Viñetas y celuloide
En recuerdo de Víctor Mora
El mundo de los cómics se ha vuelto un poco más triste este verano que termina. El 17 de agosto nos dejaba una voz única de una época única, la de Víctor Mora, escritor de algunas de las páginas más brillantes de la viñeta española. Voz única, sí, por la época en la que vivió, por la idiosincrasia de una España bajo el yugo de la tiranía, por la identidad misma del cómic en el país de aquel momento, en un auge que jamás ha vuelto a conocer. Su creación más célebre, el Capitán Trueno, se elevaba como voz de los oprimidos ante la miope mirada de la censura franquista. Tras la simpleza aparente de sus aventuras, el guionista daba rienda suelta a historias acerca de la libertad, de la justicia y la lealtad inquebrantable a esos principios básicos. Víctor Mora escribió su nombre en letras de oro en la historia de la cultura española, cuando los cómics se llamaban tebeos.
LOS AÑOS DE LOS TEBEOS
Con ese nombre se popularizaron los cómics y tiras cómicas en España, debido a la revista infantil TBO, editada de manera casi continuada desde 1917 hasta 1988. Esta publicación se encargó de popularizar el formato. En aquellas revistas y cuadernillos nacieron personajes míticos de la cultura popular española. A día de hoy es difícil imaginar el importante impacto de la industria del cómic en España, debido a que en la actualidad es casi inexistente, pero en sus mejores momentos, del propio Capitán Trueno se llegaron a vender más de 300.000 ejemplares.
En los tiempos de apogeo, los tebeos se convirtieron en una vía de escape a una realidad gris. Las fantasías que ofrece el medio atrae al público infantil y juvenil como pocas formas de expresión visual. La inmediatez de los relatos, el vistoso envoltorio gráfico y el precio de los cuadernillos eran demasiado tentadores para una juventud que, en lo general, pocas opciones de diversión encontraba en un país en plena reconstrucción.
Precisamente por estas características, el propio régimen franquista halló en estas publicaciones una excelente forma de extender entre los más jóvenes el ideario del nacional-catolicismo imperante. Aparecen decenas de personajes diseñados al milímetro para que los valores de la dictadura impregnen a las futuras generaciones con la apariencia más inocente. Entre estos títulos, destacan El Guerrero del Antifaz y Roberto Alcazar y Pedrín. Con las editoriales bajo la lupa de la censura, se mantiene un feroz filtro ideológico que marcará la identidad de la historieta española de la posguerra.
El cine de los pobres
Así se ha denominado al cómic, sobre todo por aquellos años convulsos, tras la Segunda Guerra Mundial. Los teóricos e historiadores del cómic discuten a menudo sobre las influencias mutuas entre la historieta y el cine. Sobre lo que no hay duda es de que, a principios de los años 30, hay un cambio significativo en el lenguaje visual del cómic, que responde, a su vez, a la evolución de los códigos propios de la cinematografía. Es Milton Caniff el que populariza estos avances narrativos en la mítica Terry y los piratas, y marca un estilo que ha sido hegemónico en la narración gráfica hasta hoy. Esta evolución visual hace todavía más atractivos y directos los tebeos a los ojos de los jóvenes, que acuden en masa a los quioscos para conseguir sus títulos favoritos. Es incluso más popular que el propio cine, ya que hay algo fundamental que marca la diferencia: el precio.
El cómic es más barato que una entrada de cine, se puede leer tantas veces como se quiera sin necesidad de pagar de nuevo por él y, además, puedes cambiar con otros lectores tus ejemplares por material no leído. Todo ventajas. Las plazas, los mercados, las puertas de los quioscos, se convierten en lugares de encuentro para los niños de la época, a la búsqueda de nuevas y apasionantes aventuras en viñeta.
Ven Capitán Trueno, haz que gane el bueno
En aquel contexto, nace el Capitán Trueno, la gran obra de Víctor Mora. El guionista, ayudado por el arte de Ambrós, se esforzó durante toda la existencia del héroe en marcar la diferencia. Su Capitán, efectivamente, actuaba como el héroe que se esperaba que fuera, armado de su ideal de justicia. A lo largo de sus aventuras, lo común era que el esforzado campeón se dedicase a derrocar al tirano de turno y sustituirlo por un sistema más amable. Toda una proeza ideológica que ocurría ante la, en teoría, implacable mirada de la censura. El secreto era el camuflaje de las intenciones reales del autor, tras la alegría inocente de episodios que entraban perfectamente en los cánones de los cómics de la época. La incorrección quedaba oculta, escondida a simple vista.
Además, Capitán Trueno escapaba de los clichés y de las propias fronteras. Las correrías del protagonista atravesaban el mundo entero y dejaban de lado la glorificación de las gestas ibéricas que se sucedían en los tebeos de corte histórico. Trueno llegaba incluso a las Américas antes que el propio Colón, y enamoraba a la reina de la mitológica Thule. Sigrid, su gran amor, era otro de los alicientes de la colección, tan exótica y nórdica ella, junto al gran plantel de secundarios, sobre todo, sus inseparables Crispín y Goliat.
Víctor Mora, historia del cómic español
Si la vida de Trueno resulta azarosa, la de su creador no es menos conflictiva. Pasó su niñez en Francia, hijo de exiliado, aunque regresó a España a los 11 años. Tras muchos trabajos de lo más diversos, empleó su trayectoria en el cómic, en 1948. En 1956, nació Capitán Trueno para la editorial Bruguera, y llegaba el éxito masivo.
Pero a pesar de eso, nunca abandonó su faceta activista y comprometida. El mismo año en el que Capitán Trueno ve la luz, Mora ingresa en el Partido Comunista. Esta militancia clandestina le lleva a ser detenido por la Brigada Político Social (la temida policía secreta franquista) y acusado de «masonería y comunismo». Tras unos meses en la cárcel, la situación social de la España de entonces convencen al escritor para el regreso a Francia, país del que siempre guardó un gran recuerdo.
El Capitán Trueno llega al cine
Igual que los héroes americanos han encontrado su lugar en la pantalla, las ilustres escuelas europeas tampoco han perdido el tiempo para trasladar sus personajes al cine. La fortuna de estos proyectos es más bien irregular, tirando a nefasta, tanto en calidad como en resultados. En España, hemos visto a Mortadelo y Filemón en carne y hueso, o a unos irreconocibles Zipi y Zape saltar del tebeo a las salas. Capitán Trueno, paladín español por antonomasia, también recaló en los cines, dejando para el recuerdo uno de los mayores desastres de la cinematografía española.
El título del proyecto era Capitán Trueno y el Santo Grial, dirigida por Antonio Hernández y con Sergio Peris Mencheta en el papel del héroe. La película era el último paso de una enrevesada historia, con la propuesta viajando de una mano en otra. La más clara de aquellas intentonas previas era la capitaneada por Juanma Bajo Ulloa, personal director con dos maravillas en su haber, Alas de mariposa (1991) y La Madre Muerta (1993), que incluso llegó a ser presentada en el festival de San Sebastián. Problemas con el presupuesto y el tono de la película llevaron a la cancelación del proyecto.
Tras un periplo digno de su protagonista, los derechos del personaje recaen en el productor Pau Vergara. Finalmente, con los derechos a punto de ceder, comienza el rodaje de la película, con abandonos sonados, tanto en la dirección como en el casting. Las leyendas sobre el rodaje ya son parte del cine español, y las menguas del presupuesto inicial llevan a Capitán Trueno y el Santo Grial al desastre, certificado tras su estreno y el vapuleo de la crítica consiguiente. Los reproches entre los participantes de la película son constantes en los meses (e incluso años) posteriores. Para los anales queda una de las catástrofes cinematográficas más sonoras de la historia del cine español y la sensación de injusticia con un personaje que se merecía, al menos, un poco de cariño por parte de los responsables de la película.
El triste adiós
Nos deja Víctor Mora. Se nos va un creador incomparable, parte de la historia de la cultura de España, incluso de una época en la que era muy complicado hacer precisamente eso, cultura. Un hombre que ayudó, a base de imaginación, a hacer la vida de aquellos niños de una España triste un poco menos gris. Para muchos de nosotros, antes que Spiderman o Batman, que Blueberry o Watchmen, estuvo el Capitán Trueno, alimentando la pasión por el cómic de varias generaciones. Así que triste despedida, eterno agradecimiento y fuerte aplauso por el irrepetible Víctor Mora.