Críticas
El circo sigue su curso
El gran carnaval
Ace in the Hole. Billy Wilder. EUA, 1951.
Expectantes ante ciertas noticias de los medios de comunicación que nos mantienen en vilo durante los últimos días, nos ha entrado la inquietud de revisar la película que Billy Wilder dirigió en 1951, El gran carnaval (Ace in the Hole). Protagonizada por Kirk Douglas, destripa la historia de un periodista sin ningún escrúpulo, a la búsqueda de la noticia que inevitablemente deberá llevarle a la fama y al éxito profesional.
Kirk Douglas es Charles Tatum, conocido por “Chuck”. El filme se inicia cuando llega a una población de Nuevo México, concretamente a la redacción de un pequeño diario en busca de trabajo. No se preocupa en ocultar ante el director y demás miembros del periódico sus lamentables antecedentes laborales. Chuck ya ha colaborado con otras publicaciones del país, incluso algunas de ellas muy prestigiosas de Nueva York o Chicago. Pero fue despedido de todas por diversos motivos, entre los que se encontraban jugar con el alcohol o con asuntos de faldas cuando no tocaba. No parece precisamente que el seguimiento de los principios deontológicos de su profesión de comunicador vayan con su personalidad y, casualmente, aterriza en un diario, en el que la búsqueda de la verdad es perseguida, honrada y exhibida con bordados de lujo.
A pesar de todo, Chuck es contratado por el director, un personaje que desde el primer instante destila honestidad. De tal forma comienza nuestro protagonista su aventura en el rotativo, con la esperanza de que aquella noticia que anhela como “agua de mayo” para acceder a la gloria se produzca en cualquier instante. Tampoco nuestro redactor tiene demasiado problema en que si la misma no surge, deba intervenir en su creación o manipulación. Pero los meses van transcurriendo y la oportunidad parece que se hace demasiado de rogar. En dicha tesitura se encuentra al año de trabajar para la gaceta, hastiado ya de los sucesos que debe dar a conocer a los lectores de la publicación, acontecimientos que considera totalmente vulgares. En una de estas se le encarga, junto con un joven fotógrafo de la plantilla, cubrir una cacería y exhibición de serpientes. De camino a tan magno acontecimiento, en el que incluso van a intervenir los cargos más insignes del lugar, tropieza con una especie de gasolinera que, además, funciona como bar y motel de carretera. En el momento y en el sitio más inesperado surge lo soñado con avaricia. Y ese lugar en la nada se denomina Escudero y pertenece al condado de Los Barrios. Allí encontrará nuestro reportero su éxtasis particular.
Poco se podría decir de Escudero, más que se trata de una zona desértica y rodeada de montañas, en la que vivieron, fallecieron y fueron enterrados muchos seres humanos de raza india que habitaron esas tierras durante siglos. No se nombra en el filme el abrupto final de la ocupación, pero nos lo podemos imaginar. Pues bien, qué casualidad, justo cuando llega Chuck a ese apartado lugar, un hombre blanco aficionado a la búsqueda de reliquias indias, acaba de quedar atrapado en una de las cuevas. Y como comprenderán, vistos los antecedentes, nuestro entrañable reportero no puede dejar pasar la ocasión que quizás pueda convertirse o convertirla, es lo mismo, en la bomba que le lleve directo al infinito, a la gloria periodística; como mínimo, al Premio Pulitzer.
Billy Wilder acierta plenamente con una historia que remueve conciencias y economías. Como en determinado momento manifiesta el protagonista, a la gente no le interesan las noticias en sí, sino solo las malas. Y además, deben de ser humanas. No es importante que ochenta niños se ahoguen atravesando el Mediterráneo porque huyen de la guerra, del horror de una masacre bélica. Da igual, eso no interesa, no impacta. Esos seres no tienen nombre, ni siquiera la misma nacionalidad y si nos apuran, tampoco la misma religión que los lectores de las noticias. A nadie interesa si viven o mueren, padecen hambre o contraen enfermedades. En cualquier caso, tampoco vamos a mover un dedo para auxiliarles de algún modo. No, eso no, aunque existan leyes internacionales muy claras al respecto. Pero si un hombre, que además vive en tu región y encima es de igual raza y ora al mismo dios, tiene nombre y apellidos que se conocen, un pasado por averiguar y una familia a la que se puede entrevistar, y ese hombre se queda atrapado entre rocas…. Claro, una pera es una pera y una manzana es una manzana. Y la diferencia entre los dos supuestos resulta diáfana. ¿O no? Con nuestro hombre blanco, que tiene nombre (Leo Miñosa), mujer, familia y además fue “héroe” de guerra, la expectación máxima está servida. Sensacionalismo puro y duro, morbo generalizado del que ya estamos demasiado acostumbrados más de medio siglo después de que el gran Billy Wilder lo llevara al cine.
El largometraje no ahorra en miserias ni se olvida de obviedades. Dolor y negocio quedan retratados sin piedad alguna. En cuanto a lo primero, al dolor, lo dejaremos para la familia más cercana. Sobre lo segundo, el negocio, deben repartírselo el resto de participantes. Y hablamos no solamente de periodistas sin escrúpulos, sino también de sus directores, de mujeres desengañadas, de contratistas que prefieren seguir la corriente del poder, de comisarios del condado corruptos o gobernadores atentos a la próxima reelección. Una delicia de especímenes humanos repugnantes.
Billy Wilder, con El gran carnaval, comienza la producción en solitario de sus películas. Y con ella, recurre en su puesta en escena a un realismo que se acentúa con el expresionismo conseguido en la actuación de Kirk Douglas como Charles Tatum, periodista tramposo, agresivo y arribista. El mismo Wilder empezó a trabajar en dicha profesión en 1924, en Viena, hasta que en 1934 dirigió en París, junto con Alexander Esway, Curvas peligrosas (Mauvaise graine). Precisamente, esa experiencia como periodista le ayudó enormemente para dibujar, tanto en esta obra como en Primera plana (The Front Page, 1974), esa imagen de redactores sin escrúpulos e indiferentes con el sufrimiento de otros. Pero además de apuntar contra dichos profesionales, Wilder también disparó en El gran carnaval contra el público, que no recibió con entusiasmo la patética imagen que de ellos mismos se ofrece en el filme. Una multitud de seres al acecho de desgracias ajenas. Un inteligente reflejo que convirtió al largometraje en un fracaso en taquilla.
Con un ritmo trepidante, se reflexiona sobre el egoísmo y el espíritu cautivo de los humanos, en búsqueda de la gloria o, al menos, con la esperanza de que no les roben las migas. Y si hay que mentir, se hace, y si hay que delinquir, pues también. A quién le importa si lo que está en juego es la supervivencia de un hombre. A muy pocos. Y en este punto, resulta imposible olvidar ese plano general del padre de Leo en la lejanía, de espaldas y destilando una tristeza profunda, mientras es observado en silencio por Chuck y su ayudante.
Estamos ante un excelente filme, que debería ser recordado con frecuencia en las facultades de comunicación, además de ser exhibida con regularidad en las televisiones de mayor audiencia. Qué mejor comienzo que ser conscientes de nuestras propias miserias.
Tráiler:
Ficha técnica:
El gran carnaval (Ace in the Hole), EUA, 1951.Dirección: Billy Wilder
Duración: 111 minutos
Guion: Billy Wilder, Lesser Samuels, Walter Newman
Producción: Paramount Pictures
Fotografía: Charles Lang Jr. (B&W)
Música: Hugo Friedhofer
Reparto: Kirk Douglas, Jan Sterling, Robert Arthur, Porter Hall, Frank Cady, Richard Benedict, Ray Teal, Lewis Martin, John Berkes, Frances Dominguez, Gene Evans, Frank Jaquet, Harry Harvey, Bob Bumpas, Geraldine Hall, Richard Gaines