Críticas
Ojo por ojo
El perdón
Otros títulos: Ballad of a White Cow.
Ghasideyeh gave sefid. Maryam Moghadam, Behtash Sanaeeha. Irán, 2020.
El título original de esta película vendría a ser “La balada de una vaca blanca”. Se inspira en una sura del Corán sobre la actitud de los Hijos de Israel ante la orden dada por Alá de sacrificar a una vaca. La moraleja que se puede sacar de la misma es que las instrucciones divinas deben cumplirse inmediatamente, sin importar qué mal habría cometido el pobre animal. La referencia a la res aparece metafóricamente a lo largo de todo el filme, también al principio y al final. Sus directores, Maryam Moghadam y Behtash Sanaeeha, además de ocuparse de la realización, participan en el guion, Moghadam es la protagonista Mina, presente en casi todos los planos y Sanaeeha también interviene en el montaje. El largometraje se basa en experiencias personales.
Mina es una mujer joven cuyo marido es asesinado por el estado al ser declarado culpable de un delito que conlleva la pena de muerte (el abanico de posibilidades es amplio en Irán). La mujer se queda sola junto a su hija sordomuda, Bita, un pegajoso cuñado y un suegro que empuja pero que no hace presencia física en todo el filme. Los autores arrancan el largometraje de forma dubitativa, para desembocar en una obra que a pesar de su austeridad y una mirada distante y fría, destaca por la belleza serena de tomas exteriores; incluso, conforme avanzamos, se va acercando al lirismo y no duda en recurrir a lo onírico. La metáfora, como se ha indicado en el párrafo anterior, se encuentra desde el plano inicial. Alternancia de tomas amplias o cortas, junto con trabajados encuadres y recurso a la elipsis terminan conformando la puesta en escena.
Hablábamos de metáforas y simbolismos. Merece destacarse la constante apertura de puertas y ventanas como apelación a un sentimiento de libertad en un cosmos asfixiante, misógino, integrista y patriarcal. El laberinto burocrático, el sentido de culpabilidad, el arrepentimiento y la búsqueda del perdón se abren paso mientras, quizás ya no atónitos, nos detenemos en la situación de las mujeres en el Irán actual y en los recovecos de un sistema judicial cuya última justificación siempre se encuentra en la voluntad divina. Si algo ha sucedido de un modo determinado, es que Alá lo ha querido, o cuanto menos, lo ha permitido. La película de Moghadam y Sanaeeha recuerda sin duda otra obra iraní del mismo año, La vida de los demás de Mohammad Rasoulof. Ambas fueron rodadas de forma clandestina o han sido prohibidas; y las dos colocan como protagonistas a ejecutores, ya sea intelectuales o materiales, de la pena capital. Coinciden igualmente en que la presencia y el protagonismo de los condenados son eliminados casi totalmente. Y las dos dibujan trayectorias vitales dolorosas, valientes y honestas.
La descripción de costumbres persas en las que los prejuicios y el honor se encuentran por encima de la justicia y la razón que se aborda en El perdón nos lleva inmediatamente al cine de Asghar Farhadi, en los largometrajes que se desarrollan en su país. Recordamos Dancing in the Dust (Raghs dar ghobar, 2003), A propósito de Elly (Darbareye Elly, 2009), Nader y Simin, una separación (Jodaeiye Nader az Simin, 2011) o Un héroe (Ghahreman, 2021). La puesta en escena áspera de Moghadam y Sanaeeha nos retrotrae también a otros autores transcendentales de la reciente historia del cine iraní, por ejemplo a Abbas Kiarostami. La aparente mezcla de ficción y documental, el uso alternante de metáforas y realismo, además del retrato de las creencias tradicionales del país de origen hacen que lo señalemos como probable referente de los directores de El perdón.
Centrándonos en la situación de las mujeres en Irán, en palabras de la propia directora, parece que no ha mejorado nada en los últimos diez años. Siguen valiendo la mitad que un varón y son sometidas a su autoridad en cualquier situación. Sin capacidad de decisión propia, son empujadas a seguir costumbres o normas altamente denigrantes. Siguen imponiéndose conductas sociales como la servidumbre de sometimiento al hermano del marido en caso de viudedad, la imposibilidad de reunirse en la intimidad con hombres que no pertenezcan a la parentela o la sujeción a ese pañuelo o velo que debe cubrir sus cabellos o canas. Un género, el femenino, que es equiparado a mascotas o drogadictos. Recordemos que las primeras, los perros o gatos, son considerados por la República Islámica como impuros. La prohibición de su tenencia en casa, importación, reproducción, crianza, venta o transporte, así como su presencia en espacios públicos ya está en marcha.
Pasando al sistema judicial, nos encontramos con una organización en la que existe “diner de sangre” por parte de la administración en caso de error manifiesto. Posee normas que facilitan la solicitud de disculpas varias e incluso edictos de rectificación en prensa. Una estructura en la que sus miembros deben atarse de por vida y son vigilados estrechamente en caso de cualquier vacilación. Los presos de conciencia abundan, las ejecuciones se acumulan, las violaciones de derechos humanos imperan, los procesos irregulares y la dependencia jerárquica se convierte en principios básicos. Torturas, malos tratos o falta de garantías en la independencia de los letrados se imponen. No es inusual que las funciones de instructor, fiscal o juez se combinen y las presiones para investigar o dejar de hacerlo se encuentran a la orden del día. Leyes nacionales e internacionales son vulneradas reiteradamente y con impunidad.
En esta ocasión, se ha recurrido a una gran traducción del título del filme en castellano. Un perdón que parece percibirse solo al pie de la letra y no por actos y actitudes que lo confirman. Ya sea en Oriente o en Occidente, da igual: perdonar cuesta. Nos acordamos de la impactante escena en The Square de Ruben Östlund (2017) cuando un chico solicita las disculpas del protagonista por haberle acusado de ladrón sin motivo y, como consecuencia, sus padres le han requisado el móvil. También de Sin perdón de Clint Eastwood (Unforgiven, 1992) en ese espectacular y sombrío relato sobre la venganza y la dignidad de unos perdedores.
El filme de Moghadam y Sanaeeha cuenta con un final que maneja al espectador para llevarle de una expectativa a la contraria (con simples gestos como pintarse o no los labios). Un término que impacta y que nos hace preguntarnos si la religión, la cabezonería o el orgullo son tan poderosos como para que el egoísmo se imponga sin pensar, no únicamente en el interés propio, sino también en el de aquellos que de nosotros dependen. Sí, es difícil perdonar, pero si se intenta puede resultar catártico tanto para el que lo solicita como para el que lo otorga. Prueben y vean.
Tráiler:
Ficha técnica:
El perdón / Ballad of a White Cow (Ghasideyeh gave sefid), Irán, 2020.Dirección: Maryam Moghadam, Behtash Sanaeeha
Duración: 105 minutos
Guion: Mehrdad Kouroshniya, Maryam Moghadam, Behtash Sanaeeha
Producción: Coproducción Irán-Francia; Caractères Productions, Filmsazan Cooperation
Fotografía: Amin Jaferi
Música: Mohsen Avid, Dounia Chaouih, Miald Shirmohamadi
Reparto: Maryam Moghadam, Alireza Sani Far, Pouria Rahimi, Avin Poor Raoufi, Farid Ghobadi, Lili Farhadpour, Pejvak Imani
Interpeladora para nuestra cultura también. Poética, justa en su tiempo