Críticas

No hay paz para las histéricas

Els encantats

Elena Trapé. España, 2023.

La realizadora de cine Elena Trapé (Barcelona, 1976) constituye una de las muchas voces femeninas narrativas que computan en el panorama cinematográfico de España, forjando una identidad y mirada cada vez con más peso en nuestra industria. La incorporación de la mujer al gremio de dirección ha supuesto en la última década un paso de gigante para su colectivo. Cada vez su presencia es más activa y la cartelera comercial y los apartados también con sello independiente revelan que el aporte y sello propio suyo cotiza en verde.

La cineasta catalana reúne una trayectoria artística que se mueve en el campo de los productos televisivos y, cada cierto tiempo, su firma da validez a una propuesta pensada para la gran pantalla. Su ópera prima es la sugestiva y muy marchosa Blog (2010), una experiencia en la que conectó con la ardiente juventud para exponer un estilo de vida de unas chicas decantadas por vivir el día como si fuese el último. Una película coyuntural, visualizada con la carga sociológica tangible para hacer de la causa un propósito convincente y recorrida por situaciones que rezumaban chispa y verdad. Su siguiente título, Las distancias (2018), es más ambicioso, implementa una estructura mejor trabajada y su historia y tono es frío, acorde con las vicisitudes psicológicas de su protagonista central.

Ahora, en su escalada temática/expresiva, acomete Els encantats (2023), una propuesta llena de sugerencias, con la mujer como una esfera terráquea, por la que giran todas las aristas del relato. La película participó a concurso en el festival de cine de Málaga y obtuvo el premio al mejor guion desarrollado por la propia directora y las dos manos de Miguel Ibáñez Monroy.

El eje central del argumento y de cuanto acontece en el largometraje es Irene, a la que da vida de manera arrolladora y convincente la actriz Laia Costa. Esta intérprete está atravesando un estado de forma merecedor de las llamadas y contratos que está recibiendo. Su papel aquí tiene leves reverberaciones con su cima alcanzada el curso pasado con Cinco lobitos (2022), de Alaúda Ruiz de Azúa. Aunque la maternidad esté de por medio también en este drama, el signo y las intenciones son otras. Y las concomitancias son anecdóticas como para proponer un encasillamiento que no existe.

Irene es una joven urbanita, recientemente separada de su marido, que vive con desconsuelo y amargura el hecho de que su única hija vaya a pasar las vacaciones concertadas con su ex. El asunto de la distancia vuelve a revolotear en una película de Elena Trapé. La separación lógica de madre e hija va a suponer para Irene una equidistancia poco menos que inasumible. Considera la circunstancia plausible. No se puede oponer. Pero su arrogante personalidad y temperamento pomposo y egocéntrico (heredado seguramente de su madre si valoramos la conversación telefónica que mantienen ambas más adelante) la ofusca y la empuja a la creencia que su ex, Guillem (Carlos di Ros), carece de la madurez suficiente como para hacerse cargo de la niña y atenderla según sus necesidades.

La primera secuencia, que se desarrolla en Barcelona, es muy buena y reveladora, dice bastante de cómo es Irene. No solo la vemos sino también la sentimos.  Para demostrar y expresar tirantez y sacar su carácter más rasposo, Laia Costa es única. Lo hace con solidez. De esta manera, Irene extrae todo su histerismo y neurosis. Adivino una falta total de confianza hacia su ex y hacia la tarea de la que va a tener que encargarse, que no es otra que la de padre íntegro y responsable. Y como se suele decir en estos casos, madre no hay más que una. Y la madre es todo.

La exaltación de Irene puede estar provocada por cualquier emoción humana que llevamos todos dentro, como las dudas, los celos, el supuesto que buenas gestiones paternales por parte de Guillem acumule elogios vistos por la niña y la pueda destronar. Su disgusto crece cuando, en una conversación telefónica con su ex y su hija, se entera de que la niña se ha caído de la bicicleta y ha tenido una pequeña contusión. Algo normal y corriente, que Irene dramatiza en exceso, y su enfurruñamiento es de tal calibre que ella misma se autocuestiona por estar lejos, no corresponder como madre protectora y prever que su imagen icónica de progenitora quede desdibujada por la distancia.

Pero la distancia no se diluye en esta película. Irene necesita aire fresco, renovar el espíritu, calmar las formas y evadirse. Y para eso nada mejor que escapar a la casa de sus padres en el Pirineo catalán para relajarse, descansar y olvidarse de todo. La montaña, la naturaleza y el paisaje abierto son como un aliento para recomponer el orden de las cosas.

La parte que se ubica y se desarrolla en ese remanso de paz y serenidad es también un cordón umbilical para unir a Irene con su pasado, con su infancia y juventud y el reencuentro con seres queridos. En la zona permanecen amistades que, de alguna manera, la estancia con ellos y conversaciones que surgen cuando te invitan a citas arrastran a Irene de manera indefectible al hecho de no estar con su hija y valorar en negativo la relación matrimonial.

Irene es un personaje en tensión constante. Muestra su insatisfacción y disconformidad consigo misma a la mínima oportunidad que puede. Para rematar el desconcierto que la abruma apuesta por un nuevo flirteo con un chico al que conoce y viene a visitarla. El reencuentro es un aburrimiento y se da cuenta que le está errando una de sus armas, ser infalible. El joven es un desastre como amante  y su presencia no genera empatía para proyectos futuros comunes. La confusión en Irene es patente: nada de los asuntos mundanos que palpa la atemperan.

Vive como en una montaña rusa y es espontánea en sus criterios. Una pareja de amigos cercanos, que la invitan a cenar, tiene un niño y la protagonista observa con cierto recelo el mimo y tacto con el que el hombre trata a la criatura. Puede leer en esa tesitura que su ex haga lo mismo con la hija en común y ella quede, de repente, en un rango inferior. En otro momento, aparecen los colegas de la hija de un viejo amigo de sus padres que vive de continuo en la aldea y los acompaña de excursión. Tras un baño toman un aperitivo y la nueva joven pareja habla de sus planes de trabajo y la ilusión que les hace viajar juntos a Japón. En esa disposición Irene quiebra el relax participando groseramente en plan agorero, desmitificando la felicidad de los amigos, apostillando que los enlaces tradicionales, de amor eterno, para toda la vida, están sobrevalorados. Su crisis es como una mochila que nunca abandona.

Irene no logra desatascar toda la furia y desasosiego interno ni tampoco la belleza del monte logra que recalibre su ánimo. Se enreda en cuestiones que causan estupefacción y quizás los árboles no le dejan ver el bosque.

Les encantats es una admirable pieza muy bien construida, forjada con la sugestión de los gestos y las palabras. Se aporta la información justa y el desarrollo de la historia alude a la re(construcción), por parte del espectador,  que asiste a una de las debilidades humanas, el egoísmo. Sobre esta manifestación, Elena Trapé y Laia Costa ponen en imágenes un relato de notable profundidad.

Tráiler de la película:

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Ficha técnica:

Els encantats ,  España, 2023.

Dirección: Elena Trapé
Duración: 108 minutos
Guion: Miguel Ibáñez Monroy, Elena Trapé
Producción: Coming Soon Films, A Contracorriente Films. Distribuidora: A Contracorriente Films
Fotografía: Pau Castejón
Música: Anna Andreu
Reparto: Laia Costa, Daniel Pérez Prada, Pep Cruz, Aina Clotet, Ainara Elejalde y Délia Brufau

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