Críticas
Un viaje de lo íntimo a lo colectivo
El misterio de las lagunas. Fragmentos andinos
Atahualpa Lichy. Venezuela, 2011.
Atahualpa Lichy no es un autor muy prolífico que digamos. Y eso a pesar de haber comenzado a hacer cortos y mediometrajes para cine y televisión en Francia desde mediados de los años sesenta hasta mediados de los ochenta, luego de haber sido asistente en la Cinemateca Francesa del mítico Henry Langlois. Y, nota aparte, gracias a varios de esos trabajos, específicamente los que conformaban la serie “Claves” que hablaba sobre el cine latinoamericano, conseguimos apoyarnos cuando realizábamos nuestra tesis de grado en la que explorábamos las influencias del Neorrealismo italiano en el cine venezolano. Nos cayeron como anillo al dedo.
En Venezuela, tardíamente Lichy debutaba en el, hasta ahora su único, largometraje de ficción: Río Negro (1990), cine de época donde se adentraba en la figura del temible criminal Tomás Funes quien gobernó atrozmente San Fernando de Atabapo, hoy Estado Amazonas, a comienzos del siglo veinte. La cinta, una coproducción entre Venezuela, Francia, España y Cuba contaba con la presencia de la española Ángela Molina y el colombiano Frank Ramírez, acompañados por los venezolanos Daniel Alvarado y Javier Zapata, y fue premiada como mejor ópera prima en los festivales de Cartagena y Biarritz.
Pero en lo que también se ha destacado Lichy es en su colaboración con los distintos festivales de cine internacionales, siendo el responsable de las selecciones para Cannes (fue uno de los creadores de la sección Quincena de los Realizadores), Mar del Plata o Biarritz, entre otros, lo que le ha dado un envidiable conocimiento del cine latinoamericano.
Luego de poco más de veinte años de Río Negro, Lichy vuelve a ponerse detrás de cámaras con el documental El misterio de las lagunas, fragmentos andinos, cuyo estreno se ha hecho efectivo este fin de semana, en tres salas de Caracas.
Lo de “misterio de las lagunas” se nos antoja un pretexto o, en el mejor de los casos, un gancho -muy justificable, por demás- para llamar la atención de los potenciales espectadores, pues eso del “misterio” aparentemente solo sirve de introducción y de epílogo, para dar espacio luego a un acercamiento respetuoso, amoroso y emotivo hacia una región, hacia una cultura poblada de admirables y entrañables personajes enmarcados en espectaculares paisajes.
Por instantes, ese acercamiento de Lichy lo realiza casi pasando inadvertido, con una cámara que se entremezcla en los vaivenes de una fiesta popular, “curucutea”, espía una conversación familiar casi como un fantasma. He allí uno de los méritos de este estimable film, y no es el único, afortunadamente.
Sorprende cómo Lichy va desde lo íntimo (la obsesión de una mujer con la cercanía de la muerte por lo que mantiene un ataúd debajo de su cama) a lo colectivo (la espectacularidad de la celebración de la ruidosa y colorida fiesta del patrono), o de lo cómico (la pareja conformada por un señor de 103 años que parece de 60 y su esposa de ¿80?), la faena dura (el trabajo extenuante del trigo) o a la ejecución plagada de virtuosismo del talentoso violinista, constructor además de violines. Todos esos personajes (todos esos fragmentos) enmarcados en ese otro personaje que es el paisaje andino.
Cuando la cámara no es un fantasma entonces se enamora de los sujetos y este enamoramiento alcanza su máxima expresión en el seguimiento al niño danzante que se vuelve el centro de la fiesta popular, captado además como representación definitiva de la continuación de una tradición centenaria. Toda la escena de la captura de la fiesta va de lo colectivo a lo individual, una simbiosis esencial en el mantenimiento de tradiciones y faenas de una región que parece extraña o lejana pero, en suma, muy atractiva. En este sentido, el violinista parece también el ejemplo individual de una región, o, mejor, de una colectividad en general muy musical. Una colectividad que, además, es capaz asimismo de realizar rituales mágico-religiosos a sus lagunas.
Lichy prescinde de la voz en off y la narración se da a veces por las canciones que marcan el ritmo de los “fragmentos”, canciones compuestas por Diana Lichy y Rafael Salazar, cantadas por voces conocidas como Cecilia Todd o Francisco Pacheco. Otro de los atractivos del film.
En conversación sostenida con el autor, este ha declarado que no quiso hacer un acercamiento antropológico. Pero algo de eso hay. Quizás sin proponérselo hizo una especie de guiño al querer que sus sujetos hablaran por sí solos.
Ha habido en el cine venezolano infinidad de acercamientos a esta región pero no recuerdo que hayan traspasado el mero registro de fiestas tradicionales o el simple testimonio de personajes populares. Lichy evita el exceso de información y evita la denuncia (no hay cabida para ella). Su intención es contemplar y maravillarse, y maravillarnos con las imágenes.
Ver El misterio de las lagunas… es como estar frente a una ventana que mira al mismo tiempo al pasado y al presente de una región incontaminada por el progreso, o las banalidades de nuestra vida actual. Y el efecto puede ser aún más impactante si uno lo hace desde la comodidad de una sala de cine de la cada vez más caótica, moderna y anárquica ciudad de Caracas.
Tráiler:
Ficha técnica:
El misterio de las lagunas. Fragmentos andinos , Venezuela, 2011.Dirección: Atahualpa Lichy
Guion: Atahualpa Lichy, Diana Lichy
Producción: Atahualpa Lichy, Diana Lichy
Fotografía: José Manuel Romero, Gerard Uzcateguy
Música: Rafael Salazar