Reseñas de festivales 

Dos días, una noche

Dos días una nocheEl éxito de los hermanos Dardenne dentro del Festival de Cannes está más que consolidado. Los galardones que han conseguido van desde dos Palmas de Oro, Premio al Mejor Guion, el Gran Premio del Jurado y hasta dos Premios Ecuménicos. Tras el visionado de Deux jours, une nuit, todo apuntaba a que esta racha podría continuar. Parecía una apuesta segura. Un film con una importante lección sobre la moral y la dignidad personal frente a los intereses económicos es la envoltura perfecta para acercarnos un cine social sobre las dificultades económicas y laborales de la clase baja-media.

Este es el periplo de fin de semana que Sandra (Marion Cotillard) emprende junto a su marido, para intentar mantener su trabajo. Viajan de casa en casa para intentar convencer a sus compañeros de empresa para que voten por ella en vez de por la prima extra de salario a la que cada trabajador tiene derecho y así evitar que sea despedida. La tarea de convencer a una persona para que deje a un lado su beneficio económico y se sume al gesto de solidaridad para que Sandra conserve su puesto, no es tarea fácil. Tan difícil como lo tuvo el miembro del jurado interpretado por Henry Fonda en 12 hombres sin piedad (12 Angry Men, Sidney Lumet, 1957) al querer demostrar que los argumentos a veces no son tan evidentes como nos quieren hacer creer.

El filme nos presenta a Sandra como una mujer debilitada que quiere salir del agujero de depresión en el que se encuentra, enfrentada a un entorno que le supone una barrera. Tiene dos luchas. La interna, contra su baja autoestima, y la externa, en la que prima la supervivencia como madre de familia. La conclusión final se salda con un aplauso al unísono por parte del espectador, que está acostumbrado, por desgracia, a un sistema de nula catadura ética, corrompido por los intereses económicos.

 

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Una respuesta a «Dos días, una noche»

  1. «Los hermanos Dardenne desgranan toda una potente línea ideológica y sociológica de una forma natural, a partir de un conflicto dramático sencillo pero que se va desplegando hasta mostrar, capa tras capa, una generalidad mucho mayor. (…) El estilo narrativo de los directores belgas no puede, a estas alturas, engañar a nadie porque se siente tan real como la vida. Ya no solo por las historias que eligen proyecto tras proyecto, sino por su caligrafía de silencios; en realidad, de pistas de audio tomadas de manera exhaustiva de los entornos por donde se mueven los protagonistas. (…) una epopeya intimista, comprometida con su tiempo, pero donde también hay espacio para la esperanza y el amor propio.»

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