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Episodio 3: Una monotonía artísticamente sorprendente
Meal Ticket es un ejemplo de que hay que dar segundas oportunidades. De las seis historias que conforman la película, quizás esta sea la menos llamativa y hasta puede resultar bastante aburrida, lenta y monótona. Pero si se desgarra la superficialidad, se desenmascara una joya oculta, que todos tenemos derecho a descubrir. No cabría esperar menos de los hermanos Coen.
Es indiscutible que esta pieza audiovisual sea suya. De principio a fin. Cumple al cien por ciento con las características propias que definen su obra -entre otras, Fargo (1996), El gran Lebowski (1998), No es país para viejos (2007) o A propósito de Llewyn Davis (2013)-: la desesperanza y el disparate están conviviendo en todo momento, los relatos, los personajes van de un lugar a otro, persiguiendo un objetivo, el western, el género negro y el clasicismo.
Siguiendo en su línea, la historia se organiza cronológicamente (sin flashbacks ni flashfowards), y el orden es lineal (planteamiento, nudo y desenlace). Narra, sin ayuda de diálogos, la cotidianidad de dos hombres ambulantes, un empresario teatral (Liam Neeson) y un artista -sin brazos ni piernas- (Harry Melling), que se ganan la vida, ofreciendo espectáculo. Al principio, son bien recibidos, pero a medida que van pasando los días, el público se va desinteresando, hasta que acaban fracasando. Lo que se convierte, entonces, en el centro de interés, es una gallina que realiza, hipotéticamente, operaciones matemáticas. De este modo, el empresario teatral decide comprar el animal y acabar con la vida del artista -arrojándolo al río- para poner fin a su problema económico.
Y aquí ya ha empezado la magia. Es una premisa simple, pero poderosa.
Como ya habréis visto -os lo adelanto-, el recital del artista ocupa gran parte de la narración. Pero no es simple palabrería que se va repitiendo sin cesar, sino que consiste en el soneto 29 de Shakespeare, la historia de Caín y Abel o el discurso de Abraham Lincoln en Gettysburg. Además, los fragmentos escogidos de estas clásicas referencias expresan la crueldad, la irracionalidad y la soberbia de las pretensiones humanas.
Porque Meal Ticket es un drama social. Para que nos afecte y podamos reflexionar, no nos tenemos que poner en la piel del artista paralítico, que siempre se muestra sumiso a su jefe, que es una marioneta sin valor que puede destruirse, como quien tira una roca desde lo alto de un puente a un río. Sino que tenemos que pensar en si alguna vez hemos actuado como el que lanza la roca -o la persona. En este caso, es el empresario teatral quien no tiene valores humanos y su perspectiva de la vida es individual y fría. Utiliza a un tullido como eje de su espectáculo, porque es irónico que sepa recitar textos culturales. Y cuando no llama la atención, se deshace de él. En este asunto, el público no se queda aparte: una vez que han saciado su curiosidad, se aburren y cambian de intereses.
En primer lugar, esto puede tener una lectura en relación con el mercantilismo y el valor del arte. ¿Por qué pocos artistas pueden vivir solamente del arte, son recordados por sus trabajos o, más difícilmente, tienen una larga carrera artística? Porque no somos persistentes en nuestros gustos. Podemos tener a alguien en el punto de mira, incluso en lo más alto, hasta que aparece otro intérprete nuevo, por el que sentimos más devoción, y dejamos olvidado al anterior. Y es lo que le ha pasado a los protagonistas de Meal Ticket. Por lo tanto, es una crítica a la popularidad y a la rentabilidad de los artistas. Sin duda alguna, los hermanos Coen han realizado una declaración de amor al arte.
En segundo lugar, es un puente hacia una reflexión más personal, en cuanto a humanidad y a la relación con las demás personas. ¿Alguna vez he sido tratado/a como el artista? ¿he sido reemplazado/a, porque ya no tengo valor por lo que soy, sino por lo que sirvo? O al revés, ¿he sustituido a alguien, porque vive lejos y no nos podemos ver tanto, porque no tiene dinero para ir a comer, porque está enfermo y no tiene ganas de reírse todo el tiempo? Seguramente -por estos motivos u otros- la respuesta a todos estos interrogantes sea, lamentablemente, que sí. Si no, no sería tan popular el dicho de “por interés, te quiero, Andrés”. Esta obra juzga una de nuestras debilidades como humanos.
La cotidianidad de las acciones provoca que, aparte de estas cuestiones, se traten temáticas tales como la conformidad, la ignorancia, la enfermedad, la cautividad, la sumisión, el fracaso, la muerte, la violencia para solucionar un problema, la concepción de la amistad y el odio, la ambición, el poder, la opresión, la venganza, la traición, el egoísmo, la supervivencia, la independencia y la soledad. Todas estas vehiculaciones de los protagonistas construyen el tema principal, el drama del circo ambulante del viejo Oeste estadounidense.
Y este viejo Oeste está muy presente en todo el capítulo. Se puede apreciar que las temáticas son propias de los westerns: cuestiones sociales realistas y problemas psicológicos. Además, aunque no haya disputa sobre el dominio territorial entre los indios y los invasores blancos, sí existe una batalla entre la cultura clásica (el espectáculo de los protagonistas) y las nuevas formas (el show de la gallina), que son las que salen victoriosas.
Asimismo, uno de los componentes iconográficos más fácilmente reconocibles de este género son los entornos físicos. Aunque Estados Unidos es peligroso, la naturaleza es espectacular y hay un esfuerzo por venderla. En Meal Ticket se ve reflejado la forma en que el western muestra una dimensión enorme del paisaje: tierra de oportunidades o de peligro, pero quien la sepa encontrar, encontrará su lugar. Esta mistificación del paisaje empequeñece a los personajes, como cuando se muestra el carruaje en el camino, entre las altas y escarpadas montañas.
Y lo que a mí me empequeñeció, cuando visualicé el relato por primera vez (¡hasta el punto de plantearme saltar al siguiente capítulo!), fueron las reiteraciones narrativas de la primera parte: las mismas imágenes de los primeros planos del artista recitando, una detrás de otra, sin pausa. Se hace muy largo. Parecían repeticiones innecesarias, incrustadas para poder llegar a los minutos demandados. “Por favor, necesito un Descanso -pensaba-. Pero, ¡es de los hermanos Coen, tiene que haber una razón!”. Me paré a pensar por qué habían optado por ese tratamiento, y la satisfacción me corroyó por dentro, cuando descubrí que habían querido transmitir a los espectadores el mismo aburrimiento y monotonía que sentía el público del espectáculo. ¡Y lo consiguieron! Ahora todo tenía sentido. ¡Bravo, bravísimo!
Otro aspecto bien trabajado son las elipsis. Uno de los motivos es que, por la falta de rótulos, subtítulos o relojes, son el recurso por el que optan para expresar el paso del tiempo -junto a las iteraciones (cada fundido da paso a un nuevo plano, lo que se traduce por un nuevo poblado). Con esto, se deduce que, durante el tiempo fílmico de veinte minutos, se representa el tiempo diegético de dos semanas –si se tiene presente que cada actuación corresponde a un día, y cada plano del bucle, también.
Pero, verdaderamente, el gran valor que le otorgo a las elipsis es porque hay una muy impactante: es el último punto de giro, la menos explícita de todas y el asesinato del artista por parte del empresario teatral. Una muerte fantástica. Aunque no veamos al empresario empujar al artista río abajo, sabemos que lo ha hecho, gracias al sentido que le aporta el montaje: el jefe compra la gallina, la alimenta, para el carruaje al lado de un puente, tira una roca al río y, en el siguiente plano del carro, ya no está el artista. Le ha matado, porque tiene una nueva fuente de ingresos y no lo necesita. Subtexto. Poderío de las elipsis. No es cuestionable que el uso del tiempo llame la atención.
En definitiva, en un inicio puede parecer una obra predestinada, debido a sus repeticiones narrativas, pero, en realidad, es igual de importante el cómo que el qué. El trabajo conjunto de las elipsis y las iteraciones crea el significado temporal del capítulo: rutina. Y la rutina acaba cansando. El truco es tan bueno que no me di cuenta qué estaban haciendo. Los hermanos Coen, en Meal Ticket, han logrado darle un sentido a todo lo que compone esta obra audiovisual.
Un poema en si mismo esta reseña, se agradece al autor, que pone en evidencia los engranajes de la obra que se ofrece al espectador, pero deja entre lineas, percepción y analisis lo que verdaderamente se debe entender y disfrutar; nos hace apreciar… el llamado «Séptimo Arte».