Series de TV
El ocaso de los dioses
Hay una serie de elementos que se unen para que un producto narrativo pueda ser presentado a los espectadores o lectores. Se trata, que bien claro quede, no solo de “lo que se está contando”, o sea el contenido, sino también del cómo se narra, o sea las estrategias que son empleadas para que se presente un producto capaz tanto de atraer como de atrapar. La épica del mundo griego del que somos deudores culturales, por ejemplo, nos presentaba una serie de conceptos (muchas veces para educar al pueblo) que se veían regidos por un excelente andamiaje que, obviamente, tiene que ser analizado dentro de su contexto histórico y cultural. El ritmo, por supuesto, la profundidad lógico-racional de lo que se expone, y la capacidad de tratar al público de forma respetuosa son, entre los elementos citados, unos puntos fundamentales, puntos que en el caso de la serie Twilight of the Gods parecen haberse trocado por el infantilismo, la presencia del sexo solo para que se muestre el acto sexual (o sea, sin necesidad alguna) y la completa falta de melodía entre las escenas, los episodios y el cuento general. O, más sencillamente, es correcto decir que estamos ante un producto tan ridículo que resulta ser profundo como un charco en el desierto (y no, no me estoy refiriendo a los oasis, sino a la infinitud de la seca arena).
No es una serie fantasy para adultos, es una serie fantasy sin capacidad de proponer algo interesante, bien calibrado, bien estructurado. Lo superficial de las escenas y de los diálogos muestra una falta de capacidad de narrar algo efectivamente sensato, real, concreto, y todo se mezcla con un profundo aburrimiento que deja al espectador con la idea de haber perdido parte de su tiempo ante un cuento que, de por sí, hubiera necesitado menos episodios. Y esto porque, ante un análisis tan poco profundo, se ven los problemas, la absurda voluntad de tomarse demasiado en serio ante la propuesta de un producto tan decepcionante como, desafortunadamente, mediocre. Y el cansancio crece en el desarrollo de una historia que nada aporta, que nada nos regala, y que comete el peor crimen posible, el de creerse más de lo que efectivamente es, dejándonos pensar por cuál razón, efectivamente, hay gente que ha decidido crear algo de este tipo. Y es que lo “adulto” parece ser simplemente la presencia del ya citado acto sexual, un poco de sangre y unos diálogos pseudo-épicos y pseudo-filosóficos. A leer el Cid, entonces, o a Homero, a Virgilio, a Ariosto o a Tasso, ya que el tiempo en este mundo es poco, y mejor sería llenarse la cabeza de cosas buenas, dejando las malas, cuando sea posible, fuera de nuestra calavera.