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Episodios heroicos de los condenados que no renuncian a la libertad
Las prisiones son terribles lugares. En ellas se conjugan algunas de las situaciones más lamentables a las que se puede someter a un ser humano: la pérdida de la libertad; el aislamiento con relación a la familia, los amigos o a los lugares en que se ha vivido normalmente; la soledad; el estar forzado a compartir la vida con desconocidos, muchos de ellos criminales o perturbados, en un ambiente que puede ser amenazante o peligroso; la incertidumbre sobre el futuro; la pérdida de la autodeterminación; la incapacidad para trabajar y ganarse el sustento desempeñando funciones en las cuales se tiene capacidad o para las cuales se está preparado; la falta de libre y amplio acceso a la cultura y la recreación; el tener que permanecer en un mismo lugar por mucho tiempo; la exposición a condiciones de desaseo, congestionamiento, mala alimentación; las humillaciones y malos tratos, etcétera. El solo pensar en que podamos caer en semejante desgracia causa temblores en el alma humana.
Y, sin embargo, por razones que se antojan inescrutables, las personas le apuestan a la violación de la ley y quedan expuestas a sufrir las degradantes condiciones de las prisiones cuando son condenadas, legalmente y en juicios sujetos al sistema aceptado por la sociedad, por determinaciones de jueces y jurados. En otros casos reina la injusticia total, y las personas son condenadas sin ser culpables o son retenidas por tiempos arbitrarios en espera de que se les resuelva las situación en que caen atrapadas, a veces sin entender por qué. Con frecuencia los que tienen el poder en una sociedad se aprovechan de los sistemas de prisiones para someter a sus enemigos o a los que piensan distinto, a las tristes circunstancias de las cárceles. En estos casos es todavía peor la situación del desafortunado prisionero, pues se unen todas las limitaciones y humillaciones ya señaladas a la opresión de la injusticia y a la incertidumbre brutal.
Con frecuencia los que manejan las prisiones, sean administradores o guardas, se ven también afectados por las condiciones y empiezan a generar mal trato y humillación entre los prisioneros, abusando de su poder y de su posición de autoridad, sabedores de que las prisiones están aisladas, en todos los sentidos, del mundo externo y creyendo que sus arbitrariedades van a quedar impunes. Para completar estos cuadros desoladores, se dan las oportunidades para que los mismos prisioneros conformen pandillas y sistemas extorsivos para degradar todavía más a los más débiles que no están en capacidad de defenderse de estas dobles acciones criminales enteramente angustiantes.
Naturalmente que tratar de escapar de una prisión, de soñar con la libertad, es apenas lo que habría de esperarse en la mayoría de los casos, de manera que cada prisionero, probablemente, arme películas y tramas en su mente, imaginando túneles, engaños, trampas, pagos, sobornos y argumentos para escapar. Cada historia de cada persona que ha estado en prisión tiene el potencial para que sea contada en el cine, todavía más si el escape es parte del sueño o de la realidad que se ha vivido. Estos ambientes se prestan para que el cine los cree y recree una y otra vez, explotando todos los dramas humanos y combinaciones imaginables, sean ficticias o reales. Por ello, abundan las películas sobre prisiones y sobre escapes.
Si queremos ser testigos de una excepcional, que se enfrente a casi la totalidad de las cosas que pueden pasar en una prisión y que describan un escape verdaderamente espectacular e inesperado, hay que ver The Shawshank Redemption (Cadena perpetua / Sueños de fuga), de Frank Darabont (EUA, 1994), protagonizada por Tim Robbins y Morgan Freeman y basada en la novela corta del famoso escritor Stephen King, Rita Hayworth y la redención de Shawshank. Es un filme del mayor interés. Hay que anotar que, si bien no alcanzó a ser un éxito de cartelera, eventualmente, lo fue de la crítica, recibiendo nominaciones a siete premios Oscar, incluyendo el de Mejor Película. No obtuvo ninguno, pero con el tiempo se volvió un clásico del cine siendo considerada por muchos como uno de los mejores filmes de la historia.
Tiene todos los elementos para ello. De un lado, la espectacular capacidad de Stephen King para crear historias, que siempre son sorprendentes, llenas de calidad literaria y de situaciones humanas que exploran los límites del comportamiento. De otro, la gran dirección y las actuaciones de todos, no solamente de los protagonistas. Pero el elemento esencial es el profundo mensaje de humanismo que subyace: la persona capaz de superar las más duras pruebas sin perder su esencia y su libertad interior, su poder para enfrentarse a la opresión, a base de inteligencia, y si es del caso, a base de fuerza.
Es brillante el desarrollo de la trama, construida poco a poco, casi como si se tratara, para el espectador, de un aprendizaje sobre el bien y sobre el mal; sobre la manipulación maliciosa y sobre la más nobles de las transparencias; sobre negociar y lograr objetivos; sobre la persistencia, la planeación y el conocimiento profundo del otro. A medida que avanza el filme, se va conformando un cuadro optimista sobre la vida, muy basado en las historias y hazañas de dos prisioneros que se vuelven amigos, literalmente, para toda la vida, transcurra ella dentro o fuera de la prisión.
Esta película desarrolla lo que se pudiera llamar un cuerpo conceptual idealizado sobre lo que es un escape perfecto de una prisión inexpugnable e injusta. Este escape es absolutamente inteligente, justo y deseado, e inesperado para todos, y permite pasar del infierno de la desesperanza a un cielo real, acogedor, que se puede compartir. Este escape es liberador, no solamente para el protagonista que lo ejecuta, sino para la totalidad de los habitantes del centro de castigos, que se va convirtiendo en un centro de libertad personal basado en la cultura, el compañerismo, la educación y en el justo castigo para los opresores, sean estos grupos de prisioneros, guardas o administradores. Es claro que solamente el cine y la ficción pueden acomodar tantas cosas y encontrar un sentido a las vidas de los condenados, pero no deja de inspirar y de estimular a los espectadores para que todos escapemos de las diversas cárceles que creamos o que dejamos que se vayan creando en las vidas propias o de los que conviven con nosotros. Para ello, encontramos más de una clave en esta singular producción: persistencia, compartir, amistad, generosidad, profesionalismo, vocación, lealtad, atrevimiento y honestidad.
Pasemos ahora a considerar los escapes que ocurren cuando hay grupos de prisioneros de guerra en situación absolutamente lamentable, cuando un equipo de valientes se atreve a desafiar todos los peligros y, a base de planeación, de heroísmo y de arrojo, logran la liberación, igualmente inesperada para el opresor, esperada con fe y esperanza por los prisioneros.
Un clásico de este tipo de escapes y del cine es The Great Escape (El gran escape / La gran evasión), de John Sturges (EUA, 1963), con la actuación de un notable grupo de artistas, entre ellos, Steve McQueen, James Garner y Richard Attenborough, Charles Bronson, Donald Pleasence, James Coburn, John Leyton y David McCallum. ¿Por qué señalar esta lista de protagonistas? Es que esta película está muy enfocada en visualizar el papel de un grupo coordinado y eficaz, en el cual cada uno debe de hacer su tarea a la perfección. El filme está basado en acontecimientos sucedidos en el campo de prisioneros de guerra de Stalag, en zona de ocupación alemana en Polonia, donde los alemanes han agrupado a un conjunto de aviadores británicos y estadounidenses, expertos en fugarse, con la idea de que se trata de un lugar a prueba de escapes.
Acá lo que se juega es con la certeza de que la muerte se va a encontrar cuando se descubran los intentos de escape, ya que los alemanes están cansados de tener que capturar repetidamente a estos prisioneros y prometen no tolerarlo más. Certeza que es bastante real, pues los alemanes saben que los prisioneros van a tratar de escapar. El filme describe con lujo de detalles cómo se reparten las tareas en el grupo, con el fin de lograr crear las condiciones para el escape. Inicialmente los líderes plantean hacerlo por tres túneles para que escapen 250 prisioneros. Se reparten los oficios y las responsabilidades y se crea una organización, llamada la organización X. Unos excavan, otros confeccionan trajes y falsifican documentos para usar luego del escape, otros forman grupos de vigilantes para proteger a los que perforan y otros consiguen materiales y suministros, con las técnicas de contrabando que nunca faltan en las prisiones. El grupo forma un coro para cantar y ocultar los ruidos y saca la tierra poco a poco y lo disimula por todos los espacios.
Se nos acerca entonces al poder de la colectividad ante el cautiverio, un poder que poco se ejerce en las prisiones, ya que con frecuencia los prisioneros son seres llenos de problemas y de conflictos personales que contribuyen a mantenerlos en el aislamiento y la desesperanza. En este caso, se trata de un grupo de pilotos en el cual aparece el liderazgo en forma natural, en el cual con facilidad se dan las habilidades personales para ponerlas al servicio de una causa, que además los protagonistas asocian con el patriotismo y con la derrota del enemigo.
Al final, luego de muchas aventuras y riesgos, se logra el gran escape, al menos para la tercera parte de los prisioneros. Desafortunadamente, deben transitar por territorios enemigos llenos de peligros, que acaban con la vida de buena parte de los escapados. Como en todo escape, el prisionero debe pasar de la certeza y de la rutina humillante de la prisión al desafío y a la tortura de una libertad incierta, donde debe sentir las realidades del prófugo. Pocos logran salir bien de estas transiciones.
Si hay alguna prisión famosa por su imposibilidad para escapar, es la de Alcatraz, en la Bahía de San Francisco. Varias son las producciones que han tratado el tema de esta prisión, entre ellas La fuga de Alcatraz (Escape from Alcatraz, Don Siegel, EUA, 1979), una notable película, protagonizada por Clint Eastwood, basada en una historia real, descrita en el libro Escape from Alcatraz, de J. Campbell Bruce. Cuenta las aventuras de prisión y de escape de Frank Morris y dos hermanos, John y Clarence Anglin, de quienes se dice que fueron los únicos en haber logrado tan imposible hazaña. Hace algún tiempo apareció una pretendida carta de John Anglin, donde cuenta del escape en 1962, diciendo que está enfermo y que ofrece entregarse si se le garantiza que irá de vuelta a prisión por no más de un año y con atención médica. El FBI, luego de estudiar el asunto, mantiene la versión de que los tres prisioneros se ahogaron y que sus cuerpos fueron arrastrados hacia el mar abierto.
La película es muy emocionante y describe los caracteres de los tres prisioneros, especialmente el de Frank Morris, que rápidamente se dejó ver como un hombre desafiante e inteligente, de gran capacidad de observación, que no se dejó amedrentar por los compañeros malevos ni por el clásico administrador tirano. Con habilidades mecánicas y paciencia, los tres fueron capaces de aprovechar diversas debilidades sutiles de la prisión, como es el caso de que los conductos de ventilación de las celdas tuvieran rejillas que se removían con facilidad debido a la corrosión; entonces los ductos de ventilación fueron la ruta de escape desde las celdas. Pudieron armar un taller secreto para desarrollar materiales y artilugios para el escape, incluyendo cabezas de yeso y papel maché en las camas de sus celdas para simular que dormían, una balsa y chalecos hechos con impermeables y remos.
El asunto central acá es la debilidad de toda frontera. Las fronteras son límites que separan dos zonas distintas. Por su misma naturaleza, las fronteras son de complejo diseño y difícil vigilancia. Una celda debe recibir aire del exterior, que requiere de un conducto; la frontera, en este caso una rejilla, es un punto débil del sistema, que separa dos aires, para que nada penetre, pero que se puede remover. No es posible vigilar estos puntos débiles, no es posible clausurarlos ni sellarlos por siempre.
Otra frontera es la que se conforma con el sistema de creencias que se impone sobre el universo de la experiencia. La persona recibe influencias externas y amenazas para que pierda la iniciativa y se resigne a ser un prisionero que nunca abandonará la prisión; frases se repiten; advertencias se imponen; la debilidad mental agobia. A pesar de ello, la persona doblegada y humillada puede recibir el impacto, pero igualmente decidir no perder su autoestima y su independencia, sintiendo que en realidad ella decide, ella es creadora y capaz de observar y encontrar alternativas.
Se refiere Fuga desde Alcatraz a estos dos tránsitos por las fronteras físicas y mentales que separan al hombre de su libertad, las cuales logra superar por su capacidad de observar, de crear y de sentirse libre. Lo mismo podemos decir de las otras dos películas y en general de los episodios heroicos relacionados con los escapes de prisión, en general asociados con gente que está injustamente condenada, pero que todavía se siente libre.