Explota Explota

Nacho Álvarez debuta en el cine con Explota Explota, una comedia musical cuya banda sonora son las canciones de Raffaella Carrà. La ópera prima de este director uruguayo no habla ni trata sobre la vida de la cantante (¡aunque hay bastantes guiños sobre la artista, incluso aparece en un cameo!), sino que crea una historia a partir de sus grandes éxitos. Los números musicales hacen avanzar la trama y explican información de los personajes. Sí, como en el caso de Mamma Mia!. Pero no, no llega a su nivel: probablemente no haya segunda parte de Explota Explota, pues no es un gran musical -por eso es mejor definirlo como el híbrido de comedia musical más que como musical en sí.

Es cierto que las protagonistas, Ingrid García – Jonsson (Hermosa Juventud, Toro, Taxi a Gibraltar) y Verónica Echegui (Katmandú, un espejo en el cielo, El patio de mi cárcel, Yo soy la Juani), no son bailarinas ni cantantes profesionales. Pero no pasa nada, porque bailan. Y actúan. Y ha sido gracias a sus interpretaciones -vodevilescas, por cierto- que han salvado la película. Por lo tanto, el quid de la cuestión no es ese, sino que el problema reside en que aunque el relato esté repleto de flashmobs y coreografías, no son espectaculares. Comienza fuerte, desde la primera escena, con un número musical al que lamentablemente no consiguen superar; es el mejor de todo el filme. Te crean unas expectativas que no consiguen cumplir. Además, si no fueran canciones de Raffaella Carrà -que si no te las sabes las has escuchado a alguna vez- la película hubiera estado pendiente de un hilo todo el rato.

De todos modos, aunque Explota Explota no sea un musical de referencia ni vaya a provocar ningún cambio en el cine español, vale la pena. Consigue que durante sus 116 minutos de duración, inclusive algún tiempo después de la visualización (porque se te ha enganchado alguna canción), te diviertas, te entretengas, bailes, cantes y te rías. Que te evadas de la realidad. Porque el mejor adjetivo para definir Explota Explota es el de “optimista”.

María (nombre recurrente en las canciones de La Carrà) deja plantado a su prometido en el altar el día de su boda y se fuga a España, “su casa”. Se sube al avión y abandona Italia llorando, aún con el vestido largo blanco de la boda, una cazadora vaquera fucsia y liras italianas. Una vez en tierra, no tiene a dónde ir. Suerte que una trabajadora del aeropuerto, Amparo (Verónica Echegui), se ofrece a ayudarla. Tres meses después están compartiendo piso y trabajando juntas.

En un día laboral en el aeropuerto como otro cualquiera, María se encuentra con Pablo (Fernando Guallar), un joven al que vio por primera vez justo el día en que llegó a España (y sí, su encuentro fue el típico de chico se choca con chica, se le caen los papeles al suelo, ambos se agachan para recogerlo y se dan cuenta que se atraen. Pero esta vez, fue a él a quien se le cayeron los documentos). Pablo está agobiado porque ha perdido la maleta con su tesis, pero María le tranquiliza con que se la enviarán en cuanto la encuentren.

Cuando la maleta aparece, María sabe lo tan importante que es para él, así que va ella misma a entregársela a su trabajo (además de porque Pablo le gusta). ¡TVE! Trabaja en Televisión Española y es el hijo del censor. María, que tiene un sueño reprimido de ser bailarina, se queda boquiabierta viendo a las “Rosettes” (bailarinas de Rosa, de La noche de Rosa) y las imita. El director se queda encandilado por ella y la contrata para que se una a ellas.

Explota Explota aún y su relación con el escapismo, trata temas bastante duros, como lo son la censura y el sexismo en la televisión. Hay que tener en cuenta que por entonces no se había acabado la Dictadura de Francisco Franco, quedaban dos años. Pero, otra vez, deja mucho que desear porque no acaba de profundizar del todo. Así que no tiene más que ofrecer; el guion es bastante plano, no hay intriga pues recurre a personajes y situaciones estereotipadas que anticipan lo que sucederá.

Pero una de cal y otra de arena. El trabajo de ambientación es excelente. La estética de los años 70 se percibe en el metro (¡es increíble la redecoración!), las calles, el atrezo de las casas, el plató de TVE… Aparte de en el formato del programa televisivo, de la forma de hablar de los personajes y del vestuario de los mismos. Y no solo viajas -o recuerdas- los años 70, sino que es agradable de ver. Han recurrido a colores vívidos que van a la par con el optimismo del filme. Visualmente, hay poco que objetar.

En definitiva, la ópera prima de Nacho Álvarez se ha quedado un poco floja. Y eso que apuntaba maneras, pues es fan de Raffaella Carrà, el material sonoro es bueno y, al ser musical, contaba con una libertad formal. Es decir, podría haber hecho lo que le quisiera (adaptándose al presupuesto, claro está) porque en este género hay un espacio para la imaginación. El musical explota su falta de realismo: el espectador no encontrará raro que todos los figurantes empiecen a cantar de repente y se sepan la letra y la coreografía. No se planteará nada. No hay motivo para interesarse por la terminología, sino por la experimentación. Y Nacho Álvarez no ha visto el musical como espacio de experimentación visual. ¿Tendrá una segunda oportunidad?

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