El tiempo que tenemos

Él es Tobias (Andrew Garfield), un vendedor de cereales. Ella es Almut (Florence Pugh), una chef y propietaria de un restaurante que un día un cólico fuerte la lleva a descubrir que su cáncer ha vuelto, pero esta vez ella no está segura de volver a pasar por la quimioterapia y la cirugía. ¿Qué pasa si no funciona? ¿No estarían perdiendo el tiempo en tratamientos, cuando se puede disfrutar la vida? Ese es el golpe al corazón que lanza El tiempo que tenemos (We Live in Time, John Crawley, 2024) en menos de los primeros diez minutos. Entonces, ya sabemos lo que nos espera, así que todos los sensibles podemos ir sacando los pañuelos y alistar las lágrimas. Es que, ¿quién no se ha hecho esa pregunta? ¿Hemos aprovechado el tiempo que hemos vivido?

Y a pesar de que ya sabemos el final de esta cinta desde el tráiler, que tampoco es muy difícil de descifrar, esta historia romántica con final triste deslumbra y encanta, tanto por su forma de narrar (enredada para algunos, arriesgada para otros, y que al final no es imposible de entender), un gran guion del dramaturgo inglés Nick Payne y las actuaciones encantadoras de Garfield y Pugh, quienes abren sus corazones en la pantalla y nos dejan ver un lado honesto y sensible en sus personajes. Es abrumadoramente sencilla, profundamente delicada y hermosamente contada.

Más que una cinta llena de giros y sorpresas, esta es una historia emocional de personajes, sobre una pareja lidiando con un cáncer y las decisiones que se pueden tomar al respecto. Es una colección de momentos muy de pareja, algunos divertidos y otros muy dolorosos, que no tienen nada extraordinario, pero se convierten en geniales por la actuación y la química de los protagonistas y la forma en que deciden contarlos.

Es un trabajo desde el diseño de la historia, creando picos emocionales que involucran el pasado y el presente de los personajes, así como al espectador, haciendo que conecte y se emocione desde el interior, lo que todos hemos vivido o queremos vivir: el amor.

Los roles acá se alteran un poco, para ofrecernos un poco de variedad: Tobias es tímido, inseguro y en proceso de divorcio, mientras que Almut es la mujer exitosa y segura de sí misma, que no quiere hijos y está feliz con su vida. En esta ocasión es él quien quiere una familia y una estabilidad, que choca con la vida de una chef que se la pasa horas en la cocina compitiendo contra ella misma para ser la mejor, ganar una Estrella Michelin y explotar su perfeccionismo en la competencia europea de cocina.

Es ella quien se lo lleva por delante con su automóvil y se da el primer encuentro, es él quien se viste y se va después de su primer encuentro sexual, pensando que era algo que no se iba a repetir… El cliché está presente, porque somos básicos y torpes cuando se trata de relaciones, pero con una apuesta diferente, que ambos intérpretes canalizan con gestos y miradas que hacen sentir como si realmente llevaran diez años juntos, hubieran construido una vida y estuvieran buscando disfrutar al máximo de ese tiempo que les queda.

La historia se presenta, además, en una narración fragmentada, que va y viene en el tiempo, pasando por el comienzo de la relación, el embarazo de la protagonista, luego su hija grande y el enfrentamiento de la enfermedad que regresa. Esta herramienta audiovisual hace que los momentos felices y las hermosas secuencias de esperanza e ilusión de la pareja sean agridulces para el espectador, pues ya sabemos en qué va a terminar todo, reforzando claramente el mensaje de aprovechar el tiempo que nos queda en esta tierra.

La cinta tiene una capacidad increíble de manejar las emociones y de pasar de la alegría a la tristeza de una escena a la otra. A pesar del sentimentalismo intrínseco de la historia, el encanto de Pugh y Garfield, unido a una dirección sobria y un guion sólido, evita caer en momentos baratos de telenovela, no nos tortura con los puntos más difíciles de este proceso tan duro y natural como es morir, hasta tiene buen gusto para contar una tragedia como estas.

A mí me recordó a Constelaciones, la fantástica obra de teatro del mismo libretista, una exitosa obra nominada al Premio Tony, donde también se cuenta la historia de una pareja, pero en una especie de “universos paralelos”, donde se presentan diferentes comienzos y finales de la misma relación.

Es claro que Payne no es nuevo en esto de la narración fragmentada, además de dejar su marca en el humor negro que lo caracteriza, y que contrasta con la triste realidad que enfrenta la pareja, dejando una sensación de que la vida es hermosa sin importar lo que uno lleve por dentro. Payne también fue el creador de Wanderlust, la serie de Netflix, y libretista en cine de La última carta de amor (The Last Letter from Your Lover, 2021) y El sentido de un final (The Sense of an Ending, 2017).

¿Qué pasaría si nos anuncian que nuestra historia se va a acabar? Las oportunidades no se presentan todos los días, la vida sigue con o sin nosotros, está en nuestras manos aprovecharlas o dejarlas pasar. Porque la vida es efímera y todos seremos olvidados. Por naturaleza, el ser humano quiere dejar algo para ser recordado, una familia que los recuerde, o marcar la historia de cierta forma.

El miedo a la muerte es tan poderoso como el miedo a ser olvidado, a pasar por la tierra sin haber dejado una marca. En un mundo con billones de personas, todos queremos ser especiales de alguna forma, sentirnos únicos y maravillosos en nuestro microcosmos, cuando solo somos un grano de arena en una inmensa playa. Y películas como estas también son escasas, son de esas que arrugan el corazón y, al mismo tiempo, lo consuelan.

Tráiler: