Críticas
Un vórtice de diversión sin complejos
El vacío
The Void. Jeremy Gillespie, Steven Kostanski. Canadá , 2016.
El horror y sus vicisitudes, qué universo tan complicado. Es posible que esto de asustar al personal sea de los conceptos peor tratados de la historia del cine, donde se pueden contar por toneladas los bodrios que se suben al carro con la esperanza de arañar el éxito. Copias de copias, repetición de conceptos, litros de sangre como camuflaje de desgracias visuales, giros argumentales ridículos, libretos que dan espanto, pero no precisamente por sus virtudes, y un sin fin de agujeros negros suelen ser el resultado de la falta de vergüenza de directores y productores con más rostro que talento.
Por supuesto que todavía hay obras que escapan al hastío habitual, y sería una desfachatez negar al género su papel capital en la historia del cine. Aún así, lo general es ese vórtice de mediocridad por donde transcurren los derroteros de fórmulas agotadas y futuro incierto. Y de vórtices va la película que hoy traigo bajo el brazo, El vacío, que si bien no será la salvación del horror cinematográfico, regala al espectador una buena dosis de nostalgia y buenas intenciones, que, por suerte, en esta ocasión llegan a buen puerto.
El vacío tiene mucho de paso hacia atrás, de mirada a tiempos de un efectismo muy distinto, lejos de los trucos digitales que engañan a nuestras retinas en las salas de cine. La propuesta de Jeremy Gillespie y Steven Kostanski se aferra a la idea de artesanía, de latex viscoso y muñecos animados por complicados engranajes mecánicos. El aspecto de estas criaturas resultará anacrónico para los que engullen CGI sin comedimiento, pero para los que crecimos con el tenebroso aspecto cutre del cine de los ochenta es un auténtico gusto ver este entrañable homenaje en las formas de una película transformada en regalo para los incondicionales del género.
La historia que contiene El vacío no es que sea especialmente original. Un desconocido herido, un viaje al hospital, un espacio cerrado donde las cosas no son lo que parecen y un puñado de personajes sometidos a lo extraño e inexplicable. Sensación de claustrofobia acompasada por el misterio, y el apartado literario queda resultón. Abnegados héroes del día a día ven su rutina destruida por presencias siniestras, y mientras tanto, nosotros nos sumergimos en ese extraño placer que regala el cine de horror, algo perverso, del disfrute de las desgracias ajenas en la comodidad de la sala de cine.
Las referencias de la maligna historia que alimentan El vacío serán reconocidas por los acérrimos seguidores del horror, objetivo primordial de la película. En lo estético, no puedo evitar el recuerdo de pequeñas obras maestras hijas de su tiempo como Hellraiser (1987), del maestro y gran renovador del terror Clive Barker, adaptando al cine su propio relato. Infiernos llegados de oscuras dimensiones también se pasean por las escenas de este entrañable descenso místico al averno. Cómo no, la alargada sombre de Lovecraft, chispa original de este tipo de penalidades cósmicas, se cierne de manera magistral sobre el espíritu de la película.
La herencia del de Providence ha servido para inspiración de no pocos encontronazos con lo imposible, aunque bien es cierto que las adaptaciones de su mundo a la pantalla no son precisamente de aplauso. La falta de forma concreta de sus horrores anima a la especulación sobre el papel, pero es complicado trasladar ese miedo informe a la pantalla. El vacío, en ese aspecto, pone ganas y llega a resultar perturbador en su colección de criaturas y mundos de pesadilla llegados desde dimensiones lejanas.
Cultos misteriosos e innombrables que rememoran a señores oscuros dormidos, a la espera de lanzar sus zarpas sobre la realidad de los seres humanos, pueblan el imaginario de esta colección de guiños al espectador. El inteligente uso de los espacios, cada vez más opresivos y abismales, completa las sensaciones buscadas en este tipo de disfrute, que no pasa del mero entretenimiento, pero que conoce al dedillo las reglas del juego.
El vacío no es perfecta, claro. Me quedo con sus aciertos al dar de pleno en mi corazón de fan pidiendo guerra, pero hay que admitir que las interpretaciones rozan el desastre. Parece que los actores no se toman muy en serio el espectáculo, y esto resta seriedad a una película que, por otra parte, esquiva con gracia la lamentable caída en lo autoparódico. Tampoco es un alarde técnico, más allá de ese trabajo de atrezo que tan inspirada ambientación dota a la película. Pero, a pesar de esos puntos bajos, El Vacío son 90 minutos de pura sorpresa cinéfila. Aprovecha el tiempo, sin complicar la madeja. Los giros del guion son los justos, incrustados en la trama cuando todo parece decaer. Aunque tampoco son la sorpresa definitiva, provocan que se pise el acelerador y el último tramo de película sea una orgía sanguinolenta, donde se salpica hemoglobina y también dosis de nostalgia de la buena.
Por desgracia, esta película tiene sus puntos fuertes en el mismo lugar que su talón de Aquiles. Disfrutar de El vacío exige complicidad. O se comparten las reglas del juego, o la perspectiva del espectador puede ser muy diferente a la que suscribe esta crítica. O se aceptan con cariño sus intenciones, o esto es insostenible. Eso sí, si se entra al trapo, si se acepta el resultado entrañable de factura casi arcaica, El vacío es una gozada. Ahí reside el riesgo de esta clase de productos.
La imagen final puede que sea el mejor homenaje a Lovecraft jamás plasmado en cine. Aunque, a lo mejor, me puede el entusiasmo.
Tráiler:
Ficha técnica:
El vacío (The Void), Canadá , 2016.Dirección: Jeremy Gillespie, Steven Kostanski
Duración: 90 minutos
Guion: Jeremy Gillespie, Steven Kostanski
Producción: Cave Painting Pictures / JoBro Productions, Film Finance
Fotografía: Sammy Inayeh
Música: Joseph Murray, Menalon Music, Lodewijk Vos
Reparto: Ellen Wong, Kathleen Munroe, Aaron Poole, Kenneth Welsh, Art Hindle, Daniel Fathers, Stephanie Belding, Amy Groening, Trish Rainone, Evan Stern, Mik Byskov, James Millington, Grace Munro, David Scott, Jason Detheridge