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EL RESPLANDOR III: 1997, la adaptación de Mick Garris
En el presente artículo nos ocuparemos de la adaptación cinematográfica de The shining de Stephen King más fiel a la novela, la guionizada por el propio autor años después. King quiso desquitarse por la traición a su obra perpetrada por Kubrick en el guion de su excelente película de terror de 1980. Esta obra para televisión dirigida por Mick Garris fue Stephen King’s The Shining (1997), una trilogía que sumaba 220 minutos.
Al igual que en nuestro anterior artículo, el objeto de estudio no es tanto la proyección artística que posee cinematográficamente la serie como su valor en tanto que adaptación literaria. No obstante, recibió varios Emmy: Mejor maquillaje y edición de sonido. También fue nominada a mejor miniserie de 1997, y no es deshonor que perdiese contra la titánica Law & Order. Hemos de ser sinceros en primera instancia, pues como proyecto para televisión, esta serie de tres capítulos adolece de ese cierto tufillo a mediocritas de algunos telefilmes norteamericanos de los noventa, no sabemos si es el filtro o la iluminación, pero hay un cierto sesgo empobrecedor en una serie que en verdad era buena.
La dirección de actores no alcanzó grandes cotas, pero Rebecca de Mornay -en años buenos tras The Hand That Rocks the Cradle (1992)-está aquí más que correcta, destilando la fuerza de carácter y energía que le es propia a sus interpretaciones, pero siendo contenida cuando el guion lo requería. Nada que ver con la lloriqueante y pusilánime Wendy de la pésimamente dirigida Shelley Duvall en El resplandor (1980). Rebecca de Mornay fue bien dirigida por Garris y estuvo a la altura de la fortaleza del personaje creado por Stephen King en la novela. Wendy arrastra las taras emocionales que dejan en algunos hijos las madres narcisistas, quienes siempre poseen un preferido al que protegen y encumbran, el niño de oro, mientras que crían al otro, el niño basura, con continuos comentarios críticos invalidadores. Wendy posee la fragilidad que lleva a una mujer a anclarse a un hombre disfuncional o débil, pero posee la fuerza de una mujer que hará todo por el bienestar de su hijo. Su lucha psicológica y física está a la altura de la Wendy original y se desmarca del espantajo mamarracho que constituyó la Wendy de Kubrick.
El hoy ex actor Courtland Mead tuvo unos años dorados como niño actor, y encontramos que realizó una notable interpretación, aunque como niño no posee ni el encanto ni la capacidad de transmitir emociones de Danny Lloyd en la versión de Kubrick, en cualquier caso, esta es una apreciación muy subjetiva. Melvin Van Peebles (su hijo Mario es también un actor notable) está magnífico como Halloran, no menos que Scatman Crothers en 1980. Pat Hingle agrada con su encanto dicharachero al enseñarle a la familia el hotel en el capítulo I de la trilogía, es el guarda de la temporada alta y le explica también a Jack los entresijos peligrosos de la determinante caldera.
Al complejo Jack Torrance lo encarnó Steven Weber tras unos cuantos éxitos comerciales que lo pusieron de moda en los noventa, como Single White Female (1992). Creo que Weber hace un buen trabajo interpretativo, sin el histrionismo de Nicholson, pero este poseía un aura estelar que no posee Steven Weber, un rubio guapito un poco soso y cuyo premiado maquillaje no resiste demasiado bien el paso del tiempo. A Nicholson se le exigió un amaneramiento excesivo, una kinésica corporal desmesurada, no solo en el momento de locura total. Desde el principio, estaba sobreactuado, así lo quiso Kubrick (ya referimos en la primera parte de este análisis cómo al propio Spielberg le pareció un actor de kabuki japonés). Pero la magia de Nicholson, el aura poderosa que lo acompaña es uno de los puntos fuertes de la versión de Kubrick, mientras que Weber parece un señorito fino de barrio alto con poca vida. Pero está correctísimo, está más que bien, en su papel, nos acerca a la figura atormentada que es Torrance con muchos más matices, por lo que el personaje gana, ello igualmente gracias al guion en el que se nota la pluma del autor de la novela.
Indudablemente, la suma del tiempo de esta adaptación (3h, 40m.) junto con la responsabilidad del propio Stephen King como guionista se aprecian en la riqueza de la historia, que gana aquí infinitamente. Los personajes resultan redondos, mucho más desarrollados, los entendemos más y nos despiertan una mayor empatía, se aprecia -como en la novela- una mayor profundidad en la fábula, que traspasa los límites del género de terror: la devastación que el alcohol produce en una familia unida y las relaciones entre sus miembros, la violencia en el hogar, el sentimiento de soledad consustancial al ser humano, los problemas de creatividad en el escritor, la oposición al padre, indagaciones psicológicas humanistas que son sabiamente trasladadas desde la novela al guion.
Comentados los personajes y la acción, resta referir un importante elemento de la narración que gana aquí, el espacio. Stanley Kubrick usó el Timberline Lodge en Mount Hood, Oregón, como localización para el Hotel Overlook; mientras que Mick Garris usó el hotel de Colorado en donde realmente se instaló Stephen King una temporada y que inspiró la novela, el Hotel Stanley (tiene guasa que se llame como Kubrick, ironías del Arte). Además, Kubrick no rodó en el hotel de su elección más que unas pocas escenas exteriores iniciales, pues reprodujo la fachada en England y creó un decorado a su antojo (de un interior que inventa, además del laberinto, inexistente en la novela e inverosímil).
Aquí la serie se rueda en el Hotel real famoso por las apariciones de la mujer del propietario, quien falleció electrocutada una noche de tormenta. Es allí donde se escuchan ruidos nocturnos, allí mismo rodaron (con algún retoque de interiorismo). En la novela se refiere la zona de juegos infantiles donde Danny es atacado por un espectro, la casita que reproduce el hotel, los arbustos esculpidos como animales que se mueven, así pues, cuando estos elementos aparecen en la serie, sabemos que son esas las precisas ubicaciones de la novela (Kubrick no consiguió recrear el espeluznante efecto de los setos persiguiéndote, aquí se logró reproducir esa importante secuencia).
En estos lugares estaba King cuando se le ocurrió la novela, en una de esas habitaciones, mientras miraba las Montañas Rocosas desde su ventana, desvelado por una pesadilla turbulenta. Al lector y seguidor de King le reporta no poca emoción mirar ese hotel en la miniserie, imaginarlo a él en aquella noche en que acudió a su mente lo principal de una novela que además de llevar treinta millones de ejemplares vendidos, ha inspirado una obra de terror icónica en 1980 y una memorable y fiel adaptación literaria en 1997. Este es el principal valor visual de la adaptación de Mick Garris y reporta un gran placer al cinéfilo y lector imaginar aquel paseo nocturno que King dio por un hotel casi vacío en una madrugada en la que -la leyenda dice- él también escuchó esos ruidos y vivió una experiencia paranormal. Aunque sospechamos que esto último es solo una leyenda urbana.
Lamentablemente, las adaptaciones no pueden ser nunca como dos piezas de un puzle, pero la versión de Stanley Kubrick posee lo que le falta a la de Mick Garris, y la de Garris lo que le falta a la de Kubrick. La del genio del cine posee unos efectos visuales y una imaginería, una banda sonora especialmente buena, un trasunto de terror angustioso relacionado con nuestra incapacidad de comprender qué pasa, por qué todo se descarrila en esa familia, es impactante. Nicholson aterrador y fascinante. La de Garris posee una banda sonora de Nicholas Pike insulsa y apocada, impropia del género, pero la historia es minuciosa, detallada, nos sentimos junto a los personajes, los comprendemos y sufrimos con ellos. Incluye un cameo de Stephen King como el director de orquesta del gran salón. El hotel de Kubrick, por impresionante y hermoso que fuera su recreación, no puede compararse con el hecho de que el equipo de Garris rodó en el hotel real que inspiró la historia. Ambas son piezas extrañamente complementarias como adaptaciones, como película me quedo con la de Stanley Kubrick; si bien, es de esas obras de cine tan instaladas en mi memoria y asociadas a mi biografía que me resulta difícil ser críticamente objetiva. Como siempre, ninguna a la altura de una obra literaria a la que dedicamos nuestro primer artículo, de entre estos tres trabajos de análisis comparatista en torno a esta gran obra norteamericana insuficientemente apreciada, la novela El Resplandor (1977) del Señor King. No la lean si están solos en casa…