El peor vecino del mundo

Fábula dramática con moraleja. Un interesante guion adaptado de David Magee (Michigan, 1962) transforma en película una novela de Fredrik Backman (A man call Ove) y regalándonos frases bonitas y lacrimógenas, consigue enfatizar muchas de las escenas del metraje. Un joven Otto Anderson (Tom Hanks) que dice «Mi vida antes de conocerla era en blanco y negro. Ella era el color» es, sin duda, uno de estos ejemplos. A partir de ahí nos dejamos transportar por la historia. Sufrimos y padecemos la vida de este gruñón cascarrabias que se mueve por terrenos conocidos con el único miedo de salir de su zona de confort. Seguir el plan establecido es su único objetivo vital.

Pocos escenarios son suficientes para desarrollar esta historia. La calle donde habitan se convierte en el principal, desarrollándose en ella la mayoría de las acciones. Un elenco de personajes que tratan con amabilidad a este ser arisco y taciturno es el segundo acierto de este trabajo. La primera sorpresa que depara al espectador es la aceptación de todo un barrio que, resignado, aguanta los malos humores de este señor. La aparición de los nuevos vecinos arroja luz a la historia y destapa irremediablemente los recuerdos del atormentado protagonista. Sin saberlo se convertirán en su mayor salvación.

Dentro del score de la película escuchamos la canción Ti’l you’re home, de Sebastián Yatra y Rita Wilson en uno de los flashbacks que explican paralelamente los sentimientos del protagonista y nos ayudan como espectadores a entender sus actos. Solo de esta forma se explican sus rudas y tensas acciones. La música acompaña momentos y hace vibrar las secuencias de un modo inteligente. Los sentimientos avanzan a su son sin mucha capacidad de control por parte del espectador.

Mención especial merece la fotografía. El viaje nos regala bellas imágenes del Niágara, las cascadas imponentes de esa reserva natural marcan, sin saberlo, un antes y un después; engullen sus vidas, transformándolas para siempre en un abrir y cerrar de ojos. Un drama romántico que cumple con todos los estereotipos invita a un visionado agradable. Al final ver la vida con inocentes ojos de niño es otra forma de conseguir la ansiada paz. Una simple moneda se convierte en el mayor de los tesoros.

Dejarse llevar es la clave que nos acerca a una propuesta amable y sencilla. Esta consigue que salgamos de la sala tras unos agradables minutos. Una secuencia de entrañables altibajos a la que debemos adaptarnos para ser felices. La vida, al fin y al cabo, es así.

Pero no se queda solo en ese punto. Es a su vez una soslayada crítica social. La poca facilidad de adaptación al diferente en los años ochenta o noventa y un feroz ataque al entorno del reel en directo en el mundo en que vivimos son dos puntos que invitan al debate. Antes de salvar al hombre de la vía, quedando en la lejanía Salvar al Soldado Ryan (Steven Spielberg, 1998), lo más importante es colgarlo en redes. Gracias a ello los followers subirán. Una incongruencia de nuestro tiempo que el protagonista, anclado en el pasado, no puede entender.

Curiosamente, al final debe adaptarse a ella y con la inteligencia de quien tiene un bagaje sólido convierte a estos oportunistas en un arma poderosa con la que poder defenderse. Todo un reto gracias al cual consigue la mayor recompensa.

Películas que forman parte de nuestra historia cinéfila como Big (Penny Marshall, 1988), Philadelphia (Jonathan Demme, 1993), Forrest Gump (Robert Zemeckis, 1994), Náufrago (Rober Zemeckis, 2000) o La terminal (Steven Spielberg, 2004) son algunos ejemplos que nos muestran la pericia del conocido actor. Tom Hanks (California, 1956) lleva con soltura todo el peso del metraje. Por décadas que pasen el actor siempre interpreta personajes con los que conectamos de inmediato. Alejarse del estereotipo establecido es uno de sus grandes logros. Al final Otto y Forrest, treinta años después, no permanecen tan alejados. Cabe mencionar en este punto a otro peculiar actor, Robin Williams (1951-2014), sus películas también destilan el mismo aroma plagado de figuras protagónicas peculiares.

Dirige este trabajo Marc Forster (Baviera, 1969) que ya describió un personaje clásico en su película Finding Neverland (2004), mostrando una experiencia original relacionada con Peter Pan. Aquí lo reinventa, un héroe poco común se convierte en el abuelo Otto, entrañable y querido desde las últimas secuencias. Por fin comprendemos sus pesares y, a la vez, él puede perdonarse a sí mismo. La compasión no tarda en aparecer y transforma las risas iniciales en profunda reflexión.