Críticas
Por sobre todas las cosas: el arte
El hombre que vendió su piel
Otros títulos: The Man Who Sold His Skin.
L'Homme qui a vendu sa peau. Kaouther Ben Hania. Túnez, 2020.
El arte entre lo aséptico y la dignidad humana. Un artilugio valioso despertará movimientos sociales en defensa de los derechos humanos. El descuido, que da origen a un serio inconveniente penal, es absorbido por la omnipotencia del terreno artístico.
Sam Alí es un ciudadano sirio, en medio del júbilo, por la relación que mantiene con su novia, convoca a una revolución sobre un tren. Metáfora al servicio de la expresión por liberación de emociones. El error lo manda a prisión. Es encarcelado, víctima del sensible movimiento político, pero logra escapar. Debe emigrar al Líbano. Allí, se contactará casualmente con un artista a quien venderá su espalda a cambio del reencuentro con su pareja.
El arte es purificación por asepsia en contexto de ricos. No interesa el refugiado sirio, se convierte en objeto, obra apreciable y comercializable. Desvío de la atención política en aras del negocio; límites que cuestionan un reclamo general no traducido en sufrimiento. Un beneficio material que impulsa hacia la libertad y pone en tela de juicio los reclamos. Códigos del mundo capitalista en acción: donde el dinero interviene, “las arbitrariedades se vuelven dudosas”.
Obra de arte que contempla la pureza en el resultado de su ejecución, abre paso a un plano donde el color blanco ilustra la concepción: la neutralidad en la asepsia está fuera de discusión. Un cuadro trasladado por individuos vestidos de blanco, con guantes blancos y sobre un fondo blanco; recorrido ante mínimos movimientos de cámara, cortos travellings y discretos paneos; todo un ceremonial de cuidados ante lo neutro, lo puro, lo que va más allá de las disputas en torno al valor. No se discute la importancia suprema del arte. Lo mundano, lo humano-político, se diluye ante tal supremacía de lo objetivo. Millones de euros respaldan, el sistema hace la venia. Valor indeterminado al alza constante que promueve respeto y reverencia. La categoría de existencia artística es capaz de borrarlo todo, hasta la humanidad y sus prejuicios.
Interesante trabajo de Ben Hania, nos sitúa ante lo que podría ser un ensayo acerca del valor y sus implicancias. Una ruta que decanta en los efectos de una simple piel teñida de colores, solo eso basta para un cambio de status: la dilución del soporte, en tanto remisión a una espalda que debe ser controlada por una individualidad. A nadie le importa, mientras no afecte las exhibiciones, las ganancias y el prestigio.
Un más que destacable Yahya Mahayni en el papel de Sam. Mezcla de pasión incontrolada y sosiego final, aprovechamiento de las mejores posibilidades sin descuidar principios morales en emergencia. Límites al descontrol, un combate que lo eleva, gira en torno a una ética que no olvida los afectos. La venganza es descartada, demostración de cambio por la vida. Las pasiones ya no gobiernan, son reducidas a pequeñas explosiones controlables. El juego en la dicotomía es el carácter contundente que Mahayi exprime en su papel; a medida que la cinta transcurre, lo agota de forma gradual e intermitente. Vuelve creíble a un personaje agobiado por las contradicciones de un mundo que permite el despliegue de la propia identidad bajo un cúmulo de condicionamientos y restricciones. Serán avaladas por el poder de turno, llámese movimientos políticos u obras generadoras de veneración.
A destaque, aunque en menor medida, Jeffrey Godef, el poder de la excentricidad, sus fugaces apariciones despuntan en un control que se volverá más eficaz en connivencia con su aparente víctima.
Un desenlace retorcido reaviva la intención en el control. Poder que se reparte, sorpresa en un marco con evoluciones personales. Sam hará patente su conveniencia en un movimiento que conserva y equilibra interés personal con moral autónoma. El sistema parece gobernar lo que no gobierna; los personajes representan lugares pautados de antemano. Todo se desbarata en una realidad con sabor a mixtura, las posiciones se volatilizan en intempestivas conveniencias. Quizá, la parte más floja del guion, si se la considera en términos de irrupción improcedente, fuera de todo cálculo lógico, un viraje instantáneo que sortea la posibilidad de cualquier proceso “realista”.
Película de refugiados, desafío a la resistencia con la fortuna a su favor. Comparación en categorías mediada por toques de circunstancia articulados en paquetes que desplazan posiciones hacia lugares opuestos. Otra vez, la pasión, la pérdida de control, factores que, en su inversión, condicionan las vidas de los personajes, las trasladan a esferas contrapuestas de la existencia, nada está definido, no hay seguridades. Aun puede ganar el perseguido, no necesita de la solidaridad para subsistir.
Una fotografía muy cuidada anclada en matices definidos por una iluminación que crea contextos difuminados durante varias escenas, en especial, dentro del museo. Alusión a lo turbio, lo indefinido, atmósfera sombría, interrogantes vinculadas a lo ilegal, es el lugar de Sam: explotado o no? Aún no está claro. Las reglas de juego ameritan espacios de poder que, bien utilizados, pueden generar sorpresas.
Movimientos de cámara, sutilmente sinuosos, recorren ambientes artísticos de diversa índole. Delimitan contexto, lo grafican, demarcan instancias de conflicto donde se juegan impresiones sobre el otro; un a priori que opera desde fantasías previas articuladas a una observación directa, cuidadosamente explotada. Sam no sabe de explosivos, no obstante, sí sabe cómo generar pánico. Es su momento, su figura es central, el travelling lo contempla en acercamiento a primeros planos y giros en plano detalle. Luego, la verticalidad, del avance y la huida, desbarata el orden; el sistema trastabilla, abre acceso a la vuelta de tuerca que vendrá.
La cámara se luce sin llamadas de atención, el significado brota cuasi sin saberlo, propone ráfagas de naturalidad que son absorbidas en la trama sin destaque. La prolijidad otorga belleza implícita adornada de sutiles conceptos.
Vale la pena hacerse un tiempo para ver una película diferente, donde el tema del refugiado esquiva la vulgar y trillada reivindicación del pobre diablo maltratado por la sociedad, en su lugar, accedemos a un territorio móvil, donde las cosas no son tan obvias. El esquema tradicional resbala ante los cambios. Estamos frente a una historia versátil que nos mantendrá en vilo hasta el final.
Ficha técnica:
El hombre que vendió su piel / The Man Who Sold His Skin (L'Homme qui a vendu sa peau), Túnez, 2020.Dirección: Kaouther Ben Hania
Duración: 104 minutos
Guion: Kaouther Ben Hania
Producción: Coproducción Túnez-Francia-Bélgica-Alemania-Suecia; Cinétéléfilms, Tanit Films, Kwassa Films, Laika Film & Television, Twenty Twenty Vision Filmproduktion,
Fotografía: Christopher Aoun
Música: Amin Bouhafa
Reparto: Koen De Bouw, Dea Liane, Yahya Mahayni, Monica Bellucci, Husam Chadat, Rupert Wynne-James, Adrienne Mei Irving, Najoua Zouheir, Saad Lostan, Nadim Cheikhrouha, Wim Delvoye, Montassar Alaya, Marc de Panda, Jan Dahdoh