El Color Púrpura

Cuando empezó la temporada de premios de Hollywood a finales de 2023, estaba esperando que la nueva versión musical de El Color Púrpura (The Color Purple, Blitz Bazawule, 2023) estuviera nominada en cuanta categoría existe. Después de su rotundo éxito en Broadway y ganar varios premios Tony, el regreso a la pantalla grande de la novela de Alice Walker era muy esperado. Al ver la cinta, entiendo por qué no logró más de unas cuantas nominaciones por actuación: la música no refrescó la historia ni le aportó nada nuevo a la tremenda cinta que Steven Spielberg hizo casi 40 años antes y logró 11 nominaciones al premio Oscar.

De hecho, creo que es posible que esta maravillosa historia se haya vuelto aburrida. Y le tenía mucha fe, he amado los musicales desde que tengo uso de razón, pero este me ha decepcionado. Una nueva adaptación de esta historia era, simplemente, innecesaria. La cinta de Spielberg fue un éxito de taquilla en su año de estreno y marcó un cambio radical en la filmografía de este reconocido director. Y la versión musical en la pantalla grande puede ser, fácilmente, lo más débil de todo el trabajo de Bazawule.

La película empieza con un número muy gospel, “The Lord works in mysterious ways”, que resume claramente el mensaje de la historia. Estamos a comienzos del siglo XVIII en Georgia. Mister (Colman Domingo) es un hombre viudo de la zona que se interesa en la joven Nettie (Halle Bailey) y va a pedirle la mano a su padre, Alfonso (Deon Cole), quien se niega y obliga a Celie (Phylicia Pearl Mpasi), la hermana mayor, a casarse con el hombre.

Celie ve este matrimonio como la esperanza de alejarse del maltrato y abuso de su padre, pero se encuentra peores tratos, una casa sucia y desordenada, y un montón de niños caóticos sin madre. Nettie pronto se le une a su hermana, porque su papá quiere abusar de ella como hizo con su Celie, para encontrarse con que Mister quiere hacer lo mismo. Al verse rechazado, él echa a Nettie y las hermanas se separan.

Saltamos a 1917. Celie (Fantasía Barrino) es la mujer de la casa, sometida por Mister y agotada de su vida. Uno de los hijos de Mister, Harpo (Corey Hawkins), se va a casar con Sofia (Danielle Brooks), a quien ha dejado embarazada. Sofia es una mujer rebelde, que no se deja de los hombres de la época, se hace respetar a las buenas o a las malas. Esta recién llegada y la aparición de Shug Avery (Taraji P. Henson), una mujer que se alejó de la iglesia para dedicarse a cantar blues, van abriendo los ojos de Celie y la inspiran a cambiar, a encontrar su valor como mujer y no dejarse maltratar de nadie, nunca más.

La música, que es lo único novedoso de esta adaptación, va evolucionando con la época que están viviendo, algo interesante desde el lado narrativo, pero que hace que la historia lenta. Parece otro personaje más, a la que se le dedica más tiempo del necesario, en lugar de ser una herramienta narrativa para hacer avanzar la historia y para que los personajes expresen sus sentimientos más profundos

Durante la primera hora, las canciones son un homenaje claro a la historia afroamericana de la esclavitud y el blues, aquellos lamentos donde se expone la realidad de la época, el dolor de la vida que enfrentaban. Quizá por eso no logran ser ese tipo de canciones de musicales con coros pegajosos que se quedan en la cabeza al terminar la función.

Cuando Sofia interpreta su primera canción (Hell no!) y Shug Avery hace su estrambótico número al llegar al pueblo (Shug Avery), la música da un giro radical. Las canciones de esa segunda mitad de la cinta parecen escritas y musicalizadas por otras personas, pues se asemejan más a lo que se considera como un musical de Broadway: coros efectivos, música movida y coreografías visualmente atractivas. Cuando todo parece mejorar, la cinta vuelve a las baladas melosas que explotan el lado dramático de la historia y termina con una canción obvia (Llamada igual que la cinta, gran sorpresa) y floja.

Los números musicales de Celie no son totalmente orgánicos pues no se desarrollan en el mismo lugar de la escena de donde parten, son más bien unas ensoñaciones, como cuando ve a su hija por primera vez y se transporta a un campo de presos trabajando la tierra, para luego pasar a una pequeña catarata con mujeres lavando ropa.

Ella es una soñadora eterna que recuerda a Roxie en Chicago (Rob Marshall, 2002), quien veía el mundo a través de fantásticos números musicales, pero palidece en comparación a la cinta ganadora del Premio Oscar a Mejor Película de 2003. Acá las canciones de Celie son todas similares y van enfocadas hacia el crescendo, seguramente para demostrar el talento de la actriz que la interprete para alcanzar esas notas altas que enloquecen en teatro, donde los aplausos y elogios son inmediatos, pero pero en la cinta se tradujeron a números repetitivos. Se salvan muy pocos y no son memorables.

La cinta está bien hecha, no hay nada extraordinario en su parte visual o narrativa, no se siente que se haya “reinventado” la historia ni que ofrezca nada mejor que su predecesora. Sigue palpable ese contraste entre las mujeres fuertes y las sumisas, la violencia salvaje a la que se veían enfrentadas y la total injusticia basada en el color de la piel, todos los mensajes que la novela de Alice Walker buscaba transmitir.

Sin duda, el poderoso mensaje de la hermandad se mantiene, y todo gracias a las actuaciones de las tres mujeres principales: Barrino, Brooks y Henson son tremendos talentos que se echan todo el peso de la cinta encima, con increíbles voces y actuaciones verosímiles. Pero podrían haber hecho lo mismo sin cantar y no habría mucha diferencia. ¿Será este otro capricho de Oprah Winfrey, productora de esta cinta y actriz en la versión original? Es muy probable

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