Críticas
El estio July
El futuro
The future. Miranda July. EUA, 2011.
Que la première de El Futuro fuera en el MOMA no es ninguna casualidad y es que lo que más me gusta de Miranda July es que no ceja en su empeño de buscar formas de expresión. Es una cineasta, quizá es más apropiado decir una artista, que no deja de experimentar, ya sea con sus perfomances, con su videoarte o historias cortas. Y es quizá por su carácter de artista que, en cada cosa que hace, evidencia la necesidad incontrolable de comunicar. La directora de El Futuro es algo más que la cineasta del indie como se la ha calificado, es una artista conceptual que trabaja sobre la construcción de la identidad, una cineasta que se vale de lo naif y de lo ingenuo para retratar con acidez la sociedad, las relaciones, el sexo y, en definitiva, cómo nos relacionamos.
En su segundo largometraje, El Futuro, Miranda July nos cuenta el miedo de una pareja a enfrentarse a la responsabilidad, cómo afecta a sus vidas la reflexión sobre el presente y cómo esa reflexión desmorona su futuro más inmediato. En este nuevo trabajo la directora no abandona gran parte de los elementos que caracterizan su peculiar estilo, un estilo fundamentado en lo abstracto, lo irreal, lo surrealista e, incluso, lo fantástico. Todo ello conforma su particular visión del mundo y su manera de hacérnoslo llegar. La directora aborda, en realidad, con mucha ironía, temas que ya había explorado con anterioridad en su primer film, Tu y yo y todos los demás (Me and You and Everyone We Know, 2005): la forma tan deficiente en que nos comunicamos, Internet y la sexualidad, su impacto en nuestras vidas y el valor de las pequeñas cosas.
Sophie (Miranda July) y Jason (Hamish Linklater) son una pareja de treintañeros que ha decidido adoptar a un gato Paw Paw, al que le quedan seis meses de vida. Cuando van a recogerlo, el felino está aún recuperándose, por lo que tienen que esperar un mes más para poder llevárselo a casa. La buena noticia, en cambio, es que el gato podría llegar a vivir mucho más, hasta cinco años si lo cuidan bien. Sin embargo, si seis meses de responsabilidad parecían algo aceptable, cinco años (¡cinco!) encienden la alerta roja en los protagonistas. Dentro de cinco años ellos tendrán casi cuarenta, y cuarenta –deducen- «es casi cincuenta, y con cincuenta, la gran vida ha terminado”.
La historia, en apariencia ingenua, refleja con humor e ironía a una generación con grandes problemas para comprometerse o quizá, más bien, para aceptar que es capaz de hacerlo. Miranda July retrata con gran acierto a una generación que vive de trabajos que no les gustan y para los que están sobre cualificados. Es la generación que está inmersa en la crisis del capitalismo, jóvenes cuyos trabajos temporales se eternizan, jóvenes hiperconectados y, a la vez, totalmente desconectados de su entorno, jóvenes (ya no tan jóvenes) que sienten que están en el mundo para hacer algo más de lo que hacen. Es esa generación que siente que está destinada a expresar y decir cosas. El gato no es pues sino una metáfora de ese miedo a la responsabilidad, un detonador que amenaza con hacer estallar la vida de la pareja.
En el mes que tienen antes de que llegue a casa Paw-Paw, Jason decide dejar su trabajo y se dedica a recorrer Los Ángeles puerta por puerta, intentando vender árboles para plantar. Recorriendo casas, Jason, se topa con Joe, un anciano con el que automáticamente establece una relación de complicidad. La historia de Joe, explicaba la directora en una entrevista, surge de un proyecto previo, donde la cineasta llamaba a hombres y mujeres que se habían anunciado para vender artículos de segunda mano y a los que entrevistaba. Joe Putterlik es, en palabras de Miranda July, “una de las personas fascinantes que conoció”. Jason parece finalmente alcanzar cierta serenidad en la figura del anciano. La mirada de Joe sobre la vida parece alumbrar la propia existencia de Jason. Sophie en cambio intenta hacer algo creativo, pero es incapaz de llevar a cabo el proyecto de treinta días-treinta bailes, que consistía básicamente en colgar día tras día un baile en la página web Youtube. Frustrada y desorientada, acaba involucrada en una relación con un hombre divorciado, no por deseo sexual, no por amor, sino porque desea desesperadamente huir de su realidad. La verdadera cuestión que prevalece es que cuando se piensa el futuro, éste pronto se convierte en presente, y la única manera de pensar ese presente es en pasado.
Miranda July fracasa cuando intenta narrar a la manera clásica, cuando se empeña en desarrollar los personajes y las relaciones sin emplear su lenguaje. Ese lenguaje que desarrolla durante la película, por ejemplo en una de las perfomances que realiza ante la webcam, y que es sin duda uno de los momentos más abstractos e hilarantes del film. Es en estas perfomances y en esa forma de narrar donde se encuentra la parte más poderosa del film, donde subyacen temas recurrentes en su carrera, en este caso, la relación con el cuerpo y la búsqueda de un movimiento perfecto con el que comunicarse. Y es también cuando aparece su impronta creativa, cuando ofrece los momentos más oníricos y poéticos, como en la escena en la que mediante flashbacks y flashforwards le permite a Jason parar el tiempo o controlar el mar.
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Trailer:
Ficha técnica:
El futuro (The future), EUA, 2011.Dirección: Miranda July
Producción: Gina Kwon, Roman , Gerhard Meixner
Fotografía: Nikolai von Graevenitz
Música: Jon Brion