Festivales
Festival de Cine de Sevilla 2018
INQUIETUDES DE ADOLESCENTE
El Festival de Cine de Sevilla celebró su decimoquinta edición soplando las velas en medio de una rebeldía propia de la etapa adolescente que atraviesa, y en ese estado de continuo crecimiento, el festival también se sigue renovando y, por supuesto, afianza su identidad al lado de cineastas de la talla de Sergei Loznitsa, Salomé Lamas, László Nemes, Yolande Zauberman, Albert Serra, Jonás Trueba y así hasta 124 cineastas que estuvieron presentes en Sevilla, desplazados hasta allí para presentar sus películas. Esas son, por tanto, una mínima parte de las grandes figuras que pasaron por el festival, que tuvo un invitado excepcional: el escritor y crítico cinematográfico Serge Toubiana, quien llegara a ser director de la revista Cahiers du Cinema y de la Cinémathèque Française. En la actualidad, Toubiana es presidente de Unifrance, institución que podría equipararse al ICAA en España. El festival ofreció al crítico una carta blanca para programar la sección Tour/Détour, la cual se dedica a títulos clásicos. Tres fueron los filmes que seleccionó, de autores como Truffaut, Godard y Pialat: La piel suave (1964), Masculino, femenino (1966) y Nosotros no envejeceremos juntos (1972), respectivamente.
A través de una sección oficial con títulos como La ciudad oculta, de Víctor Moreno; Donbass, de Sergei Loznitsa; M, de Yolande Zauberman; Pity, de Babis Makridis; Ray & Liz, de Richard Billingham; o Pearl, de Elsa Amiel, el festival ha realizado una propuesta de diversidad temática para intentar reflexionar sobre los graves problemas que asolan Europa, pero sin dejar de apostar por un tipo de cine más ligero en su forma, que no por ello descuidado en su fondo, como son las películas Non-Fiction, de Olivier Assayas, o La casa de verano, de Valeria Bruni Tedeschi.
Joy, de Sudabeh Mortezai; What You Gonna Do When the World Is on Fire?, de Roberto Minervini e, incluso, Idrissa, crónica de una muerte cualquiera, son películas a través de las cuales el festival se propone observar el resto del mundo desde el corazón de Europa o, quién sabe, indagar acerca del modo en que se mira hacia aquí. Propuestas que se revelan como las grandes expectativas que alguien, desde otro continente, puso en este, hasta que la decepción anuló cualquier tipo de futuro posible que se hubiese podido augurar.
Películas como Atardecer, de László Nemes, y El peral salvaje, de Nuri Bylge Ceylan, hacen reflexionar en el dispositivo montado por estos cineastas, con el fin de elaborar un discurso asociado indisolublemente a la forma de sus películas. Con una voz propia, distinguida y sobresaliente, estos realizadores siguen planteando retos, entre los que se vislumbra la épica hazaña del sometimiento del tiempo, en favor de una sobriedad argumental, el primero, y de un estricto sentido filosófico, el segundo.
Dovlatov, de Alexey German Jr., y Ruben Brand, Collector, de Milorad Krstic, hablan desde puntos de vista muy diferentes, sobre el mundo del arte. En el primer caso, una historia ubicada en un contexto histórico muy concreto, ya que aborda una semana en la vida del cuentista y novelista ruso Sergéi Dovlátov, que se termina interrogando por el lugar que ocupa el derrotado después de la batalla. En el segundo, un filme de animación, considerado como “la mejor película de animación europea desde Bienvenidos a Belleville”, que plantea un juego de asociaciones y referencias, basado en una voraz cinefilia, así como un recorrido por la historia del arte, en lo que puede considerarse una sensacional labor de síntesis.
Maya, de Mia Hansen-Løve, apuesta por mantener como secundario un tema poco explorado hasta ahora en el cine, como es el de periodistas prisioneros en la guerra civil de Siria, guerra que va camino a cumplir su octavo año desde su inicio en 2011 y cuyos tentáculos se han expandido, dando lugar a un conflicto internacional. Un asunto que parecía tener proyección, generando interesantes expectativas, resulta ser una trama que se diluye y apenas se retoma en varias ocasiones, para terminar asomándose lo justo y recordarnos el hecho traumático que genera el conflicto en el personaje. Un escueto susurro, una excusa para que Hansen-Løve pueda centrarse en lo que más le interesa, la historia de amor entre los protagonistas.
Más sólidas y fieles a su planteamiento inicial se revelaron Touch Me Not, de Adina Pintilie, y Vivir deprisa, amar despacio, de Christoph Honoré. Con un tono muy diferente en ambas, la primera, ganadora del Oso de Berlín, plantea el cuerpo como tema principal y elabora un estudio a través de dos vertientes: los encuentros en una sala en los que diferentes personas realizan ejercicios en pareja, en torno al cuerpo de cada uno de ellos, y la historia de la protagonista, Laura, alguien incapaz de disfrutar del sexo o de que alguien toque su cuerpo, sometiéndose a terapia para superarlo. Una película que podría haber encontrado su germen en Vivir y otras ficciones (2016), de Jo Sol, la cual ya indagaba algunos de los temas aquí planteados, si bien la propuesta formal de Adina Pintilie resulta mucho más dura. Por otra parte, Honoré realiza un entrañable retrato sobre la historia de amor que viven Arthur y Jacques, este último escritor con sida. Ambientada durante el verano y en el París de 1993, la película se convierte en un tira y afloje entre los personajes, un exquisito retrato del deseo.
Así, el festival ha mostrado sus inquietudes, por otra parte, lógicas de un adolescente, como alguien que crece y no deja de interpelarse por aquello que sucede en su entorno con el fin de interpretar mejor esa realidad cambiante que le rodea.
El Palmarés de la XV edición del Festival de Cine de Sevilla se puede consultar aquí.