Diabolik

Necesidad casi natural, elemento quizás imprescindible, voluntad de seguir unas huellas que, en su presencia, nos recuerdan el valor de la tradición, el concepto de homenaje se sitúa en una sección de nuestra cultura que pone de manifiesto la importancia que el proceso histórico mantiene en nuestra sociedad. La vuelta de lo pasado, entonces, llegaría a demostrar nuestro afán por reconsiderar el largo camino que nos ha ayudado a crecer y ser lo que somos, resultado esto de un continuo diálogo entre lo que fue, lo que es y lo que será. El homenaje sería, en otras palabras, el estadio final de una complementariedad entre los esfuerzos por reconocer en nuestra presencia actual el legado de una serie de acciones que nos han precedido. Encarnaría, además, la demostración del valor inalcanzable de algo que fue y que, por razones físicas y biológicas (por no decir simplemente lógicas), no puede volver a ser. Sin embargo, el riesgo del homenaje es perder la capacidad de una visión más crítica y dejarse fagocitar por el concepto mismo, por su valor estructural de casi divino respeto.

El Diabolik de los hermanos Manetti formaría parte de una consideración muy simple: los cine-cómics funcionan, por lo cual no resultaría incorrecto intentar ir más allá del simple binomio Marvel y DC, permitiendo al público que acceda a otros mundos nacidos sobre las página (en blanco y negro) de naciones no solamente anglosajonas. El personaje de Diabolik, entonces, símbolo de la literatura negra y del thriller más amoral, se insertaría en este discurso fílmico, subrayando así su valor de marketing gracias a su presencia pluridecenal en los momentos de lectura de los italianos. Literatura pulp, muy barata y espectacular, que poco deja a la imaginación y mucho a la fuerza gráfica. Mostrar es, efectivamente, fundamental, y poco importa si el personaje principal es, de hecho, un hombre frío, un asesino que solo piensa en matar, robar y vivir con su compañera.

Los Manetti logran así crear un mundo, el de la nación ficticia de Clerville de los años sesenta, que rebosa de pequeños detalles. El valor escenográfico es innegable, así como la capacidad de proponer unas imágenes muy interesantes. Lo técnico de esta película es, de por sí, una pequeña joya que demuestra cómo también las pequeñas producciones europeas son capaces de dar a luz algo placentero, el resultado de un uso inteligente del ojo de la cámara. Y la bondad de las imágenes se reverbera a través de las más de dos horas de filme acariciando la iris del espectador quien, al fin y al cabo, no puede sino reconocer la presencia de un sólido aspecto estético. Todo, desde este punto de vista, funciona, y al aumentar el placer visual aumenta también la voluntad de entrar en este mundo así años sesenta y así bien tallado.

El afán por homenajear de los Manetti, desafortunadamente, lleva a una pérdida casi repentina del interés por lo que nos están mostrando. Los diálogos, horribles, rígidos, fuertemente innaturales, son típicos de los cómics, los cuales se rigen en otras convenciones. Es difícil decir si los actores son naturalmente pésimos o si el problema es un guión que poco espacio deja a una actuación no simplemente suave, sino tan solo humana. La historia que se nos viene narrando es poco interesante, y si en el contexto de los cómics puede funcionar, lo mismo no pasa con el del cine. Se nota, entonces, una fuerte dicotomía entre el valor narrativo de la película y su fuerza estética. El mismo Diabolik resulta efectivamente poco interesante, un personaje muy vacío y por nada aterrador; lo mismo les pasa a los otros personajes, con una Eva Kant inmaculada en su inutilidad y un inspector Ginko con unos trazos muy superficiales. Una película poco interesante, que le hará preguntar al espectador si en vez del rey del terror no está ante el del aburrimiento kitsch.