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El arte de lo innegable. La mirada de André Bazin.

André Bazin

“No hay un final. No hay un principio. Lo único que hay es pasión por la vida”, rezaba Federico Fellini, maestro cinematográfico. El director de La Strada (1954) y La Dolce vita (1960) reducía así el sentido de la existencia humana. Nada lejos de la realidad, la pasión ha sido motor de la evolución desde la creación de la especie. Esta emoción es el ancestro común de las personas que han sido claves en el desarrollo de cualquier aspecto de la vida. Estos pioneros enriquecen y hacen progresar los campos a los que se dedican. Y no hay campo más pasional que el arte. En el séptimo, el más reciente de todos, son pocos a los que se les puede catalogar como mitos, y dentro de la crítica cinematográfica, menos aún. Con entusiasmo y goce, escribo estas líneas ante la emoción de plasmar los pensamientos y la visión de uno de los estandartes de la crítica de cine. André Bazin, fundador de la mítica revista Cahiers du Cinéma, sigue siendo uno de los teóricos más influyentes del panorama cinematográfico. Adorado por muchos y cuestionados por unos pocos, fue un ferviente defensor del realismo, basando su teoría en las particularidades intrínsecas del séptimo arte. Para él, el cine es el arte de lo real, puesto que tiene la habilidad de captar la realidad, no solo para poder representarla, sino para elaborar un contenido fílmico verdadero. En sus escritos, sostiene que la realidad y el arte alcanzan su mayor conexión en el cine, ya que es el único soporte capaz de representarla fielmente, sin ninguna manipulación de por medio. A raíz de los nutrientes que otorga la realidad a la imagen, el cine confecciona un lenguaje con el fin de crear su propio espacio. A través de sus palabras, promulgó que el cine tiene las herramientas necesarias para poder crear un mundo imaginario y artificial, de modo que el espectador, acepte que dicha ilusión es real.

En su obra antológica ¿Qué es el cine? (Qu’est-ce que le cinéma?, 1958-1962), André Bazin es capaz de transmitir una pasión increíblemente inspiradora y alentadora para cualquier amante del cine. Es experto en llevar de la mano al lector por los caminos más sinuosos de forma plácida, y los sume en un estado hipnótico gracias al magnetismo de sus palabras. Uno de los puntos que sostiene la teoría cinematográfica de Bazin es “el montaje prohibido”. En sus textos de Cahiers du Cinéma, se posiciona en contra del montaje psicológico y adulterado presente en la mayoría de las películas. Para él, este tipo de montaje obliga al espectador a adoptar una actitud pasiva ante las imágenes, ya que los limita en el espacio cinematográfico. Por ello, defiende ese cine dotado de tomas largas, de retoques del encuadre, de la utilización profunda del campo de la imagen y del respeto a la acción dentro del espacio y tiempo. Gracias a estos ejercicios, el espectador tiene la libertad necesaria para poder leer con mayor soltura y profundidad, consiguiendo así la implicación del público, puesto que se encuentra activo ante las imágenes. Para los verdaderos aficionados al cine, es muy difícil discrepar sobre esta premisa. El valor del arte, no solo el de la gran pantalla, está en poder interpretar las obras bajo una perspectiva libre y no condicionado por las ataduras impuestas.

André Bazin

Con este principio, André Bazin divulgaba la necesidad ontológica del cine, no solo reproducir lo real gracias al respeto fotográfico de la unidad de la imagen, sino honrar a la acción dentro de un espacio. Es decir, el cine debe buscar tanto la sumisión a lo real como al tiempo y a la acción dentro del espacio cinematográfico. Para llegar a conseguirlo, el cine debe de deshacerse de ese montaje manipulador que destetaba Bazin: «el montaje sólo se puede utilizar en sus límites precisos (…) Cuando lo esencial de una situación depende de una presencia simultánea de dos o más factores de la acción, el montaje está prohibido”, comenta en su libro. En otras palabras, Bazin sentenciaba que una acción no puede verse adulterada por ningún corte, porque rompe la realidad ficcionada. Con el fin de ser más ilustrativo y clarificar los pensamientos de André Bazin, tomaremos como referencia, a modo también de homenaje, una escena de la película El globo rojo (Le Ballon rouge, Albert Lamorisse, 1956). La escena comienza con el niño protagonista que sale de un edificio y llama a un globo rojo que asciende hacia el cielo. De forma ilógica, el globo interrumpe su ascenso y acude al niño. Este intenta cogerlo ante las ágiles evasivas de la esfera, pero no lo consigue. Dándose por vencido, el niño sale de plano caminando, y el globo le persigue.

Esta ilusionante y mágica película de Albert Lamorisse sirvió de inspiración y apoyo a la teoría del montaje de André Bazin. Sin embargo, algunos ilustrados tachaban sus textos de utópicos e, incluso, radicales, sosteniendo que estaba en contra del montaje, pero nada más lejos de la realidad. Sí que está en contra del concepto idealizado del montaje, pero no de la utilización del mismo, siempre y cuando actúe en unos límites precisos. Y esos límites no deben traspasar la ruptura del espacio de la acción.Tan solo hace falta que la unidad espacial del suceso sea respetada en el momento en que su ruptura transformaría la realidad en su simple representación imaginaria. Por ejemplo, en la escena de El globo rojo, si toda la acción se construye sobre la base de planos cerrados e individuales, tanto del niño como del globo, el espectador nunca podrá realizar una interpretación de los hechos de forma libre ni tampoco conectará con la realidad de la escena. Sin embargo, el montaje de la película utiliza planos abiertos y encuadra al niño intentando atrapar al globo, que se escabulle como si tuviera vida propia. Automáticamente, se crea un espacio temporal real para el espectador. Es ahora, con ese plano abierto, que se da valor real a la escena.

El globo rojo

Con la necesidad de ser más específico, Bazin explica que no promueve un cine donde se grabe estrictamente la realidad de forma integral, puesto que automáticamente dejaría de ser arte. Él cree que el cine debe lograr que lo imaginario se integre con la realidad y la sustituya. El espectador, pese a saber vagamente los trucos cinematográficos, adopta una mirada de realidad ante los acontecimientos del relato. Lo importante es conseguir que el producto cinematográfico sea auténtico, dentro de sus límites. Por ejemplo, tomando nuestra escena, si lo que se muestra en la pantalla fuera verdadero y hubiera sido efectivamente realizado delante de la cámara, ya no existiría la película. Sin embargo, los trucos del globo son aceptados por el espectador y trasvasa lo imaginario a lo real. Al consumir películas, existe un pacto entre el creador y el espectador. Ambos reconocen la fantasía, pero aceptan consumirla como realidad para poder disfrutarla en plenitud. Por ello, en este sentido, el producto cinematográfico debe conseguir que el esfuerzo del espectador sea lo mínimo posible para el éxito de la película.

El cine es el arte por excelencia. Tiene el poder de conseguir apelar al alma de forma más sencilla que ningún otro. Esta es su mayor bendición y su mayor castigo. Existen muchos factores claves a la hora de elaborar una película y quizás el más determinante sea el montaje. Puede ser la etapa que eche todo a perder o que encumbre el producto. Bazin era consciente de ello y por eso fomentó su teoría del montaje prohibido. No siempre favorece al relato sino, que muchas veces, va en contra del propio arte. “La misma acción, según sea tratada por el montaje o en un plano secuencia, puede no ser más que mala literatura o convertirse en lo mejor del cine”.

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Una respuesta a «El arte de lo innegable. La mirada de André Bazin.»

  1. El 14 de abril de 2023, un día que los republicanos nacidos aquí -donde vivo- y los que como yo nacimos en 1942 en el País Vasco y su vida de niño a adulto a sido en otra parte, es un día marcado en el ADN. Para unos textos que estoy escribiendo anoche vi por enésima vez «Los cuatrocientos golpes», hace dos semanas me despedí de París y entre los recorridos estuvieron dos cementerios: uno para recordar a los federados de la Comuna, a los republicanos españoles de la II Guerra Mundial y a Jim Morrison por sus jinetes; el otro para recordar a Zola porque La curée me permitió enlazar mi profesión con el negocio urbano de los bulevares y a Truffaut por esos golpes que encajé saliendo de la adolescencia cuando él y Bergman me abrieron al cine.
    Te escribo, porque al ver la película ayer quería estar seguro de si la estación del Metro, cuando descubre a su madre, era la Porte de Clichy, pero también descubrí la película estaba dedicada a Bazin; asi llegué a tu magnifico articulo.

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