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Esplendor y caída del amor
En su libro El amor dura tres años (1997), Frédéric Beigbeder nos avisaba que “el amor es una catástrofe espléndida” y añadía: “saber que te vas a estrellar contra una pared, y acelerar a pesar de todo”.
El sueco Roy Andersson es, junto al finés Aki Kaurismäki, el gran director europeo contemporáneo del existencialismo absurdo y del sinsentido de la vida. Así, en el que se puede considerar su primer largometraje, la más clásica de todas sus narraciones en cuanto a estructura, Una historia sueca de amor (En kärlekshistoria, Roy Andersson, 1970), mostraba ya un pesimismo inherente para hablarnos de la vida en general y del amor en particular y su escasa posibilidad de triunfo en el tiempo.
En la película, Andersson nos cuenta el ascenso y caída del amor a través de dos generaciones, padres e hijos, presente y futuro de un sentimiento abocado, según muchos, a morir o, lo que es peor, a resistir por costumbre y empañar de hastío o tragedia muchas existencias. Todos hemos visto fracasar muchos amores, pero la historia de la humanidad ha seguido abrazando el compromiso que por costumbre quedaba establecido entre los amantes hasta que la muerte los separase.
Puede que esté tiñendo el asunto de cierto pesimismo y que el presente del amor, el del primer tercio del siglo XXI, se encuentra en otro momento más libre y alejado de las convenciones y ataduras que durante muchos siglos obligaron a las parejas a permanecer unidas hasta el final. Una de las bondades de la etapa de individualismo que atravesamos es que nos desliga (por supuesto, no a todos) de ciertas costumbres milenarias y hace que el amor no tenga que seguir un patrón exacto para todos.
Una historia sueca de amor nos cuenta cómo dos adolescentes, Pär (Rolf Sohlman) y Annika (Ann-Sofie Kylin), quienes se ven por primera vez en una visita a sus respectivos familiares en el jardín de una residencia, se enamoran de forma instantánea. Es este el relato de un primer amor, de la inocencia y la gran pasión que despierta en sus protagonistas, dos jóvenes que tienen la vida por delante y todo por hacer. Es un momento de absoluta esperanza. El juego de miradas, los encuentros y desencuentros hasta que la historia de amor como tal cuaja son deliciosos y Andersson sabe captar con maestría la frescura y espontaneidad que muestran los dos actores, unos debutantes magníficos que posteriormente no lograron una carrera demasiado destacada, aunque han seguido en activo y ligados al mundo del cine y la televisión.
En paralelo, Andersson hace también un retrato de la vida que llevan los adultos cercanos a estos adolescentes. Los padres y familiares de Pär y Annika están en la madurez de sus vidas y la atmósfera que los rodea tiene un gran peso de hartazgo, de decepción. Andersson contrasta de forma muy clara lo que puede ser un primer amor de juventud y lo que luego es la vida para la inmensa mayoría de adultos. Hay un contrapunto de ilusión y desencanto evidente. El amor en el largo plazo adquiere mucho de rutina, de cansancio, de acomodamiento, incluso de fracaso y soledad. Ninguno se libra de poder caer en esto.
Veamos este contrapunto a través de dos escenas de la película. La primera se inicia aproximadamente en el minuto 24 y nos narra el intento de Pär, ayudado por sus amigos, para encontrar la casa donde vive Annika. La segunda se encuentra en el minuto 49 y muestra la convivencia de los padres de Annika.
La primera escena es, de alguna manera, entrañable. Vemos un comportamiento de tipo antropológico: el del ser humano y sus protocolos de conducta en el enamoramiento. Los adolescentes visten y se arreglan de otra manera en la actualidad, además de que probablemente fumen algo menos, pero el resto es un patrón que se repite y que inevitablemente nos hace sonreír.
En el primer plano de la escena vemos a Pär y tres amigos llegar y aparcar sus ruidosas motos. Pelos largos, todos visten cazadores y se ponen a fumar a la menor provocación. Toda su conducta va dirigida a demostrar que ya son adultos. Contraplano del portal del edificio donde vive Annika. Están sus dos amigas. Una fuma y la otra se apoya en la puerta, buscando su mejor postura. Realmente podemos decir que todos están pavoneando y sacando su versión más adulta, esa que les dé credibilidad ante el grupo. Dos de los amigos de Pär se acercan con la moto hasta las chicas y antes de hablar encienden otro cigarrillo. Están nerviosos y encender un cigarrillo ayuda. Se establece un juego de plano-contraplano. En respuesta al cigarrillo, una de las chicas saca su barra de labios y comienza a pintarse los labios. Uno de los amigos de Pär, que señalo se trata de Björn Andrésen, quien al año siguiente interpretaría a Tadzio en Muerte en Venecia (Morte a Venezia, Luchino Visconti, 1971), da una profunda calada a su cigarrillo y pregunta si Annika vive ahí. Ella contesta que sí y el amigo de Pär lo confirma al resto de la cuadrilla, que también se acerca. La amiga de Annika instintivamente se arregla el cabello. La puerta se abre y aparecen dos chicos bastante altos, mayores que Pär y sus amigos y uno de ellos, tras una gran calada a su cigarrillo, les dice muy serio que se larguen. Pär y sus amigos contestan con una sonrisa tímida. Se han quedado un poco desarmados y su rol de adultos puede verse tambaleado. Aparece Annika y el grupo emprende la marcha. La cámara se queda en el grupo de amigos de Annika que se alejan. La escena termina cuando Annika se da la vuelta para mirar a Pär y sus amigos.
La segunda escena, minuto 49 aproximadamente, comienza con el plano detalle de un tocadiscos en el que se puede escuchar un disco con una lección de español. Descubrimos que quien oye la lección es la madre de Annika, acostada, vestida con un camisón y con una mirada que revela tristeza. De fondo escuchamos como se carga una escopeta. Andersson nos muestra en el siguiente plano que se trata del padre de Annika, quien no tan lejos de la madre fuma y apunta a las paredes de la casa. Aunque los dos están pendientes de la presencia del otro, porque están a unos pocos metros y comparten los sonidos de sendas actividades, no comparten compañía. La madre de Annika mira a su marido con gran pesar. Su mirada dice tantas cosas sobre la relación que llevan como marido y mujer. Él no acaba de despuntar como vendedor y su economía no es nada boyante, ni siquiera han podido viajar a España de vacaciones y ella sigue estudiando español con una esperanza cada vez menor de que esas clases la lleven donde sueña.
En ese momento, entra en la escena Annika. Su cara es seria, porque viene de presenciar una pelea entre un amigo suyo y Pär, pero lo que se encuentra en su casa no le sorprende ni le ayuda a sonreír. Es el día a día de sus padres. En ese momento su progenitor la mira y le informa con solemnidad, despacio y disfrutando del momento, que su madre se encuentra tirada como una indigente. Acto seguido, bebe de su vaso de whisky, antes de continuar para confirmarle a su hija que él es un imbécil. Sin decir nada, Annika se acerca a su madre, que trata de sonreír y la saluda. Annika responde al saludo muy seria. Su madre le explica que no se siente muy feliz, pero que todo será diferente cuando se cambien de apartamento y le pide que se vaya a la cama. Annika sale de la escena, mientras vemos cómo al fondo su padre sigue bebiendo y fumando.
Se trata de una escena que hace un retrato demoledor del matrimonio y el paso del tiempo en el amor. En ella, Andersson vierte su característico humor amargo, una de las señas de identidad de su cine. Todos los sueños se han roto y los adultos se encuentran con la realidad. Ya no hay esperanza, lo que viven es la historia de su vida. Seguramente se enamoraron tan intensamente como ahora Annika y Pär lo hacen pero, a diferencia de los jóvenes, ellos sí pueden imaginar su futuro cercano y no es nada alentador. Ha habido algunos fracasos. Él no ha triunfado en su trabajo y viven en una casa que no era la que esperaban. Pero seguramente el triunfo hubiese llevado la vida por otros derroteros y el desgaste del amor también saldría a flote como sucede en el caso de los padres de Pär.
Si prestamos atención a las frases que se mencionan en la clase de español que suena en el tocadiscos, podemos escuchar tanto la palabra cigarrillos como barra de labios, dos elementos que en 1970 eran parte del ser adultos y desempeñar un rol de género en la vida. Fumaban hombres pero también mujeres, los hombres además tenían que tener moto o un auto (el padre de Pär se dedica a reparar coches) y las mujeres se pintaban los labios. Parecía que una mujer no podía salir de casa sin pintarse los labios. En la primera escena, los adolescentes se sirven de esos elementos para asentar su rol de adultos. Todo, visto de esta manera, hace que uno se pregunte por qué tenemos tanta prisa en crecer y toparnos con el desencanto.
La película es un retrato bastante agridulce del tema en una época en la que las opciones por las que pasábamos en nuestra vida eran bastante homogéneas para todos. El camino por el que transita la sociedad contemporánea es más plural y no necesita, como en tiempos pasados, del matrimonio y una organización de vida diseñada en torno a él. La tía de Annika es soltera y expresa sus miedos por ello. No sabe si ha hecho bien o no. Una mujer en los años 70 del pasado siglo era muy señalada por su soltería. Hoy por suerte no es así, o al menos no es así en la llamada sociedad occidental.
Suele pasar que esta película es vista como la más optimista de la filmografía del director sueco. La frescura con que se aborda la bonita historia de amor entre los jóvenes adolescentes nos sitúa en una especie de joie de vivre que también está presente en las primeras películas de Bergman. Lo cierto es que hay otra parte en la que Andersson quiere insistir, esa en la que nos muestra como casi siempre nuestra sonrisa se va perdiendo con el paso del tiempo.
Esas ondas de la complejidad no cesan de fluir entre las generaciones
Completamente de acuerdo, Enrique, pero permíteme que diga que el hecho de que las cosas sucedan de una manera no significa que no puedan ser mejores. Es una esperanza que guardo siempre. Un gran saludo.
Este blog dedicado al cine es de mucha valia. Felicito a los responsables. Aqui en Miami no hay nada parecido.
Muchas gracias por leernos, Waldo.