Entre las olas

“En el tabaco, en el café, en el vino, al borde de la noche se levantan como esas voces que a lo lejos cantan sin que se sepa qué, por el camino”. La cita de este texto llamado Los amigos de Julio Cortázar, parece venir de alguien que no se imagina con la ausencia del otro o de la otra, porque no hay egos, no hay rivalidades. Más en un aspecto emocional que romántico. Como en esos tramos de lealtad y de amistad inseparable de Jules y Jim (1962) de François Truffaut, que lejos de prejuicios y xenofobia había un sentido de permanencia. O como la surgida entre Alma y Margot en Entre las Olas (2021), derivada de una hermandad y camaradería inquebrantable, capaz de ir más allá, incluso, de la propia muerte.

Se conocieron en una lavandería parisina. Alma (Déborah Lukumuena) una mujer que se dedica al maquillaje y a pintar las uñas, robusta, negra, alta, con el cabello de colores; y Margot (Souheila Yacoub), empleada de una cafetería, más baja, delgada y blanca, ambas de 27 años comparten el sueño de convertirse en actrices de teatro.

Simularon enfrentarse a gritos en una audición, arriba de un escenario, por el rol principal de la obra The Shore; que cuenta la historia de una joven embarazada que relata a manera de monólogo, la forma en que llegó a Nueva York por primera vez, siguiendo los pasos de su bisabuela italiana. Ambas salieron y se rieron a carcajadas de complicidad, sabían que esa confrontación simulada y su intensidad llamaría la atención.

Recibieron la llamada. Alma consiguió el papel principal y Margot sería su suplente. Sabían que el éxito era de las dos, que el triunfo de una era de la otra. Su hermandad las llevaba a conseguir lo que quisieran. Sin dinero, sin logros y sin reconocimientos, se paseaban por las calles y le rogaban a un joven trabajador de un restaurante que les diera sobras de comida. Querían comida, aunque sabían que su hambre era más en busca del éxito.

Comenzaban los ensayos. La cámara nos lleva a las calles granuladas de París, y a la ambientación neoyorquina de los años 20. A las bambalinas, a estar detrás de los escenarios. A los camerinos, a los entornos del teatro underground. Y las cenas de camaradería. Amistades, colegas e intelectuales que comparten experiencias. Alma bromeaba diciendo que no le gustaba practicar la actuación por método sino algo más francés.

Sin embargo, Alma llora detrás de su trabajo de actuación, sabe que algo le pasa. Sufrió un desmayo en uno de los ensayos, pero ignora las recomendaciones médicas. El doctor le ha dicho a su familia que podría no volver a subirse a un escenario, pero en complicidad con Margot le dirán que todo está bien. Su sueño podría apagarse porque está enferma de cáncer.

Entre las olas es el segundo largometraje de la realizadora francesa Anaïs Volpé, tras producir, escribir y dirigir su primera película Heis (Chroniques) en 2017, con la historia de una joven que enfrenta diversas dificultades porque quiere separarse de su familia y volverse independiente. Un tanto biográfica porque Volpé abandonó sus estudios para mudarse a París y estudiar teatro.

En su reciente film, apela más a un querer vivir lo más posible, a aprovechar cada instante. Tintes frenéticos, granulados y de contrastes nocturnos y neón con la fotografía de Sean Price Williams, quien realizó la cinematografía de Good Time (2017) de los hermanos Safdie, lo que le da un toque de cine independiente y de pronto vertiginoso con la intención de retratar ese furor por la vida.

Volpé se distancia del drama espectacular y sensiblero con su manufactura de un cine independiente, con definición granulada y planos que no procuran estabilidad. Aquí retrata mediante una obra de teatro esa inútil búsqueda de un éxito occidentalizado como si fuera tradición, y exhorta más a tener una pasión por la vida con una historia de amistad incondicional inseparable. También como esa cita de Cortázar, también de aires parisinos “Livianamente hermanos del destino, dióscuros, sombras pálidas, me espantan las moscas de los hábitos, me aguantan que siga a flote entre tanto remolino”.