Viñetas y celuloide
En recuerdo de Len Wein
Hubo una época en la que los aguerridos mutantes de X-Men no interesaban en absoluto al público. Tras el aplauso inicial, la creación de Stan Lee y Jack Kirby había caído en el ostracismo, abandonada por los lectores. Visto en perspectiva, cualquiera diría que esto era una realidad a mediados de los 70. Lo cierto es que el mundo editorial del cómic se enfrentaba a dramáticos cambios y a una crisis de las que obligan a cambiar el rumbo, y si por algo se definen aquellos años es por los niveles de experimentación y riesgo, protagonistas inevitables en un mercado que se resistía a desaparecer.
Entre estos visionarios, Len Wein. Su nombre no es tan conocido como el de otros astros de la galaxia del cómic, pero, sin duda, su legado merece ser puesto en el lugar que le corresponde, al lado de gigantes que han dado forma a la industria del cómic americano tal y como la conocemos. Como creador y editor, ha dejado para el recuerdo personajes que forman parte de la cultura popular, y que han sido protagonistas de aventuras tanto en la viñeta como en las pantallas de cine.
Volvamos a esos moribundos X-Men. Como decía, los mutantes, hoy seña indispensable de Marvel, no pasaban por sus mejores momentos. Wein, junto con el dibujante Dave Cockrum, fue el responsable de sacar del olvido a los alumnos del profesor Xavier, revitalizando de manera drástica al desgastado grupo. Para ello, el dúo creó a una legión de nuevos personajes, llenos de carisma, que conquistaron el corazón de los lectores. Aquella segunda génesis de los X-Men nos presentó a mutantes tan queridos como Coloso, Tormenta o Nightcrawler. Incluso se atrevió a introducir en el grupo a un cascarrabias canadiense, que había creado en las páginas de Hulk junto a Herb Timpe y John Romita. Wolverine entraba en el juego, y las cosas ya no serían igual.
Los años siguientes serían los de la gloria definitiva de los hijos del átomo, gracias al desarrollo que el guionista Chris Claremont otorgó a la franquicia durante su larga estancia como escritor principal, convertida en un auténtico hervidero de imaginación. Hoy en día, aquella chispa encendida por Wein ha derivado en base esencial para la maquinaria cinematográfica basada en estas creaciones, desde que Bryan Singer lanzó a los X-Men de la viñeta a los cines en su mítica X-Men (Bryan Singer, 2000). El cine de superhéroes entraba en un nuevo nivel.
Pero reducir la labor de Len Wein a su paso por los X-Men sería quedarse con el ruido de fondo. Este guionista ha dejado su huella a lo largo de todo el planeta viñeta, como responsable de algunas de las decisiones clave que cambiaron el modo en el que entendemos el cómic a día de hoy.
Su primer gran éxito fue la creación de La Cosa del Pantano. Wein se labraba una carrera en las publicaciones dedicadas al horror en la editorial DC, y fue precisamente en ese género donde construyó junto al portentoso dibujante Bernie Wrightson a este mítico personaje, estandarte del cómic de terror. Las desventuras del Doctor Holland, transformado en una criatura de pesadilla, se convirtieron en un clásico inmediato, pero la marcha de los dos creadores de la colección tuvo como consecuencia el abandono paulatino del interés de los lectores hasta la desaparición del título.
El cine aparece al rescate en uno de esos comunes episodios en los que ambas formas de expresión encuentran puntos de convergencia. En 1982, Wes Craven, otro de los grandes renovadores del género de horror, se interesa por La Cosa del Pantano como inspiración para una película. La editorial DC, aprovechando la popularidad del personaje, gracias al impulso cinematográfico, decide lanzar una nueva colección dedicada al monstruoso habitante del pantano, con el propio Wein como editor. Con la intención de cargar de novedad a la serie, Wein pensó en un joven autor, llegado desde el otro lado del Atlántico, y que ya había llamado la atención por el sofisticado estilo que proporcionaba a sus creaciones. El nombre de este prometedor guionista, Alan Moore.
El extravagante escritor se hace cargo de Swamp Thing en 1984, convirtiendo la serie en todo un laboratorio narrativo, donde, sin perder el ambiente gótico, caben temas más adultos y comprometidos que los vistos hasta ese momento en un cómic de género. La exploración de la criatura como avatar del Verde, permite a Moore trabajar la profundidad del personaje, su relación con el universo y las personas que aparecen en su vida, con un toque entre la poesía y la psicodelia. Len Wein, como editor, permitía a Moore una libertad absoluta para la revolución interna de La Cosa del Pantano, y por efecto dominó del resto del mundo del cómic.
Precisamente, como editor, quizá nos dejó alguna de las más grandes aportaciones de su carrera. La mayoría de las ocasiones percibimos a los editores como figuras autoritarias que impiden la explosión creativa de autores aprisionados por las cifras de ventas. Wein, a lo largo de su carrera, siempre dio muestras de todo lo contrario. El espíritu abierto e innovador condujo a la llegada de la edad adulta del mundo del cómic, al dar cancha a artistas con mucho que decir y, sobre todo, con nuevas maneras de contar historias.
Entre otros aciertos, fue el encargado de la edición de Camelot 3000 (Mike W. Barr y Brian Bolland, 1985), puesta al día en clave de ciencia ficción de los mitos artúricos. La importancia de este título radica no ya en su trama o puesta en escena. El cambio se produjo en el sentido de ofrecer un producto de calidad editorial, alejado del concepto de usar y tirar del comic book clásico. Papel de calidad en formato de lujo y alejado de los estándares de la producción casi industrial del cómic de las grandes editoriales, la aparición de Camelot 3000, de Mike W. Barr y Brian Bolland, evidenció el interés de los lectores por un cómic que destacase no solo por el contenido, sino también por el trabajo de edición.
Aunque si tenemos que hablar de una pieza indispensable en la carrera como editor de Len Wein, es inevitable la cita de una obra omnipresente cuando se habla de evolución del cómic de superhéroes. Alan Moore encontró en Wein al gran aliado editorial para la llegada de Watchmen a las librerías. En la icónica obra, Moore diseccionaba la psique del héroe enmascarado, al mismo tiempo que dinamitaba todas las convenciones narrativas del género. Junto con el obsesivo arte de Dave Gibbons, construyó una compleja historia en la que el metatexto y la simbología cobraban suma importancia. Wein fue el hombre en la sombra, el que apuesta por algo nunca visto y lanza a los autores implicados a dar lo mejor de sus talentos. El trabajo de editor elevado a la enésima potencia.
Con los años, Watchmen se ha convertido en un referente, y ha sido llevado al cine por Zack Snyder en una película que, aunque capta la moraleja de la historia, es incapaz de mostrar toda la maravillosa complejidad de la obra.
Por todo esto, es justo rescatar la memoria de Len Wein. Como autor, quizá haya quedado a la sombra de los que continuaron su labor (Moore, en La cosa del Pantano; Claremont, en X-Men), pero no hay que olvidar que fue su valentía al dar el primer paso lo que produjo la explosión de esos otros guionistas. Como editor, desagradecido papel, su nombre es engullido por la gloria de los creadores que figuran en la portada. Ocurre lo mismo, hay que agradecer la sensibilidad y visión de Len Wein como impulso, como parte indispensable de un proceso editorial que lanza al cómic a un nuevo estatus, concebido por el público general como un arte con reglas propias y capaz de trascendencia.
Len Wein moría el 10 de septiembre de 2017. Sirva este texto como homenaje, como acto de justicia para un hombre que tenía fe absoluta en las posibilidades del cómic, y que se merece un lugar en lo más alto del Olimpo de autores y editores que han hecho de la narración secuencial un arte.