Críticas
El apremio de lo tosco
El regreso
Vozvrashchenie (The Return). Andrey Zvyagintsev. Rusia, 2003.
Mar adentro, en la intimidad, un misterio sin resolver. Incursionamos en los rasgos de una paternidad inconclusa. El examen a fondo se desvía de contenidos específicos para centrarse en la globalidad de un maltrato no exento de “buenas intenciones”.
Trayecto que juega con lo incierto de un regreso tan inesperado como demorado; se ubica en la paradoja de semejanzas que giran en torno a temores vencidos ante la emergencia; un miedo radical, esencial a la defensa de una dignidad humana amenazada por la represalia.
Zvyagintsev inserta el bisturí a fondo, canaliza momentos alternantes que denotan complacencia y coraje forzados ante circunstancias extremas. Al final, la conjunción en las alturas evita el mar profundo. La evasión se transforma en resultado, la muerte y el abismo abren un conjuro que sella un saber innecesario. El filme elide lo que quizá, el espectador, en sus maquinaciones, está intentando discernir.
La película se inicia en el ritual, “como si” de una inmersión en el mar que, desde las alturas, representa la valentía del hombre en contraposición al temor merecedor de apodos discriminantes: el que no salta es un gallina. Luego, sobrevendrá la caída, la tierra afianza realidades que circunscriben la acción a circunstancias de valentía o coraje verdadero. Consecuencias del tránsito hacia un aprendizaje concreto, desprotegido del mar, colchón simbólico que alberga un tránsito mediado por lo conocido, en tanto riesgo atado a presunciones avaladas por la experiencia cotidiana.
Iván y Andrey son dos hermanos que viven con su madre; un buen día, luego de estar mucho tiempo ausente, llega un padre a quien apenas conocen. Los llevará de “paseo”. Una incursión temporal que nos permitirá explorar las relaciones dentro de tipicidades evolutivas, en el interior de un marco autoritario reivindicador de respeto por la fuerza.
Sabor a rescate de tradiciones patriarcales donde la hombría se asocia al fomento de una crianza apuntalada en resistencia a la debilidad, sea cual fuere su origen. La edad no es atenuante, la rudeza y el maltrato enseñan a ser hombre, pero, claro está, cuando el respeto ha sido ganado, no antes; a menos que razones de preferencia y ansias de transformación se asocien a valoraciones que abrevien caminos.
Ivan y Andrey, dos hermanos con apuestas diferentes de resistencia; el primero no está dispuesto a la sumisión y el esfuerzo sin aclaraciones previas, el segundo necesita afianzar su momento vital en el reconocimiento de la capacidad para asumir “responsabilidades de hombre”. Las recepciones son diferentes, el trato también lo es. Padre que pretende ser guía ejemplar desde la intolerancia por la diferencia; ni por un instante es de recibo la individualidad, el molde no distingue instancias, las fórmulas producen “agallas” desde el ejercicio fiel del rol masculino ideal, los chicos deben aprender.
Gran farsa, esfuerzo por entronizar la pseudograndeza que oficia de incógnito; la protección lo asume en términos de padre “virtuoso” en artes educativas resistentes a la evidencia de tradiciones perimidas. Un ser desconocido, incertidumbre que se vuelve intolerable, aunque solo para Iván, el más pequeño, más necesitado de protección que de afirmación en el camino hacia la adultez. Será la piedra en el zapato generadora de conflicto. La ausencia de explicaciones ante el abandono es inaceptable, el derecho de protesta se abroquela, la rebeldía rebasa sus posibilidades en medio de obstinaciones y enojos. El niño temeroso y obediente se volverá juez penetrante, al punto de comprender mejor la situación que su hermano, cautivo de necesidades propias del momento evolutivo.
Una desilusión cargada de agonía, interminable pasadizo hacia la nada, recreación como anexo de actividades tan privadas como inconcebidas: nunca sabemos en concreto el para qué de un retorno montado sobre otro. Padre ausente en permanencia; la inmaterialidad es incapaz de organizar algo que se extiende a la esencia misma en la incompetencia para el rol. Juego de abandonos que perduran en el tiempo, la presencia no construye paternidad; es la comprobación de una extrema inoperancia que se esfuerza por torcer hechos emocionales en función de verdades naturales. Ser padre, realidad que pretende ser impuesta desde el deber ser, no califica en las acciones, su único asidero es la evidencia de los datos, la procreación como suceso ineludible.
Invitación a la introspección desde un formato de niñez personal; tarea que requerirá al espectador máxima agudeza. Un desafío al que Zvyagintsev hace rato nos tiene acostumbrados.
Ignorancia, desprotección, autoritarismo, castigo, violencia inconfesa; todo bajo un manto de inconsciencia generalizada, solo destruida por la perspicacia suspicaz de Iván, fiel representante de lucidez y madurez desplazadas hacia el sufriente, leitmotiv reforzante de posibilidades que aflorarán en momentos críticos.
La fotografía tramita una relación con la naturaleza donde los tonos azulados parecen querer mimetizarse en el mar. Espacio significativo, desde el comienzo asociado al miedo, el ocultamiento, el peligro que, sin parecer tal, culmina en episodios que conjugan tanto la valentía, la muerte, y hasta la virilidad, como refuerzo de la autoestima. Un universo que relaciona las alturas y las profundidades en términos de valentía, peligro, afirmación y muerte. Todo lo crítico se concentra allí, comienza y empieza en ese símbolo tan polivalente como contundente; síntesis de múltiples ideas circulantes durante el desarrollo de la cinta.
Película marina con degradación del azul hacia tonos opacos, todo se asocia a ese fondo, aunque con distinción cromática que diferencia figura, de contexto. Estética discreta y coherente; tramita la sobriedad en medio de la crisis, el ambiente, como sostén del alma humana, no está eximido de realidad, participa cual ave de mal presagio que anuncia circunstancias y opciones para decisiones inmediatas.
Movimiento de cámara administrado con maestría; tanto el plano fijo, como los sutiles travellings, ilustran el relato con prestancia. Es la gradual ebullición de conflictos humanos esperables retratados desde una lógica contemporánea que solo atina a responder en razón a la infancia. Toma de partido propia de una idiosincrasia made in siglo XXI, derechos humanos, y principios de protección a la niñez, ya consolidados luego de un extenso tránsito.
Un cuidado expreso por la iluminación en pasajes donde los protagonistas semejan, por un instante, y de manera casi imperceptible, sombras a pleno día: trayecto en auto en medio de una tensa discusión resuelta en medidas drásticas.
El filme está plagado de sutiles elementos que se vuelven huidizos ante la menor desatención. La música compuesta por Andrey Dergatchev es uno de ellos; determina de forma intermitente la gravedad del asunto mediante una sensación constante de inquietud que se confunde con los sonidos del ambiente.
Ivan Donbronravov es la solvencia ante un estado de ánimo regido por la incomodidad y disconformidad propias de un inexplicado y exigente abandono. Se pretende barrer bajo la alfombra todo tipo de anuncio promotor de comprensión. Es fiel reflejo de la rebelión ante una autoridad autoproclamada a base de credenciales nominales, criterio poco convincente hasta para un niño. Iván comienza a despegarse de la infancia, la desvalidez del inicio cede paso a la oposición, la testarudez es signo de una obcecada protesta. No es capricho, las razones asisten, nos vuelven testigos cómplices de algo que comienza a experimentarse como una inadvertida injusticia: el padre cree en sus métodos más allá del dolor ajeno.
Pieza maestra de Zvyagintsev. Ópera prima ganadora del León de Oro en Venecia 2003, nos introduce en una temática que será desarrollada con mayor potencia y especificidad en Sin amor (2017), obra desde ya recomendada.
Un cineasta profundo, complejo, actual, álgido, persistente en sus notaciones acerca de la desgracia humana universal.
Ficha técnica:
El regreso (Vozvrashchenie (The Return)), Rusia, 2003.Dirección: Andrey Zvyagintsev
Duración: 105 minutos
Guion: Vladimir Moiseenko, Alexandre Novototsky
Producción: Ren TV
Fotografía: Mikhail Krichman
Música: Andrey Dergatchev
Reparto: Vladimir Garin, Ivan Dobronravov, Konstantin Lavronenko, Natalia Vdovina, Galina Popova, Aleksey Suknovalov, Lazar Dubovik, Elizaveta Aleksandrova