En un barrio de Nueva York

En Washington Heights, un barrio de inmigrantes al norte de Manhattan, todos tienen un sueño. Usnavi (Anthony Ramos) quiere restaurar «El Sueñito«, el bar en la playa de República Dominicana que alguna vez perteneció a su padre; Vanessa (Melissa Barrera) quiere vivir en el downtown de Nueva York, alejarse de la vida del barrio latino y abrirse paso en un mundo más americano; y Nina (Leslie Grace) acaba de regresar de Stanford, la prestigiosa universidad de la que ella se acaba de retirar porque sabe que su padre no tiene como pagarla. Estas son las tres historias del pequeño universo de la película En un barrio de Nueva York (In the Heights, 2021), que retrata una pequeña comunidad vive como canta, con el alma. Puede fácilmente representar a toda Latinoamérica y sus inmigrantes, haciendo de este musical uno de los más auténticos y reales que se hayan hecho. Y sí, me atrevería a decirlo, uno de los mejores de la década.

Con el primer número musical de casi 8 minutos se resume la vida en Washington Heights, el típico lugar que los latinos en Estados Unidos (y en el mundo) han convertido en su hogar: todos se levantan muy temprano, toman su café y salen a trabajar, a luchar muy duro, a sobrevivir con lo que pueden. Es también un reflejo de toda Latinoamerica, esa que con «paciencia y fe» busca salir de la pobreza, como repite hasta el cansancio la abuela Claudia (Olga Merediz), la matrona del lugar, quien ha recibido a todos como su familia y los ha cuidado, especialmente a Usnavi, que ha quedado huérfano y busca salir adelante con la pequeña tienda de abarrotes que le dejaron sus padres. La secuencia está increíblemente detallada, la cámara es cómplice de Usnavi mientras nos explica toda la gente que vive en el barrio y las dinámicas que vive. Con gran maestría, el director Jon M. Chu, el mismo de Crazy Rich Asians: Locamente millonarios (2018), logra recrear lugares, emociones y sentimientos para el espectador para cerrar con un baile en la calle que resume todo lo que es Washington Heights. Y esto es solo el número de apertura.

Los musicales son, para mí, como una fuerza de la naturaleza. La emoción del baile y el canto producen un efecto inevitable en el espectador. Algunas personas odian que los personajes empiecen a cantar, pero otros, como este servidor, admiran el talento para contar una historia de esa manera y se quedan frente a la pantalla hipnotizados. En un barrio de Nueva York produce eso y más, hasta una emoción de pararse a bailar los ritmos latinos de la banda sonora diseñada por Lin-Manuel Miranda, el protagonista en su versión teatral y creador del musical en Broadway, el mismo genio detrás de Hamilton (2020) y las canciones de Moana (2016).

El guion está a cargo de la ganadora del Pulitzer, Quiara Alegría Hudes, quien también escribió la versión teatral, por la que estuvo nominada al Premio Tony, y hace su debut cinematográfico en esta adaptación audiovisual. Cada número musical tiene el ritmo y la intensidad de un video musical, la edición es dinámica y la emoción es total, con coreografías de decenas de bailarines sincronizados y homenajes a los musicales clásicos. Esta es una de las mejores adaptaciones de Broadway en años, probablemente desde Chicago (2002), que se llevó el Oscar a Mejor Película y le abrió de nuevo el camino a los musicales en cine.

Las subtramas están bien desarrolladas, tan fuertes como las líneas principales y con actores de reparto fuertes y memorables, como Olga Merediz y Daphne Rubin-Vega como Daniela, una veterana actriz de Broadway que se roba el show cada vez que aparece con sus cómplices, Cuca (Dascha Polanco) y Carla (Stephanie Beatriz)). Y al final, todos son absolutamente entrañables, auténticos, tan latinos, tan reales, con esa marca del inmigrante en la cara y con un corazón lleno de pasión y música, incansable y luchador.

El elenco es un cambio notable en las estrellas que se repiten en todos los musicales (y sí, hablo de Meryl Streep y Hugh Jackman), está lleno de caras frescas y muy latinas, todos increíblemente talentosos para cantar y bailar, especialmente Anthony Ramos con su interpretación de Usnavi. Merediz como la abuela Claudia tiene una aparición corta –a lo Viola Davis en La duda (Doubt, 2008)–, y con su único solo (Paciencia y fe) se resume la vida de un inmigrante sin saber inglés en La Gran Manzana, no necesita más para tocar fibras profundas en el espectador.

Varios críticos especializados ya ponen en primera fila para varias nominaciones para los premios Oscar del próximo año y esperan que se lleve los grandes honores, así como lo hizo su versión teatral en los premios Tony del 2008, donde recibió 13 nominaciones y se quedó con cuatro premios, incluyendo Mejor Musical. Esperemos que cuando llegue el momento, la Academia y sus votantes no olviden esta película de sangre latina, tan desbordada de magia y encanto en sus exuberantes números musicales, tan coloridos y alegres que dan ganas de pararse a bailar.

No todo el mundo entenderá el filme de la misma manera que los latinos o los inmigrantes, que son el público al que va claramente dirigida. La opinión siempre es subjetiva, pero la representación de las minorías latinos es algo innegable acá, así como tantas temáticas universales que están presentes: el trabajo duro por un sueño, el amor de un padre y los sacrificios que hacen, o el sentido de pertenencia a un país, a un barrio, o a una familia. Es una celebración a la vida, al amor, a todo lo que nos hace humanos e iguales. Para todos los gustos hay algo en este filme, pero lo que es seguro que nadie se quedará fuera de la irresistible fiesta en que se convierte este largometraje, el musical más latino que haya existido en la historia de Hollywood.

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