Descubriendo a Anna Frank. Historias paralelas

La voz que hila el relato en Descubriendo a Anna Frank. Historias paralelas, un documental tan necesario como estremecedor, es la de la primera actriz Helen Mirren, quien, a lo largo de los 92 minutos de duración del filme, irá seleccionando ciertos pasajes del diario de la joven judía Anna Frank -que murió de tifus a los 14 años de edad, junto con su hermana Margot, en Bergen Belsen, un campo de concentración en Alemania, durante la Segunda Guerra Mundial- para reconstruir poco a poco su historia y la de su familia durante los dos años en que se vieron obligados a esconderse de los nazis en el ático oculto dentro de una casa en Amsterdam.

A través de la ópera prima de las realizadoras Sabina Fedeli y Anna Migotto, el espectador tiene la oportunidad de asomarse al más oscuro, doloroso y sumamente vergonzoso episodio del pasado reciente de la humanidad, el Holocausto, observado con un respeto profundo por las víctimas y una rigurosa documentación histórica.

Varios son los aspectos que las directoras deciden incluir en este proyecto, por un lado, la lectura de fragmentos del diario en voz alta dentro del mismo escondite que funcionó como un sustituto de hogar para la familia Frank y cuatro personas más, que van siendo acompañados por fotografías de la familia, testimonio de su vida anterior al obligado resguardo.

En segundo lugar, con el fin de que la nueva generación no solo conozca lo sucedido, sino que logre identificarse, conmoverse y sentir empatía hacia las víctimas, incorporan un personaje contemporáneo, a cargo de la joven italiana Martina Gatti, la cual se siente profundamente  movida por la historia de Anna, y dialoga imaginariamente con ella; en uno de sus mensajes le pregunta: “Ana, ¿quién eras? Me gustaría conocer tu historia”. A partir de entonces  se embarca en un viaje de descubrimiento y aprendizaje que irá documentando en sus redes sociales. Así este personaje se convierte en la conexión con nuestro presente y con la forma actual de comunicación, y será el método por el cual los jóvenes espectadores podrán acceder a este inhumano capítulo de nuestra historia.

No obstante, quizá la mayor riqueza de Descubriendo a Anna Frank… resida en el elemento planteado en la segunda parte de su título, el de Historias paralelas, con referencia a la invaluable aglutinación de los testimonios de cinco mujeres sobrevivientes del Holocausto, que en tiempos de la guerra tenían aproximadamente la edad de Anna y su hermana, y que narran los horrores que se vieron forzadas a atravesar a tan corta edad, y cómo ha sido su vida posterior a los campos, luchando día a día con el horror de sus recuerdos y levantando sus voces para que la verdad no sea acallada nunca más.

Sus palabras son resonantes y de enorme relevancia para el filme, porque dan constancia de lo ocurrido desde un punto de vista humano y personal, a la vez de que consiguen completar, en cierta forma, lo que Anna no pudo seguir registrando en ningún diario, porque la deportación y la muerte le llegaron demasiado pronto, y tanto su futuro como su escritura quedaron truncados.

De tal forma que las sobrevivientes, Arianna Szörenyi, Sarah Lichtsztejn-Montard, Tatiana Bucci y las también hermanas Helga y Andra Weiss llenan los huecos de su diario, y viven la vida que Anna -y tantos como ella- no pudieron. Todas ellas, como estandarte de sobrevivencia, hablan de sus hijos, nietos y bisnietos, incluso algunos aparecen en el filme exponiendo lo que ha sido para ellos el peso de tan dura historia familiar. Como es el caso de  Francesca Dego, violinista y nieta de una sobreviviente, que expresa en la película que “la creación de belleza, el arte, la música son el único modo posible que tiene el ser humano de responder al horror”, respondiendo al pensamiento de Theodor Adorno, que afirma que “escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”.

De la familia de Anna Frank, el único que consiguió sobrevivir fue su padre, quien años más tarde decidió publicar el Diario de su hija, cuyas palabras se han convertido en la voz de más de un millón y medio de niños y adolescentes que perecieron bajo la campaña de exterminio de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.

Cada fragmento que Helen Mirren declama, cargada de emoción, brinda valiosa información sobre la personalidad franca y la inteligencia clara de Anna. Su optimismo y esperanza permean cada línea del diario. En ciertos pasajes, podemos reconocer en ella a cualquier chica de su edad, con las regulares preocupaciones y las inquietudes por los cambios hormonales, pero la gigante diferencia radica en que la percibimos profundamente afectada por los horrores de la guerra y los terribles rumores que llegaban hasta ellos. A pesar de todo, se asumía optimista y pensaba que todo estaba por terminar. Ya en las últimas páginas, Anna Frank se declaraba comprometida con la humanidad a dedicar su vida a ayudar a los demás, y se daba ánimos pensando en la posible publicación de sus textos para así llegar a ser una escritora famosa.

Injustamente, nada de lo que soñó pudo llevarlo a cabo más que de forma indirecta y póstuma. Sin embargo, su nombre y su recuerdo se ha mantenido vivo a través de los años, y su diario se convirtió en símbolo de la niñez perecida en el Holocausto. Su lectura nos permite visualizar un rostro humano y  concreto, y hacer un retrato completo de su vida y la de sus familiares, en lugar de solo pensar en las cifras o en el número de víctimas, para poder así dimensionar la escalofriante barbarie y la pérdida irreparable que significó la Shoá.