Viñetas y celuloide
En recuerdo de Uderzo
Estamos en el año 50 antes de Jesucristo. Toda la Galia está ocupada por los romanos… ¿Toda? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles galos resiste todavía y siempre al invasor…
Con esta introducción, que algunos nos sabemos como un mantra, comenzaban las aventuras de Asterix, el pequeño guerrero galo. A pesar de su tamaño, compensaba la escasa estatura con dosis ingentes de ingenio y la famosa poción mágica preparada por el druida de la aldea, que otorga fuerza sobrehumana. El carácter indómito de los habitantes del pequeño pueblo de belicosos galos era un imán para las situaciones peliagudas, que obligaban a Asterix y su inseparable Obelix a peripecias que le alejaban bastante de las fronteras de su hogar.
Este icono de la viñeta surge de la imaginación de dos jóvenes a la búsqueda del éxito en el mundo del cómic, o, como se llama en su Francia natal, bande dessinée. René Goscinny (guionista) y Albert Uderzo (dibujante) creaban todo un universo lleno de aventuras y mucho humor que se ganaría el título de icono cultural, trascendiendo el origen en la página impresa, inmortalizado en productos que van de juguetes a videojuegos.
Las historias de Asterix comenzaron su andadura en la mítica revista Pilote, hogar de muchos de los personajes más queridos del cómic franco belga (la gran escuela europea). Pero tal fue su popularidad desde el principio que pronto dio el salto a el formato álbum, con aventuras más largas, que acabarían de conformar el vasto cosmos de secundarios, tan importantes e imprescindibles para la esencia de las correrías de este intrépido guerrero.
Uderzo era un dibujante de trazo amable y simpático, experto en la caricatura, pero sin resultar grotesco o exagerado. Cada entrega de Asterix era ejemplo de evolución, de genio narrativo, demostraciones de control absoluto de la viñeta, siempre ingenioso para las soluciones, tanto artísticas como las aplicadas a contar una historia en imágenes. Tal era la fuerza de sus páginas, que algunos de los momentos de aquellas aventuras forman parte de la cultura visual de varias generaciones. ¿Quién no tiene en la cabeza alguna de aquellas fiestas con las que solían terminar sus álbumes? ¿Quién puede negar la identidad de Asterix y sus compinches de símbolo cultural, tan potente para Francia como la mismísima torre Eiffel?
El amor por los detalles que destila cada página, la química entre los simpáticos guiones y las intenciones visuales, la personalidad de cada una de las aventuras de Asterix, ya son parte de la historia del medio por derecho propio.
Incluso llegó un momento en el que tuvo que asumir todo el aspecto creativo de Asterix, tras la muerte de su compañero de viaje, Goscinny. El humor inteligente, capaz de dar la vuelta a los clichés con astucia del genial guionista es inimitable, pero bien es cierto que Uderzo pilotó con algo más que dignidad el barco de las publicaciones de Asterix, dejando para el recuerdo un buen puñado de historias firmadas de su puño y letra.
Asterix, cómo no, también ha tenido sus encontronazos con la pantalla grande. Al principio, el cine de animación era el elemento natural del intrépido Galo, con adaptaciones directas de las odiseas ocurridas en las páginas del cómic. Pero en 1976, Asterix dio un paso definitivo como personaje al estrenarse Las doce pruebas de Asterix, película que proponía nuevos escenarios para el personaje y sus creadores. Para la producción, fueron los propios Uderzo y Goscinny los encargados de la dirección, apoyados con su propio estudio de animación, Studios Idéfix.
Además, no era la adaptación de aventuras que se hubiesen leído antes en las páginas de los cómics. Goscinny desarrolla una historia completamente nueva, basada en la trama mitológica de los trabajos de Hércules. No podía ser de otra forma, la película fue un éxito, y quizá sea el producto audiovisual de mayor calidad basado en el pequeño galo que jamás se ha producido.
Con el tiempo, llegó la inevitable película de imagen real, superproducción con alguno de los rostros reconocibles del cine europeo, Por desgracia, el resultado de Asterix y Obelix contra el César (Claude Zidi, 1999) estaba muy lejos de las excelencias de la obra original. Simpática y resultona, pero terriblemente simplista y armada, en ocasiones, de un humor sonrojante, dejó sabor amargo en los que estábamos encantados con la idea de ver a los habitantes de la aldea gala repartir mamporros en carne y hueso.
Llegaron más películas, claro. Y el retiro. Uderzo se ganó el derecho al descanso, y, a regañadientes, cedía el testigo. El legado de Asterix continuaba sin sus creadores originales, ahora en las manos de Jean Yves Ferry y Didier Conrad, aunque con la lupa de Uderzo como sello de calidad, para que las correrías del galo universal continuasen para las futuras generaciones.
Hay personas que dejan en aquellos que disfrutaron de su trabajo un poso agridulce. Por lo inevitable mezclado con la nostalgia, con los buenos ratos que esas horas frente al tablero de dibujo regalan a los que hemos tenido un álbum de Asterix en las manos. Con esas historietas aprendimos algunos casi a leer, a amar el cómic como medio infinito para contar historias, a valorar el peso de la historia, a entender que eso del humor es una cosa que hay que tomarse muy en serio. Asterix fue, para muchos, nuestro primer héroe. Uderzo, con su arte detallista, burlón y único, forma parte de nuestras vidas a través de su obra. Seguir disfrutando como el primer día de esos chistes que hemos leído mil veces pero que siguen dibujando una sonrisa en nuestro rostro es, sin duda, nuestro mejor homenaje a alguien que realizó el trabajo más hermoso del mundo: hacer reír.
Va por usted maestro. ¡Y por Tutatis!