Críticas
Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete
El molino y la cruz
Otros títulos: El molino del tiempo / The Mill and the Cross.
Mlyn I Krzyz . Lech Majewski. Polonia/Suecia, 2011.
Mientras caminaba y veía a todos trabajando, me sentía un abad observando cómo los monjes laboraban en el taller del monasterio.
Lech Majeweski
Cuando el crítico de arte Michael Gibson escribió The Intruders: Peter Bruegel ‘Way to Calvary’, no imaginaba que un tiempo después, y luego de ver Angelus (2000) de Lech Majewski, le propondría a este cineasta, artista plástico, compositor de ópera y fotógrafo polaco, llevar su investigación a la pantalla a través de un documental. Por suerte, Majewski decidió ir más allá y componer El molino y la cruz en ficción y ofrecernos, así, una serie de escenas vivientes que bien podrían transformarse en los detalles de un gran cuadro.
Pieter Brueghel el Viejo fue el patriarca de una familia de pintores flamencos que construyeron una obra plástica, inspirada formalmente en las pinturas de El Bosco. Los motivos preferidos de sus lienzos eran imágenes costumbristas, cuyos protagonistas generalmente eran campesinos y gentes de clase pudiente, reunidos bajo una cosmovisión alegórica que dejaba entrever la identificación religiosa e ideológica de su autor. La obra elegida, primero por Gibson y luego, expresada a través del celuloide por Majewski, fue Camino al Calvario, fechada en el siglo XVI, una época tumultuosa para los Países Bajos, que sufrían la invasión de las tropas de Felipe II en una etapa no sólo colonizadora sino también misionera.
De la mano del pintor (Rutger Hauer) y en conversaciones con su protector (Michael York), nos paramos frente a la escena, donde se encuentra un grupo de hombres, mujeres y niños campesinos que presencian, como si fuera cotidiano, el camino hacia el Gólgota de un Cristo flamenco, azotado por soldados españoles vestidos de rojo y con un estandarte donde flamea un águila bicéfala.
Pequeñas escenas, especie de frescos, ubicados en un entorno despojado, austero, donde la madera y las telas son los materiales nobles que visten y cobijan a estos seres en continuo movimiento, cumpliendo rutinas ancestrales, donde vemos a los niños jugar, a las parejas jóvenes despertarse amorosas por la mañana, a las mujeres limpiar obsesivamente el umbral de la puerta, a los animales convivir con los humanos, a los soldados perseguir a los herejes, a los pobladores ofrecer sus productos en el mercado…
La erudita interpretación del cuadro que Michael Gibson ha realizado en su libro, donde intervienen no sólo estudios artísticos, sino también complejas elucubraciones simbólicas, basadas en el estudio del paisaje, de los vegetales e, incluso de las estrellas, es simplificada en las líneas de diálogo de Brueghel/Hauer: En lo alto del risco, en un lugar casi inaccesible y poco práctico, se ha ubicado el molino. Asomado desde una especie de balcón (por momentos lo vemos en un plano cenital que domina tanto al molino como al paisaje y los seres que lo pueblan), el molinero todo lo ve, es como el ojo de Dios de los cuadros de El Bosco. El molinero y su mujer asisten al incansable ritmo del mecanismo que permite la molienda de la harina, principal ingrediente del pan con el que el hombre se alimenta, el pan que da vida. Un mecanismo inmenso, de madera, cuyas piezas provocan un juego de luces y sombras de alto valor estético, es el motor de la vida. Las interminables escalinatas que sube el molinero, paso a paso, sin prisas, lo llevan hasta las aspas, desde donde otea ambos lados de la existencia: el de la bondad y el de la maldad.
En el cuadro, el molino, ubicado en lo alto y en el centro, domina el panorama. Configura una línea que divide el lienzo en dos. A nuestra izquierda, un árbol frondoso se recorta contra un cielo azul, es la representación de la luz, de la vida; a la derecha, bajo un cielo encapotado, un mástil soporta una rueda donde ha sido inmovilizado un hereje para que los cuervos terminen con su vida, es la representación de la oscuridad, de la muerte.
Majewski ha creado una obra pictórica y, a través de su personaje principal, la analiza iconográficamente. La belleza de la composición, que logra entre el escenario, el vestuario, los personajes y la iluminación, permite hacernos sentir que estamos ante una pequeña sección del cuadro de Brueghel. El cuidado con que va narrando las peripecias de cada grupo, nos va ubicando frente a la totalidad de la pintura, que en sus manos, ha adquirido vida.
La secuencia de la joven pareja que cría un ternero nos llena de dulzura, porque es el símbolo de una vida en común con un futuro prometedor. Sin embargo, su pequeña historia, narrada con una exquisita belleza visual, tendrá un desenlace, cuya oscuridad nos afectará en el plano emocional. Y la historia de Cristo, descolocada temporal y geográficamente, aparece como cotidiana, sin que llame la atención de la gente que lo rodea. Pero es, quizá, la secuencia que más nos conecte con la obra pictórica. Porque es una historia por todos conocida que no necesita mayor explicación. Y a pesar de estar desubicada, nos habla de la intolerancia y de las fuerzas de un poder que todo lo doblega.
Los demás cuadros son costumbristas: los niños saltan en la cama, las mujeres limpian la casa, el molinero revisa su molienda, el artesano ofrece su mercancía… Sólo son extraños los soldados, cuyos uniformes rojos rompen con las tonalidades tierra de la obra.
En 2004 se reunieron por primera vez Gibson y Majeweski, cuatro años tardó la preproducción en obtener las locaciones, la utilería y el vestuario. No es mucho, si tenemos en cuenta que un Majewski obsesionado insistía en conseguir los colores que las telas tienen en la pintura de Brueghel. No había tejidos que dieran con las tonalidades buscadas, así que hubo que teñirlos como se hacía entonces, con tintes naturales, obtenidos de la madre naturaleza. Las telas debían tener la cadencia de los lienzos que cubren a los personajes; las viviendas debían ser rústicas y creíbles. La postproducción se demoró un par de años más…
El estreno de El molino y la cruz se llevó a cabo en El Louvre. Lugar adecuado, si los hay… La cámara se adentra en el lienzo para mostrarnos ese pequeño mundo flamenco del siglo XVI, poblado de criaturas dulces y oscuras, que son capturadas en el momento en que el pintor le pide al molinero que detenga las aspas del molino. Planos conjunto de la pareja; encuadres cercanos de María, la madre de Cristo; tomas generales de la habitación de los niños; primeros planos del pintor y contraplano del mecenas; encuadres amplios para las acciones colectivas: soldados, comerciantes, procesión hacia el Gólgota… Tableaux vivents congelados en un rectángulo de tela de 1,25 x 1,70m., que descansa en el Museo de Historia del Arte, en Viena. No es necesario viajar para disfrutarlo, sólo acceder a esta maravillosa película que no es un documental sobre una obra de arte, tampoco una explicación didáctica sobre su simbolismo, ni siquiera es una transcripción del estudio de Gibson, es la obra de un cineasta que ha logrado crear, a partir de una puesta en escena totalmente cinematográfica sobre una pintura maestra, otra obra digna de un artista.
Tráiler:
Ficha técnica:
El molino y la cruz / El molino del tiempo / The Mill and the Cross (Mlyn I Krzyz ), Polonia/Suecia, 2011.Dirección: Lech Majewski
Guion: Michael Francis Gibson, Lech Majewski
Producción: Silesia Film
Fotografía: Lech Majewski, Adam Sikora
Música: Lech Majewski, Józef Skrzek
Reparto: Rutger Hauer, Charlotte Rampling, Michael York, Joanna Litwin.