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El cirujano en crisis
He sido cirujano por más de 15 años, y, aunque es absolutamente indispensable, no es fácil mantener la estabilidad emocional para sostener la barrera que separa la vida personal de la hospitalaria. Ese frágil muro se construye con bloques extraídos del alma misma y demanda reparaciones y mantenimiento continuo, casi diario. Sin duda uno de los materiales que amalgaman dichos elementos de emociones es el sentido de la responsabilidad, esa sensación absolutamente interior que dicta en voz baja: “has hecho las cosas bien”; esa es una masa aglutinante de emociones, que permite regresar a casa en paz, incluso con el conocimiento del sufrimiento que se deja dentro de las paredes del hospital.
Vivir en paz cabalgando estoico entre el caos y la paz, bordeando la frontera de la locura de la enfermedad y la muerte por un lado, y la tranquila vida familiar por el otro, requiere la construcción de una sólida estructura emocional que solo se logra con el tiempo. Los espíritus de los fracasos siempre amenazan con cruzar el muro y meterse en la cama del cirujano amargándolo con largas noches de insomnio, de manera que solo el entrenamiento de las emociones y el trabajo responsable, pueden mantener la puerta cerrada a estos fantasmas de desesperación.
Desafortunadamente no siempre salen bien las cosas, la fragilidad del cuerpo humano, la fuerza de la enfermedad y las vicisitudes del destino, dejan por momentos al médico desarmado ante la inevitabilidad de la muerte frente a él. Comprenderla y poder transmitir incluso paz ante el fatal destino, es parte de la pesada escalera en ascenso del entrenamiento, el manejo de emociones, las propias y las de los demás, levantar barreras sólidas entre el hospital y la casa, crear y sostener empatía ante el sufrimiento sin dejar de lado la posibilidad de la felicidad, todo esto alcanzado, representa sin duda el piso firme sobre el que se deambula una vez que se dice haber conseguido la estabilidad profesional.
Parecería difícil concebir algo que pudiera penetrar esa barrera casi indestructible que el cirujano ha levantado, esa que puede dejar afuera incluso a la muerte y al sufrimiento, pero es justamente el propio galeno quien, en su calidad de ser humano imperfecto y frágil puede distraídamente fisurar el muro, y en un segundo perder poco a poco el control de todas las múltiples encarnaciones del sufrimiento que cruzan el umbral. Es así como el médico puede provocar la crisis de su vida profesional que lleve a desmoronar su historia por completo, tal como le sucedió al Dr. Steven Murphy.
El Dr. Murphy trabaja en una de las áreas más difíciles de la medicina, la cirugía cardiovascular. La mortalidad es muy alta, el sufrimiento es patente día a día, las expectativas siempre son difíciles de alcanzar y la frustración, tanto para el médico como para los pacientes y su familia son el pan de cada día. Aun así, dentro de esa adversa cotidianidad, en su película El sacrificio de un ciervo sagrado (The Killing of a Sacred Deer)” de 2017, el director griego Yorgos Lanthimos, retrata a un cirujano sólido, firme y estable, que deambula por los pasillos del hospital derramando tranquilidad profesional y parece tener los contrapesos claramente distribuidos en su vida. El doctor parece tenerlo todo en su sitio ideal. Su esposa Ann es una oftalmóloga exitosa y hermosa, Kim y Bob son sus hijos adolescentes, sanos y amorosos, tiene éxito profesional, es respetado en su área y además es rico. Pero hay algo que no está bien.
En una creativa y muy inteligente jugada del cineasta, lo primero que nos va a presentar es la extraña relación del Dr. Murphy con Martin, un adolescente un poco callado y que de alguna manera se percibe algo ajeno al médico. Los encuentros se sienten sinceros pero algo fuera de lugar, un poco forzados, es difícil definir qué es lo que está mal, pero hay cierta tensión entre ellos. A la par que Lanthimos muestra la exitosa y luminosa vida del cirujano, continúa insertando ese elemento de extraña inestabilidad en los encuentros con el chico. Poco a poco se va definiendo el rol del joven como hilo conductor al desastre, de quién se nos revela, es el hijo de un paciente que murió en la sala de operaciones bajo las manos del Dr. Steven Murphy.
Poco a poco el chico va ganando terreno en la vida del cirujano, de alguna extraña forma, el Dr. Murphy va cediendo ante la aparentemente bondadosa y solitaria figura de Martin, incluso lo invita a conocer su familia, a pesar de mentirle a Ann acerca del origen de su relación. El extraordinario guion del mismo Yorgos Lanthimos y Efthymis Filipou, permite que el imaginario del espectador transite entre teorías internas acerca de los personajes. En una primera aproximación, parece que el médico siente lástima por la situación en la que ha quedado un joven en una etapa crítica de su vida, sin la guía de un padre; pero luego se revela que en realidad el médico lo que siente es culpa pues, el afamado cirujano había estado bebiendo antes de la cirugía en la que murió el papá de Martin.
La vida Steven Murphy comienza a tambalearse cuando su hijo sufre una extraña enfermedad donde súbitamente se le paralizan las piernas. A pesar de toda la ciencia médica, es imposible identificar la causa y darle una solución. Y mientras el cirujano se ve hundido en la incertidumbre y la desesperanza, el hijo de su paciente muerto revela poco a poco su verdadero rostro y sigue ganado terreno en la invasión de la vida del médico. Maliciosamente consigue meterse en el corazón de Kim, la hija de los médicos además de forzar un encuentro entre la viuda y el médico para buscar una relación entre ellos. Martin ya no es el desamparado huérfano, parece revelarse como un vengativo ente lleno de malicia que va acomodando las piezas.
La crisis detona en cuanto Kim resulta con la misma y extraña parálisis de las piernas que su hermano, y ya en medio de la desesperación, Martin desvela la verdad y confronta al cirujano, ya que el mató a su padre, él debe a su vez perder a una persona amada, su esposa o alguno de sus hijos, solo que debe morir igualmente por su propia mano. Steven debe matar a alguno de sus hijos o a su esposa. En caso de no hacerlo, ellos van a ir muriendo progresivamente, primero perderán la fuerza en las piernas, luego perderán la posibilidad de alimentarse, luego sangrarán por los ojos y finalmente morirán todos.
En un tercer giro y torsión del guion, Steven pierde el piso, se quiebra y la crisis se detona, la verdad se revela, esa estructura donde el guardaba sus secretos se fisura y la podredumbre se derrama. Anna descubre que el cirujano de manos hermosas es humano, frágil y lleno de manchas, que ha estado viendo a la viuda de su paciente muerto y que bebía antes de cirugía. Sus hijos ya no pueden pasar alimento, están paralizados, con sondas de alimentación y Bob empieza a sangrar por los ojos. El médico se revela desde su interior, la culpa toma forma y empieza a considerar asesinar a alguien, primero y en un arranque de negación a Martin, luego, ante la verdad inminente, a alguno de sus hijos. Finalmente, y en una exquisita vuelta final, Martin se ve finalmente no como un ente de venganza, sino como un elemento detonador de auto justicia, él es el espejo donde se reflejan los defectos de un hombre que carga culpa y que tiene que hacer justicia.
La película de Lanthimos es una persecución psicológica de un hombre a sí mismo, el guion construye una crítica a la responsabilidad y la culpa, tejiendo personajes y relaciones que ponen en la mesa dichos dilemas desde la perspectiva de una ética superior y trascendente. El ser humano frente a sus secretos y la posibilidad de que éstos afecten a otros. Los personajes, impecablemente desarrollados, están llenos de recovecos, son tridimensionales, y de ahí parte la imposibilidad de decantarse hacia una solución correcta del conflicto. ¿Debe el médico matar a alguno de sus seres queridos para hacer justicia? ¿Qué tanta culpa tuvo en la muerte de su paciente? ¿Cómo debe afrontar su responsabilidad?
El lenguaje fílmico es impecable, encuadres limpísimos y llenos de luz que ponen a los personajes bajo los reflectores de la inquisición moral y secuencias llenas de diálogos teatralmente artificiales, mucho más cercanos a La favorita (2018) que a Canino (2009), pero que, muy al estilo Lanthimos, revelan claramente una intencionalidad fílmica, mordaz y armada para despertar la reflexión dentro del conflicto. No es casualidad lo que ocurre, y no es importante explicarlo tampoco, más allá de la sobrenatural maldición que recae en el médico, la arquitectura de la obra genera esa espiral afectiva donde todo gira vertiginosamente alrededor el Steven y conforme el caos se acerca, aumenta la velocidad del giro, tal como revela la secuencia de resolución del conflicto.
El sacrificio de un ciervo sagrado tiene un final cerrado, Lanthimos resuelve la película, más no el conflicto. La discusión no radica en las acciones, sino en sus consecuencias y como el círculo de desastre alcanza a más personas en cada intento por desenredarlo. Experimentar el filme, tal como otros del cineasta griego, es construir argumentos, tener una discusión interna y proponer salidas temporales, es saber que no hay soluciones totales y que la justicia siempre se ve diferente desde distintos ángulos. La crisis que plantea este filme me toca profundamente desde la óptica de la vida como cirujano, pero más allá de ésta, toda acción en el quehacer humano y sus alcances, la espiral que arrastra a todos con los que nos relacionamos hacia el vértice de las decisiones y la posibilidad de perpetuar la onda de expansiva destrucción. Por más difícil que resulte concebir la caída del muro que ha levantado el médico para resguardar su vida, Lanthimos demuestra que lo único imposible de concebir, es la reconstrucción total de su vida.