Investigamos
El amor del nuevo milenio: obsesivo, ambiguo y extraño
SUZHOU RIVER (Suzhou he), Lou Ye, China (2000)
Justo un mes después de inaugurarse el 2000, el director hongkonés Wong Kar-wai estrenaba su obra maestra In the Mood for Love (Deseando amar). Ese mismo año, a unos 1200 kilómetros de distancia, otro director dirigía una película sobre el amor y la pérdida con una estética muy similar. Filmando bajo la lluvia torrencial en las recónditas calles de Shanghai, Lou Ye recorría los suburbios sin permiso de las autoridades para dar a luz a una obra que se mantuvo discreta hasta conseguir el Tigre de Oro en el festival de Róterdam, premio que le abrió las puertas al panorama internacional como una de las mejores películas asiáticas de la llamada sexta generación.
“Si observas con curiosidad, el río Suzhou puede enseñarte todo lo que la vida significa; el trabajo, la familia, la soledad, la muerte, el nacimiento y el amor”. Toda una corriente de agua inmunda fluye por la ciudad, mientras su autor, con tono melancólico, recuerda una distorsionada y triste historia de amor en la que asegura haber visto a una hermosa mujer en forma de sirena a orillas del río. El protagonista, un repartidor que va en una motocicleta robada cumpliendo envíos para los matones de las barriadas, recibe el encargo de llevar a una joven a casa de su tía mientras su padre se alcoholiza en compañía de mujeres. Entre idas y venidas se enamoran, pero el romanticismo en los bajos fondos no tiene cabida y el destino irrumpe en sus vidas. La historia termina con un final tan desgraciado que el propio narrador no quiere continuarla, es entonces cuando el protagonista, años después, coge las riendas del relato y regresa a los callejones más recónditos para reencontrarse con el amor de su vida.
Filmada casi totalmente cámara en mano y con una estética urbana, con planos y enfoques que rozan el underground, Lou Ye recrea una hermosísima, a la par que desesperanzadora tragedia a orillas del río Suzhou, en donde la obsesión y la culpa se mezclan en un viaje de irrealidad y recuerdo, del fantasma y de la identidad desdoblada. Su nostalgia cansada, casi con falta de aire, impregna unas imágenes dignas de considerarla una joya asiática.
THE DUKE OF BURGUNDY, Peter Strickland, Reino Unido (2014)
¿Será que el leve sonido del río chocando contra las piedras recuerda a Evelyn tiempos mejores en su relación sentimental con Cynthia? Quizás cuando Cynthia se posaba encima suyo para orinar en su cavidad bucal sonaba parecido al agua del río chocando contra sus piedras. Y no es de extrañar que el sonido tenga un protagonismo tan definido si hablamos de Peter Strickland. El director británico lo considera tan esencial que le dedicó toda una obra como la genial Berberian Sound Studio.
Y es que The Duke of Burgundy relata la singular historia de estas dos amantes de la entomología, que se desean y mantienen una relación sadomasoquista en la que van surgiendo variaciones sobre un mismo tema; el juego del amo y el esclavo, o dicho de otro modo, la dueña y la criada. Esas interpretaciones y exigencias de guion (impuestas por ellas mismas, pero sobre todo por Evelyn) terminan por agotar a Cynthia, que busca una relación algo más convencional. Un simple pinchazo en la espada al mover un pesado baúl BDSM es el sublime punto medio para promover un cambio en la relación y notar que el paso del tiempo y la edad empiezan a desgastar este idilio tan interesante.
Que nadie piense en un relato bizarro, vulgar y explícito, Strickland (uno de los directores más fascinantes del panorama actual) se mueve en el campo del deseo con un tacto y una delicadeza que parecen elevarse igual que una mariposa aleteando sus alas.
Sofisticada e hipnótica obra de salón, sinfonía de sensaciones oníricas que envuelven un mensaje muy cotidiano: como mantener viva una relación sentimental pese a la monotonía de la vida, que por muy inusual que pueda parecer la de estas dos chicas, es solo una forma más de narrar la historia de dos mujeres que se quieren y se desean. Cuando la termines, te costará diferenciar si lo que has visto es una película o un sueño.
I’M THINKING OF ENDING THINGS (Estoy pensando en dejarlo), Charlie Kaufman, EUA (2020)
La mente de Charlie Kaufman siempre resulta un desafío introspectivo en busca de las reflexiones más profundas. Es un autor que defiende a ultranza el racionalismo: “Un pensamiento puede estar más cerca de la verdad, de lo real, que una acción. Puedes fingir hacer cualquier cosa, pero no puedes fingir un pensamiento”.
¿Parte el inicio de una confesión de la protagonista queriendo dejar a su novio? ¿Está hablando ella realmente, o es Jake, en el ocaso de su vida? A medida que avanza, el relato parece sugerir algunas pistas, y crees que le sigues el hilo, pero en casa de los padres de él hay varios giros que nos hacen pensar en otra teoría, o quizás, en diez teorías distintas más, y cuando te das cuenta, ya estás atrapado en el laberinto mental de Kaufman, un laberinto que dispone de múltiples salidas interpretativas. Si aceptamos la teoría de que todo forma parte de una fantasía, ¿por qué la fantasía se defiende? ¿Por qué parece tener consciencia propia incluso para manipular a su propio creador? Quizás tendríamos que hincar los codos y leer a los eruditos de la psicología para averiguar la respuesta o quizás solo estemos ante los retazos de una vida y sus momentos más agradables, dolorosos y humillantes de un octogenario frustrado y rendido ante el mundo.
Dejando las teorías a un lado, lo que realmente me interesa de esta obra es el meticuloso retrato que Kaufman hace de la sociedad y del sujeto que vive dentro de la estructura. Un individuo que vive con miedo, con inseguridades, que se siente vacío, que se acomoda en lo fácil, que su confusión para con el mundo lo paraliza, que interpreta pero no actúa. Dicho de un modo más desolador (si cabe): puntos inmóviles atravesados por el tiempo. Las menciones de los escritores Guy Debord y David Foster Wallace no hacen sino remarcar ese pesimismo taciturno de los protagonistas que se encuentran, literalmente, concluyendo el fin de su relación en medio de una tormenta de nieve.
Estoy pensando en dejarlo es inabarcable en ideas: deprimente, obsesiva y tan nostálgica como su creador. Un ensayo intelectual directo a nuestra psique que se despide con un plano final memorable. Entre las cinco mejores películas del 2020.
LIKE SOMEONE IN LOVE (Como alguien enamorado), Abbas Kiarostami, Japón (2012)
Todo lo que la cámara capta, lo que deja fuera de marco, los diálogos llenos de sabiduría y los silencios, absolutamente todo, es relevante y significativo en esta obra tan perfeccionista en la que parece no haber ni una fisura dispuesta a admitir peros. Akiko es una joven estudiante que se dedica a la prostitución en la gran urbe de Tokio. Su abuela ha venido a visitarla, sin embargo, ella se dirige hacia la casa de un anciano que precisa de sus servicios. No sabemos nada de su pasado, pero Kiarostami nos deja espacio y pistas para intentar hacer un esbozo de su vida y del por qué de sus decisiones. Por otro lado, el hombre mayor la recibe con dulzura, con la cena preparada e incluso con velas, en ningún caso desea su cuerpo. Rato después, una acción fortuita hace que el anciano tenga que hacerse pasar por su abuelo y ella por la nieta que tantos años hace que no visita.
Apenas son cuatro las pinceladas que el director iraní necesita para conseguir trazar una historia que se opone a la realidad, un juego de espejos en la que las identidades se suplantan fortuitamente para rellenar un vacío de afecto y significado en la vida de los dos personajes. Nunca veremos una versión prostituida de Akiko, un cuerpo ausente que solo ofrece su superficie, ni se hará explicito el drama existencial carente de afecto. La falsificación recrea una realidad provisional en la que dos almas humanas sin anclajes familiares ni sociales se necesitan mutuamente. Es un ejemplo perfecto de esa posmodernidad a la deriva que rehúye de cualquier realidad que le procure ser desierta y dolorosa.
Like Someone in Love debería estudiarse en las aulas de cine por su aparente simplicidad formal, por el uso del tiempo y por la gran profundidad que alberga con aspectos puramente minimalistas. La película necesita de la voluntad activa del espectador para apreciarla en todos sus significados. Es la obra de un artesano del oficio con un talento innato. Una lección cinematográfica en toda regla.
SHAME (Deseos culpables), Steve McQueen, Reino Unido (2011)
Brandon y su compañera de trabajo deciden conocerse. Van a cenar a un restaurante y de la conversación surge el tema de comprometerse sentimentalmente con alguien. A medida que la conversación va profundizando, el camarero no deja de interrumpir la mesa con preguntas típicas del servicio. Una escena que a priori podría parecer cómica deviene en un dramatismo sutil e inteligente, porque ya han pasado unos minutos del inicio y sabemos que Brandon (el protagonista) es un adicto al sexo. El director utiliza esta faceta para mostrar a un esclavo que ha sucumbido a los placeres del capitalismo extremo. La finalidad de conocer a alguien es puramente sexual, e incluso la mayoría de ocasiones evita el tener que mediar con la situación y paga directamente por el acto. Es un consumo agresivo en el que el cuerpo demanda y se hace con el control total del individuo; lo dionisiaco se apodera del ente. Que el camarero interrumpa constantemente una conversación que se vuelve profunda es trascendental, pues es la propia sociedad construida en el deseo efímero que quiere que los personajes no puedan indagar en el sentimiento verdadero.
Las localizaciones también ayudan a dar forma al concepto. Brandon utiliza a menudo el metro para desplazarse, ¿no es el metro un medio de transporte en donde las personas están de paso? Un lugar no estático, en el cual resulta imposible conocerse en profundidad.
De todas las recomendaciones, quizás sea Shame la que pueda explicar mejor de donde proviene toda la sintomatología de los personajes dentro del cine posmoderno en general y del amor en particular. El amor parece que ya no es posible, o si lo es, ha mutado de tal forma que se nos muestra irreconocible. El cuerpo se expone a una violencia sexual limítrofe, monstruosa, debido a la demanda insistente de placer y sensaciones extremas. Existe en todos estos personajes una sensación constante de insatisfacción, de perversidad obsesiva, ambigua y extraña. Una de las películas a analizar más importantes de nuestro siglo.