Críticas
Espesura mental
El taller de escritura
L’atelier. Laurent Cantet. Francia, 2017.
El realizador galo Laurent Cantet consiguió un gran reconocimiento con su película La clase (Entre les murs), con la que obtuvo, en el año 2008, la Palma de Oro en el Festival de Cannes. Los padres del director eran profesores, circunstancia que se evidencia totalmente lógica si nos fijamos en la temática de sus largometrajes. En La clase se centra en los conflictos que surgen en un instituto situado en un barrio marginal, cuando los docentes pretenden transmitir educación a sus jóvenes alumnos. Un choque de ética y violencia que funcionaba como ejemplo exportable a todo el país, en formato de falso documental. Excelente filme que no huía de la frustración por objetivos buscados y no encontrados.
En esta ocasión, con El taller de escritura, Cantet también dirige su atención hacia el mundo de la educación y de la juventud. Estamos en verano y en La Ciotat, una villa portuaria de Provenza, a pocos kilómetros de Marsella. Una institución, entendemos que oficial, aunque no se la mencione directamente (parece que el ayuntamiento), decide crear el taller que lleva el nombre del largometraje. El objeto final del proyecto es escribir una novela de autoría conjunta. Su mayor particularidad consiste en su composición. Lo forman siete jóvenes, cinco hombres y dos mujeres, con problemas educativos y escolares pasados. Algunos de ellos han elegido esta opción por falta de ocupación laboral o por descarte de otros ofrecimientos menos atractivos, como cablear o mezclar cemento. Y otra singularidad importante del grupo se centra en la persona que lo dirige, Olivia, una mujer que cuenta con una reconocida reputación como escritora. Este es el arranque o idea inicial del que parece despegar el guion. Lamentablemente, lo que podría haber derivado en un filme con alto contenido social, se pierde en demasiados derroteros y en caminos tortuosos que conducen a una obra que consideramos fallida en su resultado global.
Dicho guion, ideado por el propio realizador y por Robin Campillo, resulta errático, sin rumbo, con decisiones o momentos inexplicables y hasta absurdos. Con ese lastre, poco puede hacer el resto de elementos que intervienen en el largometraje. A Laurent Cantet no le importa que a una escena de diez minutos con primeros planos como único elemento central, apoyada en el diálogo, le siga otra de movimiento acelerado, y si tiene que volver al estatismo, pues sin problemas; y si seguimos con el apresurado y estrepitoso mundo, ya sea real o virtual, no nos importa lo más mínimo. La costumbre ha venido para que se acepte sin rechistar. Y esos cambios bruscos (no significa ello que se alternen precisamente con rapidez) nos parecen fiel reflejo del mareo mental del autor y sus colaboradores. Experimentamos la sensación de no tener muy claro qué llevan entre manos y hacia dónde quieren dirigirse. Como ejemplo, el punto de vista narrativo. Tras más de una hora de metraje, siguiendo el de uno de los chavales participantes en el taller, Antoine, sin razón alguna que la sustente, se cambia al de la profesora del curso. Parece que el experimento le resulta plácido al realizador y, desde entonces, se juega con un punto de vista bifocal, mientras el aburrimiento va llegando, hasta instalarse definitivamente.
Destacaríamos dos circunstancias que, de haberse desarrollado adecuadamente, hubieran convertido a la obra en un largometraje muy atractivo. Pero ambas, que ahora explicaremos, son tratadas sin la importancia que merecían, con un estilo y atención demasiado burdos. Hay momentos en que el director pretende enfocar su interés en una de ellas. Se trata de la reconversión industrial, del traumático cierre de astilleros en los años 1987 y 1988 en La Ciotat, aunque ello solo oficialmente. En la realidad, las instalaciones fueron ocupadas por muchos obreros durante bastantes años después para impedir el definitivo cierre. Como en otros lugares por aquellas fechas, demasiadas personas se quedaron desoladas, sin sustento ni aspiraciones vitales. En Francia, las luchas por la conservación de derechos siempre han destacado por su tenacidad, aunque ello signifique recurrir a la violencia. Precisamente, de aquellos sucesos acaecidos hace ahora un cuarto de siglo en nuestra ciudad protagonista, solo nos servimos para decidir la posible localización del crimen de la novela negra que pretende elaborarse en el taller. De acontecimientos políticos, sociales, humanos o económicos que siempre son interesantes que permanezcan en el recuerdo, en la película de Cantet únicamente se rescatan algunas imágenes escasas de archivo e historietas de abuelos “cebolleta”. Una pena, precisamente situados en una villa, en la que el recuerdo tiene que estar bien presente, por cuanto las antiguas instalaciones de los astilleros no pueden obviarse, ya que son vistas desde cualquier ángulo de la población.
La segunda circunstancia a la que aludíamos, hubiera resultado de profundizar en ella, desde luego que sí, interesantísima. Se trata del tema del racismo, la xenofobia, el nazismo, los extremismos políticos, esos lavados de cerebro de jóvenes, con poco seso y menos educación, que se dejan arrastrar por discursos sectarios y violentos, a través de redes sociales. Pero en este tema tampoco se acierta con el tono. Se toma el asunto y, en un revoltijo inexplicable, se manipula para acoplarlo a propósitos tan “fundamentales” como, por ejemplo, buscar material fresco para nuestra próxima novela. ¿Nos aburrimos tanto unos y otros? Una tristeza de película, que se queda en mera expectativa incumplida.
Además, el filme termina siendo no creíble, que no es lo mismo que increíble. ¿Qué harían ustedes si alguien les apuntara con una pistola? Desde luego, nos extrañaría que ni una sola persona reaccionara como lo hace el personaje que padece la experiencia en el largometraje.
Para terminar con algo de dulce, que ya toca, destacaríamos la interpretación tanto de Marina Foïs (la profesora) como del resto de jóvenes que participan en el taller. La primera es la única actriz profesional que trabaja en el filme y acierta en la posición ambivalente, cercana y lejana al mismo tiempo, que adopta frente a sus alumnos (lo que dicta el guion, no lo olvidemos). En cuanto a las chicas y chicos intervinientes, consiguen parecer ellos mismos, sin interpretaciones de por medio.
Ya lo hemos comentado. Una lástima no haberse decidido, con anterioridad al rodaje, la clase de película que se pretendía abordar. No funciona como drama social ni como thriller y, ni siquiera, como denuncia de cualquiera de los temas que se apuntan en la misma. ¡Ah!, y todavía nos estamos asombrando por lo magníficamente bien que se desarrollan por escrito los jóvenes en la actualidad, aunque la mayoría, con los estudios que han llevado en la escuela, no hayan alcanzado resultados con calificaciones, diríamos, de niveles aceptables.
Tráiler:
Ficha técnica:
El taller de escritura (L’atelier), Francia, 2017.Dirección: Laurent Cantet
Duración: 114 minutos
Guion: Robin Campillo, Laurent Cantet
Producción: Archipel 35 / France 2 Cinema / StudioCanal / Ciné+ / Région Provence-Alpes-Côte d'Azur / Soficinéma 13 / Procirep / Angoa
Fotografía: Pierre Milon
Música: Bedis Tir
Reparto: Marina Foïs, Matthieu Lucci, Florian Beaujean, Mamadou Doumbia, Mélissa Guilbert, Warda Rammach, Julien Souve, Issam Talbi, Olivier Thouret, Charlie Barde, Marie Tarabella, Youcef Agal, Marianne Esposito