también significa caída. En la cinta se juega con esos dos significados, el de otoño y el de caída o declive de los protagonistas.
[3] Este tipo de montaje se caracteriza por planos de muy corta duración acompañados por música y sonido para imprimirles ritmo. En Requiem por un sueño se utiliza para mostrar cómo se drogan los protagonistas. Este montaje también está presente en Psicosis de Alfred Hitchcock.
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