En un patio de París

En un patio de París es una de esas tragicomedias costumbristas francesas que contiene todos los ingredientes para convertirse en una película extraordinaria: un buen director (Pierre Salvadori), grandes actores (Catherine Deneuve, Gustave Kervern y Féodor Atkine), una factura técnica impecable, una premisa argumental bastante atractiva… pero hay algo en ella que no termina de encajar del todo, como si el metraje acabara antes que la historia, que solo se cuenta a medias.

Todo empieza cuando el protagonista, Antoine (Gustave Kervern), que es músico de profesión, sufre una crisis antes de un concierto de rock y lo abandona todo: su trabajo, su pareja… su vida anterior, en definitiva. Tras pasar por varios trabajos temporales, es contratado como portero de un edificio de París, que pronto se convierte en un particular microcosmos por el que desfilan distintos personajes, tal como ocurría en El erizo (Le hérisson, Mona Achache, 2009), Las chicas de la sexta planta (Les femmes du 6ème étage, Philippe Le Guay, 2010) o La jaula dorada (La cage dorée, Ruben Alves, 2013).

A pesar de que es adicto a la cocaína y de que padece insomnio, Antoine demuestra ser un buen portero de finca y, además, tener buen corazón. Entre los diferentes personajes que pasan por el patio de vecinos, destacan Mathilde (Catherine Deneuve) y Serge (Gustave Kervern), un matrimonio de jubilados que, además de ser los presidentes de la comunidad, siguen realizando labores de voluntariado vinculadas con sus anteriores trabajos en asociaciones y sindicatos. Pronto descubrimos que la auténtica protagonista de la película es Mathilde, que forma un interesante triángulo con los otros dos personajes, Antoine y Serge.

Mathilde está aterrada porque acaba de descubrir una enorme grieta en su piso, pero esa grieta no es más que la manifestación externa de una grieta en su propio estado de ánimo, ya que empieza a exteriorizar los síntomas de una profunda depresión. La grieta, con todo, propicia algunos de los episodios más hilarantes de la película, como cuando intenta movilizar al vecindario con la complicidad del portero y el disgusto de su marido. Otro episodio genial es cuando Antoine lleva a Mathilde a la casa en la que vivió cuando era niña, ya que, lejos de resultar un momento nostálgico y emotivo, se convierte en una secuencia surrealista, ya que Mathilde recrimina a la nueva propietaria ciertos cambios que ha hecho en la casa, para disgusto de la nueva propietaria y sus hijos.

Por esta película coral desfilan, además de los personajes ya mencionados, algunos secundarios memorables, como el entrañable Monsieur Vigo (Bruno Netter) o el quisquilloso Maillard (Nicolas Bouchaud), pero los únicos que adquieren cierta relevancia son Lev (Oleg Kupchik), un inesperado (y desesperado) ocupa que forma parte de de una extraña secta religiosa, y Stéphane (Pio Marmaï), una antigua estrella de fútbol cuyo futuro brillante quedó arruinado por una lesión.

Poco a poco, En un patio de París va abandonando el tono de la comedia y deja paso a un tono entre patético y trágico. No en vano, se trata de una película que aborda la soledad desde distintos puntos de vista. De hecho, hay dos referentes que marcan muy bien el tono de la película: al principio, cuando se presenta al personaje de Antoine mientras salen los títulos de crédito, suena de fondo una canción, “All my Little Words”, de The Magnetic Fields, que se repite nuevamente al final; y en otro momento, Antoine le recita a su vecino ciego un poema de Raymond Carver, “Durmiendo”. Al cabo, En un patio de París es una comedia triste, quizás demasiado triste, pero a veces la vida lo es.

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