Críticas
Sin dinero, otro cine es posible
Diamond Flash
Carlos Vermut. España, 2011.
La taquillera moda de transcribir cómics y novelas gráficas a la gran pantalla ha seguido, hasta el momento, una reconocible tendencia basada en la relevancia popular del producto que, a menudo, obvia a los autores. En una tímida avanzadilla que no lleva por objeto la reivindicación de la firma, sino la exploración de nuevos horizontes expresivos, son pocos los que se han atrevido a cambiar el lápiz por la cámara, como el francés Riad Sattouf con la entrañable The French Kissers (2009) o el más conocido y comercial ejemplo de Frank Miller, que colaboró en la dirección de Sin City (Robert Rodriguez, Quentin Tarantino y Frank Miller, 2005) y debutó en solitario con la fallida The Spirit (2008). El dibujante madrileño Carlos Vermut estrena su primer largometraje, Diamond Flash, en la línea conceptual de sus anteriores cortos, Maquetas (2009) y Michirones (2009), que filtraban una aproximación al microcosmos de incógnitas abiertas y ambiguas que ya plasmaran las viñetas de su serie Doble sesión, de curioso gusto cinéfilo.
Diamond Flash es una cinta atípica. Atípica para el cine español, se entiende. La crítica no ha dudado en catalogarla dentro de un terreno algo pantanoso, el mal concretado underground patrio, que goza de sus más claros exponentes en el apocado cine vanguardista del tardofranquismo, en la primera y más díscola etapa de Almodóvar o en el par de películas que dirigiera el malogrado Iván Zulueta. No niego la correspondencia –más que influencia- de cierta cultura trash entre cintas como Arrebato (1980) y Diamond Flash, pero creo que la película de Vermut coincide de una manera mucho más plena con el mumblecore norteamericano, esto es, tanto en una creatividad experimental que llega a planear sin complejos sobre el esnobismo, como en una economía productiva de guerrilla.
Al hilo del influjo yanqui, resulta imposible pasar por alto la palmaria cinefagia de determinada filmografía de autor independiente, ya más comercial, que acapara, por citar el ejemplo más ilustrativo, ecos de Pulp Fiction (Quentin Tarantino, 1994), reconocibles por ese atractivo cruce entre sordidez e intrascendencia, aquí mutada en cotidianeidad. También presenta, como la citada, un efectista cruce de tramas, cuya dosificación de información motoriza una intriga sin brújula. La asimetría domina la configuración de la forma: la embarazosa lentitud en el avance de algunas secuencias, no logra remontar en un defectuoso montaje (la tensa conversación entre Elena y Enriqueta en casa de la primera, es la mejor prueba). No obstante, queda compensada por el insólito efecto narcótico de unos planos eternos –que a veces destilan cierta deformación profesional al exigir una mirada atenta, como si de una viñeta estática se tratara, que ensaya con la profundidad de campo- que cumplen su función potenciadora de la expectación sobre un entresijo de aspecto tóxico, pero de raíz racional.
Los escasos miles de euros que ha costado Diamond Flash forzaban a su director a quedar a merced de una colección de interiores básicos, donde solo habría lugar para el simple careo de sus personajes por parejas. Vermut se arriesgaba entonces a confiar todo el trabajo a la palabra y la interpretación, sin ese acostumbrado extra de plasticidad que siempre conceden las viñetas. Pese al citado vínculo conceptual con el cine de bajo presupuesto norteamericano, su discurso no cede al desarraigo por la exposición de unos brillantes diálogos que contienen más cotidianeidad que extravagancia, identificando comportamientos de la vida real, auténticos y no necesariamente lógicos, mas no entroncados con las convenciones cinematográficas, subversivos pero sin alardes, muy al hilo de la Nouvelle Vague, que hacen de Diamond Flash un título raro, pero exquisito, dentro del desnutrido panorama español.
Un puñado de historias protagonizadas por mujeres –y dispuestas en cuatro capítulos de títulos alegóricos: Familia, Identidad, Sangre y Destello de Diamante- comparte dos nexos. Como hilo conductor en lo tangible, un secuestro, que arrastra con él otros dramas (el trágico descubrimiento de una familia, la soledad, los malos tratos, el abandono familiar…), nimios en primera instancia, mutan en meritorios competidores del rapto en rendimiento, relegándolo, incluso, a un segundo plano. Así, la película, en su segunda hora, se desprende de parte del suspense para pasar a la introspección y confirmar el dolor como denominador común en todas sus acepciones (como define oportunamente el monólogo radiofónico que escucha Enriqueta en su coche) y la búsqueda del amor como condición inherente a toda persona, sea buena o mala. Como equilibrio simbólico entre psicologías antitéticas, la píldora de placebo, un soplo naïf de fantasía, la figura misteriosa y efímera del superhéroe que da nombre a la cinta, que relativiza la percepción de las cosas según el ojo del que mira.
El estreno directo de Diamond Flash en Filmin no tiene que responder forzosamente a una incapacidad económica de su autor, pero sí obliga a la reflexión sobre las potenciales vías de exhibición para los trabajos low-cost. Además, Vermut apunta en su propia cinta, quizás de un modo inconsciente, la relevancia de las formas de comunicación en la sociedad contemporánea y multimedia que, igual que la oscilación maniquea del comportamiento humano, pueden encaminar a un fin o al opuesto, informar, desinformar o “malinformar”: llamadas telefónicas, mensajes de texto, medios de comunicación, invocación divina (de quien tenga fe), notas de andar por casa (en la boca de una de las chicas) o cómics (ingrediente intertextual firmado por el genial David Sánchez). Sin duda, sabe lo que se hace.
Tráiler:
Ficha técnica:
Diamond Flash , España, 2011.Dirección: Carlos Vermut
Guion: Carlos Vermut
Producción: Carlos Vermut
Fotografía: Carlos Vermut
Reparto: Ángela Boix, Javier Botet, Maria Cuéllar, Petra del Rey, Alba Guerrero, Miguel Insua, Klaus
3 respuestas a «Diamond Flash»