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Fallout (2024)
Quizás exista (y sí, si no me equivoco existe) una palabra o algo similar para definir aquel apego que tenemos por los mundos en los cuales la sociedad humana ya se acabó. Es, efectivamente, algo que se podría resumir en la voluntad de desatarse de las reglas a las que estamos subyugados y que impiden cierta anárquica libertad. Quizás tenga algo que ver con el hecho de crecer y darse cuenta de que ya no podemos hacer lo que nos dé la gana (o casi) como cuando éramos niños. El mundo postapocalíptico se convierte así en un lienzo perfecto para darle aquella carte blanche a nuestra imaginación y así alejarnos de la rutina diaria de las oficinas. Se (re)descubre el significado de supervivencia y, dentro de un mundo caótico y que nos puede matar, de aquellos chorros de adrenalina que solo son posibles dentro de un marco que rechaza la sociedad humana. Voluntad de destruir y volver a vivir en el regazo de una naturaleza que nos dice “todo puede suceder”. Quizás una visión que en parte se acerca a la gran epopeya, como puede ser la de los productos cinematográficos del gran West.
Videojuego nacido en los años noventa, poco antes del nuevo milenio, después de los dos primeros capítulos (el primero por parte de Tim Cain) y de un spin-off (Tactics) en los últimos años Fallout vuelve a formar parte del imaginario colectivo gracias a Bethesda y se afirma como franquicia taquillera con un mundo y una estructura precisa, fácilmente reconocible (y también vendible). Su llegada a la pantalla de Amazon no es, entonces, algo aleatorio, sino que se basa en la más que buena recepción (y aceptación) por parte del público de jugadores. Se nos permite así entrar en este universo que une diferentes estéticas y que se sitúa dentro del marco de la ciencia ficción, lo cual, como muchos lectores ya sabemos, abre las puertas del análisis de lo que nos hace humanos o, como en este caso, qué es efectivamente la estructura de la sociedad humana.
Si de world building hablamos, el universo postatómico de Fallout está repleto de detalles, y lo nuclear y la vida que sigue después de este cataclismo es entonces lo que aquí nos interesa en cuanto espectadores de una serie que se presenta como más que bien aceptada. Es, el de Fallout, un mundo en el cual la guerra (entre China y Estados Unidos) y sus bombas han arrasado parte de nuestros hermanas y hermanos, y en el cual la ley que se ha ido estableciendo durante los siglos posteriores es la de una supervivencia cínica y poco apta para la bondad (Rousseau no tenía razón, pero esto es algo que todo hombre ya sabe). Homo homini lupus, obviamente, lo cual permite acceder a una serie de cuestiones narrativas que bien se adaptan a la posibilidad de mostrar lo absurdo del ser humano, sobre todo cuando su visión del mundo se ha convertido en un “si tu mueres, yo vivo” (el muy antiguo mors tua).
Esta primera temporada en streaming (otras, se supone, van a seguir, ya que tanto el público como la crítica están de acuerdo sobre la buena hechura) nos presenta fundamentalmente a tres grandes protagonistas y nos conduce inteligente y sarcásticamente dentro de su mundo futuro (un retro-sci-fi, a decir verdad). La visión resulta así placentera y correcta para un público maduro, capaz de entender que tanto la violencia como las palabrotas pueden ser, bien utilizadas, no solo divertidas sino también parte de un discurso inteligente. Y la estructura misma, que se basa en la quest (nada nuevo, por supuesto, la gran mayoría de las narraciones así funciona), se rige también por los diferentes matices que cada uno de los tres personajes aporta, abriendo paso a una serie de relaciones tanto entre ellos como también con su mundo. No es, entonces, una serie que solo se puede ver y entender si ya tenemos aquellos conocimientos previos necesarios, sino que, gracias a como ha sido presentada, le permite a cualquier persona acercarse y disfrutarla; por supuesto, siempre y cuando se tenga humor negro.