Críticas

Desconcierto

Europa

Miguel Ángel Pérez Blanco. España, 2017.

EuropaCartelTras el éxito obtenido por el realizador español Miguel Ángel Pérez Blanco en la dirección de varios cortos, fundamentalmente con Los dinosaurios ya no viven aquí (2013), en esta ocasión, se atreve con una producción más ambiciosa, en una obra que consigue, con sus 63 minutos de metraje, introducir con desasosiego al espectador en un mundo inquietante y apocalíptico. Estrenada en el D’A Film Festival de Barcelona, Pérez Blanco deja que nos movamos en un ambiente opaco, muy oscuro y alucinante. Con un formato de guion circular, en cámara muy fija, se abre y se cierra la película del mismo modo, pero jugando a la confusión con el espectador en fechas o momentos temporales o cambios de identidad con igualdad de fisonomía. Y todo ello, con la gran zancada temporal que se permite, desde el último día del año 1999, en los momentos previos al paso del milenio, hasta ese mismo día del calendario, que traspasará la barrera del 2017 al 2018.

El filme, rodado en Navacerrada y con una financiación que se alcanzó mediante una campaña de cooperación colectiva, responde a la perfección con la búsqueda de nuevos proyectos creativos, que pueden quedarse en la nada si tienen que recurrir a los medios de obtención de recursos económicos tradicionales. Precisamente, el elemento que califica de una mejor manera a Europa es el deseo de recurrir y exprimir formas experimentales. La película cuenta con unos personajes, muy pocos, cuyo recorrido no parece ser lo que mueve el interés del realizador, sino el envoltorio en donde deambulan, ese universo detenido, por el que se arrastran, susurran y avanzan los protagonistas. Los seres retratados se mueven como espectros, desde la búsqueda de algo que asimilamos a la nada, mientras, por medios sensoriales o artificiales, intentan alcanzar ciertas cotas de placer que apacigüen sus sentidos.

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El filme, acorde con su título, utiliza los idiomas castellano, inglés, francés, ruso, griego o ucraniano para que sus intervinientes se comuniquen verbalmente, medio de relación utilizado en muy pocas ocasiones, por cierto. Una mezcla de idiomas y nacionalidades, en donde no observamos huidas, sino vagabundeos desconcertados que no necesariamente pueden desembocar en una hecatombe. Eso sí, la percepción de una amenaza inminente es constante en toda la película, pero solo podemos llegar a constatar el paso del tiempo, un día más, un amanecer cualquiera cuya evolución no sospechamos precisamente como fructífera, a la vista de los siniestros elementos que consiguen alterarnos durante todo el desarrollo de la película.

Como ya se ha adelantado, lo que más destacaríamos del filme es la valentía en la experimentación con elementos formales cinematográficos. El juego a la oscuridad, a la que apenas se le permiten centelleantes puntos de iluminación, contribuye decisivamente al resultado catatónico que alcanza. También los movimientos en cámara lenta, los largos túneles que se atraviesan, el juego de colores, lúgubres y opacos en su mayoría, o aquellos bosques en donde los humanos que observamos se adentran, mientras ya no sabemos si nos encontramos en un drama, en una película de animación, de terror o de ciencia ficción. También sobresalen los cortes bruscos, en imágenes o sonoridad, así como la fotografía velada y la ralentización de movimientos, especialmente en los contactos corporales. Todo ello ayuda a conformar ese cosmos de apariencia clandestina en donde se mueven los personajes, acorde con el destino físico al que al parecer se dirige, no precisamente con presteza y linealidad, la pareja protagonista, Lisa o Julie, Alex o Viktor. Nos arrastramos con mundos vacíos, en donde no parece que despierte emoción o esperanza alguna ese futuro inmediato o remoto.

Los jóvenes que se dibujan en la obra son seres solitarios, que juegan constantemente a la  pérdida y el encuentro. El modo de comunicación no es precisamente el lenguaje verbal, ya lo hemos indicado, sino el contacto corporal, mientras que el significado verdadero de la formación de una pareja aparece realmente muy ambiguo. Nos gustaría detenernos en ese baile en solitario, con  los cascos puestos, que se desarrolla en mitad de la naturaleza, en ese bosque irreal y tenebroso, que nos lleva directamente a la última película de Yorgos Lanthimos, Langosta (The Lobster, 2015), con esas danzas que deben de realizarse sin compañía, como furibunda reacción a la obligación institucional de convivir en pareja.

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El título Europa no solo coincide con el largometraje realizado el año 1991 por Lars von Trier en denominación, sino que también se detiene, y mucho, en la experimentación con elementos formales y en un viaje claustrofóbico, en esa ocasión a vueltas con el ocaso de un mundo derrumbado, situado en Alemania tras la Segunda Guerra Mundial. Pérez Blanco, a su vez, no utiliza precisamente la inocencia para colocarnos geográficamente con su título y con el espacio temporal escogido, justo en un continente determinado. Nos enfrenta a un territorio en donde el desarrollo económico, y lo que es más importante, la evolución en el cumplimiento y ampliación de derechos humanos básicos no es que se haya detenido, sino que lleva una carrera alarmante hacia el camino de una consciente ignorancia. Todo lo anterior se encuentra acompañado con incumplimientos sistemáticos ilegales y sin que se levanten demasiadas voces al respecto. Estamos ante una Europa, que además de negar cobijo al extranjero, no permite o dificulta hasta la extenuación el desarrollo y asentamiento de proyectos vitales a sus miembros. Aquella esperanza en una tierra en que la igualdad, la cultura y la evolución solidaria fueran abriéndose paso, se nos ha caído por el trayecto, y ya únicamente vemos intereses económicos de unos pocos, corrupciones inmensas y dispersas, además de pobreza física y mental, que avanza de manera acelerada.

Estamos ante una experiencia muy creativa, especialmente sensorial, que nos deja en un estado agitado acerca de su sentido y alcance. ¿A dónde se quiere llegar?¿Llevamos el lastre del pasado?¿Nos ha condicionado el futuro o quedamos a la espera? Todas ellas son preguntas cuyas respuestas no las van a encontrar con facilidad en la película, que deja al espectador en un estado de ensoñación y de choque emocional, mientras intenta dilucidar sobre lo que acaba de acontecer. Con todo ello, y haciendo acopio del conjunto, decidan ustedes si prefieren quedarse en ese universo turbio o alucinógeno, u optan por esperar plácidamente próximos amaneceres, en la incógnita de lo que arrastrarán consigo.

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Ficha técnica:

Europa ,  España, 2017.

Dirección: Miguel Ángel Pérez Blanco
Duración: 63 minutos
Guion: Luis Juanes, Miguel Ángel Pérez Blanco
Producción: Zapruder Films
Fotografía: Michal Babinec
Reparto: Virginie Legeay, Roman Rymar, Alexei Solonchev, Cristina Otero, Pablo Moiño, Juan Moiño

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