Reseñas de festivales
El mercado
Aun tratándose de un trabajo realizado por encargo, el notable documentalista argentino Néstor Frenkel demuestra que su excelente predisposición para registrar la irrupción de lo extraño en lo cotidiano, a través de personajes entrañables, sigue vigente y hasta se sobrepone a ideas ajenas.
En esta, su primera incursión en geografías y leyendas porteñas, Frenkel se aproxima hacia la edificación más imponente e intrigante de la ciudad de Buenos Aires: el Abasto, otrora mercado de frutas y verduras devenido en imponente shopping tras más de una década de abandono (y por donde supo desfilar la comunidad cinéfila en varias ediciones del BAFICI, del que fue sede hasta hace un par de años). Símbolo de la opulencia arquitectónica argentina, siempre mirando hacia París, rodeado de una periferia marginal tan versátil como colorida. Frenkel comienza acercándose a dos veteranos que se dedicaron a la fabricación de balanzas para comercializar con los antiguos trabajadores del mercado. Ambos personajes –dignos habitantes de la galaxia Frenkel- se contradicen y desmienten mutuamente, superponen sus esfuerzos por dar cuerpo al recuerdo compartido, y la cámara los registra, totalmente fuera de lugar, en la frívola inmensidad de los luminosos pasillos del actual centro comercial, donde terminan siendo víctimas del precio de un simple café cortado en su patio de comidas. Luego de estos primeros felices minutos iniciales, el director persigue las sombras del fantasma de Carlos Gardel, célebre inquilino del barrio y ahora evanescente habitante del pequeño museo donde se le rinde tributo en las proximidades del edificio, en el que, lejos de deleitarlos con su inmortal voz, molesta y asusta a los empleados de seguridad nocturnos.
La pompa con que se describen las ampulosas virtudes edilicias del Abasto se contrapone a la modernidad contestataria de algún diseñador que vive en sus inmediaciones o a la poesía involuntaria de algunos marginales que rodean o recorren sus actuales instalaciones, ofreciéndose a los ojos de sus visitantes como exotismos sin representar una amenaza para la seguridad y el confort burgués. El material de archivo extraído del periodo clásico del cine argentino o de los noticieros de época proyectados en las salas antes de la exhibición de las películas (Sucesos Argentinos) permiten vislumbrar el aura tanguera que conecta con el eterno espíritu marginal del barrio, que siempre se entremezcló con el de sus elevadas aspiraciones de clase. Esta extraña convivencia cultural y social se disolvió en 1984 con la clausura del célebre mercado con el retorno de la democracia en Argentina, tras lo cual el edificio permaneció abandonado por más de una década. En su vacío espacial y espiritual, la construcción fue albergando a los nuevos desposeídos nacidos bajo las crisis sociales y económicas que asolaron al país en los años posteriores. La reinauguración del Abasto bajo su actual formato de centro comercial, ocurrida en noviembre de 1998, lo devolvió al centro de la escena de la actividad comercial y cultural de la ciudad de Buenos Aires, recuperando su curioso esplendor arquitectónico y su diálogo con las criaturas marginales de los alrededores. Frenkel logra dar cuenta de estos vacíos y abandonos con cierta melancolía, invocando algunos espíritus como el del recordado músico Luca Prodán, que supo rendir tributo a esta particular parcela porteña en su canción “Mañana en el Abasto”, pero el realizador es lo suficientemente inteligente para no dejarse hundir en la nostalgia y deja filtrar la siempre oportuna luz de la comedia, citando al humorista Diego Capusotto con sus inteligentes y mordaces relecturas culturales y populares, en un sketch donde el cómico parodia al fallecido cantante escocés, ahora como feliz consumidor del shopping.
Puede que la película nunca recupere el tono de sus primeros minutos iniciales y hasta “pifie” en algún video publicitario final demasiado extenso, pero esa intersección entre marginalidad y consumo que representa el enorme edificio del Abasto, con su bullente fiebre comercial, y ese emblemático barrio lumpen que lo acecha constantemente a través de las décadas, encuentra en El Mercado su representación más feliz e inspirada.