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El deleite de una travesía

Encabezado para El deleite de una travesía

Hacía frío. Desde que el sol desapareció en el horizonte, la lluvia imperaba. El matraqueo de las gotas de agua al impactar contra la ventana enmudecía cualquier otro sonido. Allí estaba yo, sentado frente a la vieja máquina de escribir de mi abuelo. Le falta la letra E, que había perecido hacía tiempo, fruto de las incesantes acometidas sufridas durante más de medio siglo. Pero, paradójicamente, era el menor de mis problemas. La página en blanco me retaba. Llevaba dos horas manteniendo un duelo de miradas al más puro estilo western. Las preguntas rebotaban en los límites de mi cabeza: ¿Qué es el cine para mí?, ¿cómo puedo enfocar mi relato? No pasó mucho tiempo hasta que me percaté de que el silencio era el que engullía el ambiente. Libre de las redes de la página en blanco, levanté la mirada y vi cómo la lluvia no había terminado; simplemente había parado. Literalmente, las gotas estaban suspendidas en el aire retando a la física. Estupefacto y sin tiempo para pensar, tras de mí, junto al póster de La chaqueta metálica (Full Metal Jacket, Stanley Kubrick, 1987), emanó una luz cálida e intensa. Poco a poco, se transformó en una imagen familiar. Era el salón de la casa de mis abuelos. Inundado por los recuerdos y sin apenas control sobre mi cuerpo, entré en aquella especie de portal.

Al otro lado, con la estética de un sueño, me encontré en la casa donde había pasado grandes momentos de mi infancia junto a mis abuelos. Observé que en el sofá había un niño de unos tres años. Estaba absorto. En sus ojos, hipnotizados, se reflejaban las imágenes de una película. Veía Terminator 2 (James Cameron, 1991). Este icono clásico de la ciencia ficción es la primera película que recuerdo, la primera con la que tuve conciencia sobre el cine. Más allá de los dibujos animados que me entretenían, este fue el inicio de mi historia con el séptimo arte. No hace mucho la volví a ver y he de decir que ha envejecido muy bien. Aún siguen vigentes las merecidas alabanzas técnicas y es muy difícil no empatizar con el androide, interpretado por Arnold Schwarzenegger, o no emocionarse con la música de Brad Fiedel. Sin duda, le tengo un gran cariño.

Fotograma Terminator 2

Como si de un fundido a blanco se tratara, el salón se desvaneció y me trasladó a otro escenario. El olor a palomitas rancias y la incomodidad de las butacas era inconfundible. Estaba en el cine de mi pueblo. A mi lado, como siempre, se encontraban mi tío y mi hermano. Las luces se apagaron y comenzó la película. Era Reservoir Dogs (1992). El filme de Tarantino fue una de las primeras películas que me marcaron; esas que me hicieron abrazar al cine en estado puro. La salvaje narrativa, los elocuentes diálogos y el impactante poder visual y estético me dejaron perplejo y, tras ella, mi afán por este arte explotó. Memento (Christopher Nolan, 2000), Snatch, cerdos y diamantes (Guy Ritchie, 2000), El secreto de sus ojos (Juan José Campanella, 2009), Alguien voló sobre el del cuco (One Flew Over the Cuckoo´s Net, Milos Forman, 1975), Donnie Darko (Richard Kelly, 2001) y un largo etcétera aglutinan una cargada lista de películas que vi durante mi preadolescencia. Poco a poco, mi gusto se fue tallando.

De nuevo, una transición me llevó a otra sala, esta vez la de mi colegio. “Cine” era una clase extraescolar que ofertaban y, sin duda alguna, me inscribí. Recuerdo que el profesor era muy entusiasta a la par de didáctico. Proyectaba películas que no había ni tan siquiera oído hablar. Me señaló una puerta inexplorada aún. Lejos de las grandes producciones y los grandes nombres, existía una infinidad de películas a las que no había tenido acceso. Las que recuerdo con mayor nitidez son Los chicos del coro (Les Choristes, Christophe Barratier, 2004), La ola (Die Welle, Dennis Gansel, 2008) y Doce hombres sin piedad (12 Angry Men, Sindney Lumet, 1957). Esta última me fascinó por completo, tanto que, actualmente, sigue siendo de mis películas favoritas. Es un retrato punzante de cómo son y actúan las personas. Sidney Lumet disecciona a la sociedad con un trabajo que roza la perfección en la dirección y en los diálogos. En aquellas sesiones, el profesor nos encomendaba la tarea de hacer reseñas acerca de las películas que veíamos. Así, comenzaría mi andadura en la crítica cinematográfica, algo rudimentaria por aquel entonces y que sigo mejorando al día de hoy.

Imagen 12 hombres sin piedad

Agotado físicamente y extasiado en lo mental, este viaje en el tiempo me arrastró hasta una época más reciente. Me hallé en mi vieja habitación del primer piso en el que viví nada más llegar a la Universidad. Apenas tenía 17 años y allí estaba, recostado en aquella cama que te torturaba con sus muelles. Alejado de mi familia y en un mundo que se había convertido en prácticamente nuevo, mi consumo de películas era voraz. Veía una media de dos películas al día. A medida que iba enriqueciéndome personalmente, lo hacía también mi conocimiento sobre cine. Por mi retina desfilaron auténticas joyas de este arte, como Rashomon (Akira Kurosawa, 1950), Mulholland Drive (David Lynch, 2001), El caballo de Turín (A Torinói ló, Béla Tarr y Ágnes Hranitzky, 2011), Senderos de gloria (Paths of Glory, Stanley Kubrick, 1957), El ángel exterminador (Luis Buñuel, 1962) o La soga (Rope, Alfred Hitchcock, 1948), por citar algunas. También clásicos como El maquinista de la General (The General, Buster Keaton y Clyde Bruckman, 1926), Sucedió una noche (It Happened One Night, Frank Capra, 1934), El gabinete del doctor Caligari (Das Kabinett des Dr. Caligari, Robert Weine, 1920) o El gran dictador (The Great Dictator, Charles Chaplin, 1940). Un sinfín de películas, en el que también se encuentran muchas de menor calidad que no merecen mención alguna. Sobre todo, porque esa misma fuerza que me arrastró en este viaje, en un abrir y cerrar de ojos, me soltó donde todo había empezado. De nuevo, frente a la desmembrada máquina de escribir, la página en blanco me clavaba la mirada. La lluvia recia tronaba más que nunca, pero ahora, ya tenía una historia que contar.

Conocimiento y cine han ido siempre de la mano en mi vida. Son la fuente de mi formación, tanto personal como profesional. Desde que comencé a ver películas, mi gusto no ha estado encasillado en un género, en una época o en algún otro arquetipo. No sigo ningún mantra del estilo “las películas de Hollywood no sirven” o “las películas mudas son aburridas”, para nada. Me oriento más por las sensaciones que transmiten, por los sentimientos que me afloran, por la magnificencia estética, por el alarde técnico, por la demanda introspectiva, por las grandes actuaciones o por una soberbia dirección. Entiendo que haya gustos tan ramificados como número de películas existen, pero pienso que hay unos límites al intentar discernir entre el buen y el mal cine. Y esta es la mejor arma que tiene y debe utilizar un crítico.

Fotograma Reservoir dogs

Me puedo reír a carcajadas con Un cadáver a los postres (Murder by Death, Robert Moore, 1976) o Top Secret! (Jim Abrahams, David y Jerry Zucker, 1984), puedo emocionarme con Midnight in Paris (Woody Allen, 2011) o La vida es bella (La Vita è bella, Roberto Benigni, 1997), puedo fascinarme con El árbol de la vida (The Tree of Life, Terrence Malick, 2011) o Persona (Ingmar Bergman, 1966) y puedo gozar con La gran belleza (La Grande bellezza, Paolo Sorrentino, 2013) o Interstellar (Christopher Nolan, 2014). Para mí, el cine es ese niño en el salón viendo y rebobinando, una y otra vez, Terminator 2, es una fuente de aprendizaje, es explorar, es poesía, es música. El cine debe de ser un salto al vacío, debe de ser un disparo a quemarropa, un primer beso, la lluvia recorriendo tu piel, la esperanza. Debe ser pregunta y no respuesta, debe apelar al alma. Debe existir para ennoblecer el arte, por ser guía de la sociedad, por evolución, por sentido. Por un minuto largo. Por un segundo roto.

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3 respuestas a «El deleite de una travesía»

  1. Cuando nos hacemos mayores no hay mejor manera de continuar el camino que recordar que nos hizo llegar hasta aquí; sin duda los momentos de felicidad.
    Usted, logra en unos instantes, devolvernos la energía para continuar; nos ha devuelto la felicidad.
    Gracias.

  2. I’m pretty sure that this inner child could get the machine to stay, cause nothing like a person with no fears or limits to make them look like an illusion.

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