Críticas
El horror que no se ve
El hombre invisible
The Invisible Man. Leigh Whannell. Estados Unidos, 2020.
En esto del cine, a veces, tiene uno la sensación de eterno retorno. Hay fórmulas que parecen no agotarse y regresan a las pantallas en intentos de rememorar épocas pasadas. Parece que Universal se encuentra en uno de esos procesos de lanzar la vista atrás, decididos al rescate de una de las célebres señas de identidad de la productora. Sus monstruos clásicos son parte esencial de la historia del séptimo arte, leyenda sustentada con clásicos esenciales interpretados por iconos como Bela Lugossi o Boris Karloff en los papeles de Drácula o el monstruo de Frankenstein. En ese intento de nostalgia por las glorias pasadas, Universal apostó hace no mucho por lo que se denominó Dark World, a la postre una renovación de mitos, que se quedó en un estruendoso batacazo tras el desastre a todos los niveles que provocó la insultante versión de La momia (Alex Kutrzman, 2017) con Tom Cruise a la cabeza.
A pesar de esa mala experiencia, y de que parecía que el susodicho Dark World nacía y moría con ese engendro, Universal tiene cartuchos de sobra en la recámara. El hombre invisible es el nuevo tanteo a esas leyendas de antaño, a la búsqueda de un lugar para estos monstruos en la histeria del siglo XXI. A priori, algo complicado, puesto que la historia de H.G. Wells ha sido tantas veces adaptada y repensada que regala cierta sensación de hastío y repetición. He de confesar que no era muy optimista, vistos los precedentes de la Universal, la pretendida resurrección monstruosa y el hecho de que conocía de sobra el contenido de la obra. Resulta que Leigh Whannell, director y guionista de El hombre invisible, derriba todas mis ideas previas a base de actualización total del contexto del perverso científico, reconstruyendo las ideas clásicas, pero transformadas en un sobrecogedor relato incrustado sin paliativos en la sociedad de hoy. El resultado es la agradable sorpresa de lo inesperado, rodada con elegancia exquisita y manejo magistral de los tiempos de la película, envuelto en un entorno aterrador, por íntimo y cercano.
Whannell recoge el guante de la historia, ya por todos conocida, de un científico loco que cede a sus más bajos instintos cuando descubre la fórmula de salir indemne de sus crímenes. Para la ocasión, reviste la trama de cercanía, planteando el horror desde un punto de vista desgraciadamente actual, con el foco puesto en la violencia de género. Precisamente, por la naturaleza del trauma de la protagonista, es fácil empatizar, hacer propia la angustia a la que se ve sometida en la soledad de su descenso a la locura, empujada por un sociópata de alta tecnología, dejando patente el infierno de la víctima a todos los niveles. Anulada, despojada de dignidad, sin medios y cuestionada por su entorno, más allá del contexto fantástico, es simple extrapolar la situación a la realidad de cualquier persona sometida a esta clase de atrocidad cotidiana.
En las formas, Whannell demuestra algo más que oficio. Los espacios son ostentosos de manera intencionada, turbio espejo en el que se refleja la protagonista, atrapada en un mundo de apariencias. La cámara se mueve de manera orgánica por esos escenarios. El director maneja la velocidad con intención e intensidad, acelera la acción justo en el momento indicado, y deja que el angustioso temor del día a día sea protagonista con calma y atosigante sosiego cuando es necesario. La sensación de ansiedad se contagia al espectador, rendido a la lucha del personaje interpretado por Elisabeth Moss contra un enemigo del que tenemos certeza de su existencia, pero al que no podemos ver. Somos cómplices de la protagonista, únicos compañeros contra todos aquellos, incluso los más cercanos, que ponen en duda la cordura de la víctima. La conexión que consigue Whannell con muy pocos elementos es digna de elogio.
Si el aporte visual de Whannell a la película la pone por encima del producto de terror medio, es de justicia reconocer que Elisabeth Moss es parte esencial de las bondades de la cinta. El hombre invisible gira alrededor de ella, de la intensidad con la que dota el resbaladizo viaje contra su pasado, mientras mantiene la entereza y no se deja devorar por sus demonios. Es creíble, cercana y poderosa, único personaje con contenido real y cambios emocionales rotundos. Todo un recital de una actriz que gana enteros con cada trabajo.
El hombre invisible cambia las reglas del clásico a base de contenido social añadido al suspense, sin que ese activismo evidente quite magnitud a la tensión reinante en cada minuto (literalmente, desde el primero). Los equilibrios entre la carga dramática y los elementos obligados del terror hacen de El hombre invisible un conjunto sorprendente, exitoso e incluso arriesgado, sin reproches respecto a la admiración reverencial por la obra original u otras versiones cinematográficas de la misma historia. A pesar de esa seña de identidad, hay cosas que debilitan el resultado, como ciertos golpes de efecto, al parecer inevitables en el género, y algunos patinazos en la cohesión de la trama. Con algunas soluciones o momentos para hacer avanzar la historia hay que comulgar con piedras de molino, no queda otra. Aún así, El hombre invisible ya se cuela entre lo mejor del género fantástico del año, con muchas más virtudes que defectos.
Tráiler
Ficha técnica:
El hombre invisible (The Invisible Man), Estados Unidos, 2020.Dirección: Leigh Whannell
Guion: Leigh Whannell
Producción: Blumhouse Productions / Dark Universe / Universal Pictures / Goal Post Film.
Fotografía: Stefan Duscio
Música: Benjamin Wallfisch
Reparto: Elisabeth Moss, Storm Reid, Harriet Dyer, Aldis Hodge, Oliver Jackson-Cohen, Zara Michales, Michael Dorman, Benedict Hardie, Renee Lim, Brian Meegan, Nick Kici, Vivienne Greer, Nicholas Hope, Cleave Williams, Cardwell Lynch, Sam Smith, Serag Mohamed, Nash Edgerton, Anthony Brandon Wong
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