El camino más largo para volver a casa

«La vida solo puede ser comprendida hacia atrás,
pero únicamente puede ser vivida hacia adelante».
Soren Kierkegaard

Con El camino más largo para volver a casa, Las altas presiones y No todo es vigilia se ha terminado de conformar un estimulante y conmovedor tríptico de películas sobre un modo determinado de contar historias en el cine español. Son películas que miran hacia el interior, sin pretensiones, con una gran humildad, intentando encontrar un modo mejor de comprendernos a nosotros mismos y, sobre todo, a nuestro presente. Así, El camino más largo para volver a casa, ópera prima de Sergi Pérez, trata el duelo por la pérdida de un ser querido, Las altas presiones, de Ángel Santos, es un retrato de personas abatidas y decepcionadas que se han desorientado y han tomado decisiones a destiempo en la vida y No todo es vigilia, de Hermes Paralluelo, supone un bellísimo ejercicio de introspección en el apasionante universo íntimo de sus abuelos.

El modo en que Sergi Pérez articula y pone en escena el sentimiento de pérdida causa un brutal impacto y es capaz de generar la suficiente expectación como para acercarse a esta original propuesta con detenimiento y curiosidad, sabiendo que se encontrará en ella una sólida apuesta, resuelta metafóricamente.

Joel se levanta. Se respira una atmósfera negativa. Se intuye que algo malo ha sucedido. Tiene que llevar al perro al veterinario y se deja las llaves en casa. En esa búsqueda-viaje que inicia para encontrarlas, Joel se cruzará con una serie de personas por el camino. Para articular esta historia es fundamental la construcción del personaje de Joel, al que da vida Borja Espinosa, interpretando a un hombre sin rumbo, desamparado y desestructurado. Se trata de un personaje inestable, de carácter ambivalente, que se muestra con una bipolaridad que le hace impredecible.

El guion se hace invisible a la luz de la puesta en escena. Cuatro elementos adquieren una simbología especial y se usan con fines muy concretos. El perro Elvis, un bolso, las llaves y la vivienda. Así, el perro simboliza el punto sobre el que Joel exterioriza su ira interior, el bolso, la presencia indirecta del personaje ausente y el peso que aún no es capaz de quitarse de encima y las llaves de casa, el motor que sostienen el leitmotiv de la historia, mientras el personaje intenta encontrarlas para volver a su refugio, la vivienda.

Sergi Pérez hace uso de una cuidada y minimalista puesta en escena, basada en planos muy largos que acompaña de lentísimos movimientos de zoom (permitiéndonos sentir al personaje más cerca, así como todo su mundo interior y entender su situación) que contrastan con esos momentos en los que una cámara al hombro nerviosa sigue al personaje. La fotografía tiene una gama cromática de colores fríos, apagados y grises, que son reflejo de la lúgubre situación que vive. Hay un predominio de localizaciones de interiores, destacando los largos planos rodados dentro del vehículo cada vez que Joel se desplaza de un lado a otro, con el fin de mantenernos pegados al personaje, acentuando así la sensación de continuidad, a lo largo de ese viaje, de un modo más directo y realista. Este hecho le sirve también para encajar la música que utiliza en la película, la cual oímos a un volumen muy alto y es estridente y abstracta, lo que parece ahogar los pensamientos del protagonista y perturbar al espectador.

Se trata, por tanto, de una película críptica que narra, en palabras de su propio director, un viaje homérico, el de la vuelta a casa del protagonista, que se convierte en un demoledor y apabullante retrato del lamento de pérdida de un ser querido. Intencionadamente oscura y opaca en su planteamiento, igual que la interpretación del personaje de Joel, la cual empapa el film de ese limbo en que se encuentra sumido y que deberá asumir lo ocurrido en el pasado, sabiendo que la única vía de salvación es la propia vida y que esta solo puede ser afrontada de un modo, viviéndola hacia delante.

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