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Espacios opresivos

El ángel exterminador de Buñuel

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La repetición del absurdo

Entre las más temidas situaciones por los humanos se encuentra el pánico a la pérdida de libertad, a quedar atrapado por la finitud del espacio o por la imposibilidad de escapar en su inmensidad, la falta de control en tales momentos, la asfixia, la claustrofobia, la ausencia de albedrío para encaminar sus pasos en direcciones de escape… Personajes que se equiparan a entes cautivos existen desde tiempos remotos en todas las artes. Es suficiente citar a Antígona en la mitología griega, Edmond Dantès en El conde de Montecristo de Alejandro Dumas, Robinson Crusoe, el aventurero de Daniel Defoe, o Gregor Samsa y su transformación a insecto ideado por Kafka. El cine, a lo largo de su historia, ha creado situaciones sobre la materia que se han instalado en el imaginario colectivo. Entre las mejores obras, de las más originales, insólitas y creativas, se encuentra El ángel exterminador, el largometraje mexicano que Luis Buñuel realizó en 1962. En él, como recordarán, una veintena de personajes burgueses se encuentran de repente encerrados en el salón de una mansión tras disfrutar de una lujosa cena, sin razón aparente. Nadie parece poder salir del mismo, ni tampoco entrar. La falta de lógica de la situación permite que se pueda evocar de forma universal. La parábola sobre la descomposición de una clase social resulta extrapolable a cualquier otra, a cualquier estamento, a cualquier jerarquía. Todo grupo humano, de arriba o de abajo, blanco o negro, pobre o rico, religioso o ateo, monárquico o republicano, es capaz de representar a todo el planeta a escala reducida.

Buñuel ya se interesó con anterioridad por un personaje citado antes en su Robinson Crusoe de 1954. Con El ángel exterminador, entre otras muchas referencias, se inspiró en el filme Náufragos de Alfred Hitchcock (Lifeboat, 1944). Se desarrolla en su totalidad en un bote salvavidas que comparten los sobrevivientes de un naufragio. Situado durante la Segunda Guerra Mundial, civiles y soldados norteamericanos, británicos y alemanes deben convivir en un único y mínimo espacio. Como microcosmos del escenario bélico, el primitivismo se impone hasta desembocar en “una jauría de perros”, según palabras del propio director inglés. Buñuel, en los gérmenes de su idea, quería titular la película como Los náufragos de la calle Providencia. Pero una sugerencia del literato José Bergamín le produjo mayor atracción y, al final, terminó denominándola como se conoce en la actualidad. Precisamente, el título que se mantuvo está tomado de la Biblia, del 2.º Samuel, concretamente para informar que Dios mandó un ángel a Jerusalén para hacer en ella una gran mortandad. Pero pronto se conmovió ante tal calamidad y dijo al ángel exterminador del pueblo: <<Basta y retira ya tu mano>>”.

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La imposibilidad inexplicable de satisfacer un acto simple es una circunstancia que se encuentra presente en muchos de los largometrajes de Buñuel. En La edad de oro (1930) una pareja no consigue permanecer unida, en contra de su deseo; en El discreto encanto de la burguesía (1972) los personajes pretenden reunirse sin conseguirlo; en Ese oscuro objeto del deseo (1977) el protagonista, un hombre de edad madura, no consigue satisfacer su deseo sexual… Con estos ejemplos podemos constatar que el eje de la trama de El ángel exterminador resulta una idea obsesiva que puede encontrarse a lo largo de su filmografía. Se trata de una obra de estructura episódica, a la manera que ya había utilizado en La edad de oro. La narración fragmentada se ve salpicada por una sucesiva repetición de situaciones, no tanto como en El discreto encanto de la burguesía, elementos que le confieren misterio y turbación. El secretismo se adorna con alguna alusión a la masonería, en cuya logia el autor fue invitado a pertenecer. 

La extrañeza aparece desde la primera escena. El grupo de burgueses acaban de asistir a una función de la ópera Lucía de Lammermoor, de Donizetti, y son invitados a una cena por el matrimonio Edmundo y Lucía Nobile en su lujosa mansión. Una serie de acciones y diálogos se repiten en un desarrollo no mimético, los sirvientes van abandonando sigilosamente el lugar, corderos y un oso comparten espacio con los humanos… Discurre la cena con más o menos sobresaltos y tras el resopón, después de escuchar una sonata de Paradisi interpretada en el piano por una de las invitadas, por Blanca, ninguno es capaz de salir de la estancia, en la que pasan la noche. A la mañana siguiente, el mayordomo, Julio, les lleva el desayuno y tampoco él podrá abandonar la habitación. Es el único del servicio que no salió huyendo, quizás por haber estudiado en los jesuitas, o acaso por sentirse en un rango superior al resto de empleados. La situación se prolongará durante días mientras las condiciones se van deteriorando y las normas sociales y de urbanidad abandonándose. 

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La crítica del grupo social protagonista está presente a lo largo del filme. Cautivos de sus propias normas, la circunstancia se extiende a su libertad de movimientos. Como muestra de su elitismo y el desprecio a los de fuera de su rebaño, se inserta una anécdota con intención malsana contra Salvador Dalí. En resumen, consistiría en que para todos ellos, también para el pintor, no es comparable el trastorno que puede producir la visión de la muerte de un príncipe que la de un montón de cadáveres de obreros en el interior de un vagón de tren. El estrambótico encierro le sirve a Buñuel para afilar su lápiz contra la burguesía exhibiendo un descenso al mundo salvaje y carente de valores. Se impone la supervivencia y la higiene se deteriora hasta convertir la limpieza propia en una quimera y la del espacio en un espejismo imposible. La malicia, el rencor, la animadversión o el egoísmo se van incrementando exponencialmente hasta derivar a límites en los que la inmundicia, lo escatológico o la perversión se acumulan, en ese único barco en el que todos están obligados a navegar. 

Paradójicamente, nuestra naturaleza de animales gregarios que considera indeseable el aislamiento va derrumbándose hasta transformar a la soledad en una aspiración inalcanzable. Compartimos con los que consideramos nuestros iguales costumbres, deberes, diversiones, gustos, el modelo de camisa, el color de nuestras paredes o las razas de nuestros perros. Adoramos nuestra lengua, nuestra religión, nuestra nacionalidad y nos esforzamos por parecer “uno más” y nunca diferentes. Ese mundo de apariencias se va desmoronando en el espacio habilitado por Buñuel en esta obra. El escudo se disuelve, la hipocresía se deja de lado y la buena reputación resulta ya una estupidez cuando se carece de lo básico, como el agua o el alimento. Nos preguntamos qué diría Nietzsche, cuyo pensamiento al respecto ya conocimos en Más allá del bien y del mal. Woddy Allen, en su película Zelig (1983), mostraba un extraordinario ejemplo de hombre camaleón capaz de modificarse conforme lo hacía el ambiente en el que se movía. 

Una cena de status

La siguiente reflexión pertenece a Gustavo Le Bon: “Por el solo hecho de formar parte de una muchedumbre organizada, el hombre desciende muchos grados en la escala de la civilización”. El realizador aragonés recurre también a un intento de linchamiento, enardeciendo a su multitud en un contagio emocional que está a punto de acabar con la vida del anfitrión. Un grado de insensatez que puede alcanzar al individuo cuando se mimetiza con la masa hasta enajenar la voluntad, mientras la fiebre irracional crece. Creo que coincidirán en que la inteligencia de cualquier concentración de personas funciona en razón inversa al número de reunidos. La sincronización con el rebaño hasta permite aparecer la crueldad en aquellas personas demasiado cobardes para ello. Ya lo sugirió Nietzsche. “Para ser un miembro perfecto del rebaño de ovejas se tiene que ser, por encima de todo, una oveja” (Albert Einstein). ¿Quieren buscar alguna explicación al conjunto de estos animales que transitan por el filme? Aquí tienen una.  

La sátira a la burguesía es un tema recurrente en la filmografía de Buñuel, tal y como se observa en películas como El discreto encanto de la burguesía o El fantasma de la libertad (1974), otro dardo frente a la hipocresía de la moral convencional. Pero otros dos estamentos que son también despellejados de forma incisiva por el autor son el ejército y La iglesia católica. El primero es parodiado en la misma cena por uno de los invitados, el coronel más joven del ejército, Álvaro, al que le revienta el retumbar de los cañones y considera a La Patria como un conjunto de ríos que van a dar en el mar.., que es el morir, apelando a los versos de Jorge Manrique. Y en cuanto a la religión, basta acudir a los momentos últimos, en los que algunos personajes se reúnen en la casa de Dios para dar las gracias con un Te Deum. También los creyentes y sus sacerdotes son castigados por ese eterno retorno que ha mortificado a los burgueses. Mientras tanto, el rebaño de corderos sigue campando por los alrededores y las algarabías estallan. Como dejó escrito Musil: “Hoy día el hombre encuentra estúpidas a las ovejas. Pero Dios las ha querido, y ha comparado repetidamente al hombre con la oveja. ¿No estaba en lo cierto?”.

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El ángel exterminador suspende el sentido. Nada explica nada. ¿Por qué buscar siempre una explicación? ¿Por qué cuando no se encuentra se recurre a Dios? Lo irracional, el naufragio de los personajes, en esta película coral, se apoya en la repetición como uno de los elementos estructurales del filme.  Lo mencionábamos anteriormente. Encontramos más de una decena a lo largo de todo el largometraje para tornar nuestras costumbres sociales en mecánicas y absurdas. Los invitados entran dos veces en la mansión, un par de ellos se saludan en tres ocasiones, se brinda en la cena por el anfitrión dos veces simétricas con efectos diversos… Sostenía Buñuel que él era el primero en haber utilizado este recurso en el cine; la realidad parece indicar lo contrario, simplemente con  asomarnos a Octubre, de Sergei M. Eisenstein (Oktyabr, 1927), con Kerensky subiendo repetidamente las mismas escaleras, o a la mujer de Fernad Léger en su Ballet mécanique (1924). Bien es cierto que el autor de Calanda sitúa el acontecimiento y su repetición en el tiempo presente, estableciendo una nueva dialéctica con tintes surrealistas. 

Hablamos de un tiempo de eterno retorno o de entropía que Deleuze, en sus reflexiones sobre la imagen-tiempo, considera como mundos plausibles en sí mismos, pero inadmisibles en su unión. Estallido del mundo diegético en simultaneidad de presentes incompatibles. Un efecto ya intentado por el propio Buñuel en Ensayo de un crimen (1955) con  la doble muerte de la novia. Se genera una nueva concepción de ese tiempo en una lógica imposible que cuestiona las expectativas fomentadas en el espectador. Pero debemos preguntarnos si existe la mala y la buena repetición, la que condena o la que salva, como sugiere Buñuel, y en qué consiste una y otra. Porque la que sí permite salir tampoco puede reproducirse con exactitud. Muchas cosas han cambiado, entre ellas la desaparición de algunos de los personajes. Además, con el naturalismo propio del realizador, el espacio se ha transformado en un basurero, en el que han estallado todas las pulsiones en esa “horrible eternidad”, como lo denomina Leticia, uno de los personajes. A lo mejor, ha sido necesario que la virgen del grupo haya sido satisfecha sexualmente por el anfitrión para que todo vuelva a su orden anterior.

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El feísmo se apodera de la obra en un reducido universo mientras se transforma a los elegantes y educados burgueses en animales de presa. Sobran visones o trajes de etiqueta cuando hay que pelearse por unas gotas de agua o una pata de cordero. La putrefacción, los excrementos o los cadáveres se van acumulando para conformar un revoltijo de hedor insoportable mientras grosería y violencia se desbordan, en un ambiente de promiscuidad. En realidad, nada diferente a la actitud de los mendigos en Viridiana (1961). Otra fiesta alrededor de una mesa sometida a los impulsos más ruines y primitivos. Pero si en esta última los pobres salen de la mansión y los ricos entran, en El ángel exterminador los que abandonan la casa son los burgueses, convertidos en seres harapientos, mientras los que esperan su entrada son los criados, que vuelven olfateando su momento. En fin, esta película de Luis Buñuel contiene un elevado valor enigmático con grandiosidad, en una aparente sencillez. Fuera de la lógica temporal y espacial, es capaz de seguir despertando todo tipo de interrogantes y cábalas a la búsqueda de interpretaciones. El autor quería rematar con canibalismo, pero cambió de opinión o se autocensuró al respecto. En cualquier caso, no era necesario para la efectividad de su particular apocalipsis fílmico.

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