Investigamos
Flopbuster
Crear productos y venderlos es un negocio (primera proposición). El cine crea y vende productos (segunda proposición). El cine es un negocio (tercera proposición, resultado de la comparación entre las dos precedentes). Lo que deriva de este análisis muy somero es que el cine no es un simple “crear arte”, sino que, como en cualquier tipo de elemento capitalista, el efecto real y final de la escritura de guiones, de actuaciones, de movimiento de cámaras y de unión de los varios fotogramas es la presencia de un objeto que, a través de las salas, de los Blu-Rays (que ya están a punto de terminar su propia vida) y de los servicios de streaming tiene que abrir las puertas de sus cajas y dejar que fluya un sinfín de dinero. No se trabaja por la gloria, ni por el arte, ya que la máxima de art for art’s sake no puede sino resultar muy poco plausible, una idea que se deja usar solo cuando ya tenemos bastantes recursos como para comprar leche, carne y verduras, así como no tener problemas con el alquiler cada mes. En los otros casos, los que forman parte de la mayoría casi absoluta, hay pagar a los artistas y a toda persona que trabaje o haya trabajado para producir el resultado final, el “filme”; al fin y al cabo, los escultores y pintores del renacimiento italiano enseñaban sus manos para que en ellas cayeran las monedas con las que poder vivir.
El cine, entonces, necesita una serie de estrategias para que pueda funcionar desde un punto de vista comercial. El business del show business no es una palabra que se utiliza de forma metafórica: de dinero hay que hablar, y de mucho, ya que en nuestra sociedad (guste o no guste la cuestión) el provecho es el elemento fundamental que nos permite seguir trabajando. Si los filmes no tuvieran una buena recaudación, probablemente hubiera menos productos de este tipo y se prefiriera donar nuestro sudor a otros oficios. Sin embargo, los filmes son un buen medio para llegar a ser ricos, a veces “muy”, a veces “un poco” (y a veces, no se olvide, “por nada”), y la máquina global de la producción fílmica se extiende hasta los rincones más lejanos de nuestra sociedad. Son productos culturales y por ende capaces de tener cierto tipo de atracción y de influencia sobre nuestra manera de vivir en esta tierra durante un período de tiempo lamentablemente corto (unos 80 años de media), una manera de pasar este aburrimiento rutinario regalándonos sueños, mundos fantásticos (en el sentido de ficción, de algo que brota de nuestra fantasía, sea lo que sea el contexto en el cual se desarrolla la aventura).
El 2023, año en el cual escribimos, ha visto cierto tipo de producto nuevo, el flopbuster, un ser casi mitológico que a primera vista no es, nada más ni nada menos, que un simple juego lingüístico sobre un concepto que ya conocemos: el flop. Sin embargo, añadiéndole a este el concepto de blockbuster, el significado se achicaría para sentar sus bordes en el área de las grandes producciones: se diría que un flopbuster es una gran producción (hablamos de muchos millones de dólares) que no logra llegar a ser amada por el público y, en consecuencia, a ser vista bastante veces para que el resultado capitalista (la ganancia neta) resulte ser positiva. Sería, con palabras más llanas, la cuestión de si lo que yo invierto acaba volviendo duplicado (o triplicado), tanto en su vertiente singular (lo que yo, como productor, recibo), como en su vertiente más abstracta (lo que la casa productora, un Moloch sin rostro, recibe). En el primer caso es posible dar las gracias y alejarse de las escenas, mientras que en el segundo, quizás más importante, la ganancia va a ser re-invertida, para así regalarle al público nuevos productos (las grandes recaudaciones, además, sientan las bases para las pequeñas, las que podrían tener también una recaudación negativa, ya que parte de los gastos se cubrirían con las ganancias de las más afortunadas –el arte de las pequeñas producciones sí se puede hacer, gracias a los diferentes Fast and Furious).
Sin embargo, el flopbuster es una creación moderna, contemporánea, que a veces va más allá de la simple idea de flop y blockbuster. De hecho, la cuestión resulta interesante ya que no se trata de no llegar a una buena recaudación, sino que los billetes vendidos no son bastantes en relación con el coste elevado al que se ha llegado durante la producción. Cuando se habla de flopbuster, entonces, en algunos casos no se está afirmando que la ganancia sea baja, sino que, aun siendo alta, no lo es en relación con las cifras astronómicas que el filme tiene. Un análisis del producto mostraría que el problema, entonces, no siempre son los números de por sí; las butacas llenadas por los espectadores no son pocas y, efectivamente, el resultado final es bueno, pero, en el contexto de gastos totales, lo que sería un buen resultado, a veces también óptimo, se convierte en una decepción, en un fracaso del cual parece imposible salir. Si mala tempora currunt para algunos blockbusters, estos tiempos malos no son universales, sino específicos: los flopbusters son entonces también aquellas producciones que llegan a un buen número de espectadores pero que mueren bajo su misma carga.
El ejemplo de Indiana Jones V (el del dial del destino) resulta muy esclarecedor de lo que hemos dicho ser uno de los significados de flopbuster, lo cual sería un blockbuster que no tiene éxito. Si lo ponemos delante de sus predecesores resulta ser una decepción. Calculando el valor del dólar a través de los años (¿cuánto valdría hoy un dólar de 1989, por ejemplo?) se nota como los casi 400 millones de la última entrega son muy pocos, ya que las precedentes se sitúan mucho más arriba. Pero el juego no se sitúa solo aquí, sino también en el presupuesto: el budget del primer filme había sido de 20 millones (hoy en día unos 50 millones), mientras que el de la última ha sido de 300 millones. Si confrontamos todas las entregas, utilizando el valor actual del dólar, el resultado es el siguiente:
El arca perdida, presupuesto de 50 millones, recaudación de 1.320 millones.
El templo, presupuesto de 90 millones, recaudación de 970 millones.
La cruzada, presupuesto de 120 millones, recaudación de 1.000 millones.
Calaveras, presupuesto de 250 millones, recaudación de 1.000 millones.
Dial, presupuesto de 300 millones, recaudación de 400 millones.
El problema en este caso no es solo la simple disminución del público (menos personas quieren ir a ver a nuestro ya anciano Indiana Jones). El fracaso de Dial se debe también a un presupuesto demasiado alto ya que, si lo confrontamos con los otros, se nota que ha subido demasiado (y ya Calaveras había sido una gran apuesta). El flop se calcula entonces en relación con la cuestión de los costes y no solo con cuánto efectivamente ha recaudado un producto; cuatrocientos millones no son pocos dólares y hubieran sido bastantes si el presupuesto hubiera sido más bajo. La regla, en efecto, nos dice que para que la recaudación de un filme resulte positiva, esta debe ser tres veces el presupuesto inicial, y no solo de producción, obviamente, sino también de marketing: en el caso de Dial hay entonces que añadir otros cien millones, lo cual significa que la recaudación es más o menos igual que el precio de producción global.
Sin embargo, un flopbuster puede ir más allá de la idea de no recaudar el presupuesto inicial, y es lo que vemos si tenemos en consideración obras como Fast X o Misión Imposible Sentencia Mortal I. En el primer caso la recaudación ha sido de setecientos millones de dólares, mientras que en el segundo hablamos de medio billón. Son, efectivamente, resultados que de por sí parecen muy o bastante buenos. Sin embargo, en el primer caso, el presupuesto ha sido de 340 millones (a los que hay que añadir lo que al marketing pertence), y en el segundo, de 300 (aquí también sin olvidar lo del marketing). Si bien hay que hablar de flop, en realidad no nos parece estar ante un fracaso, ya que el problema es un desfase entre una cifra muy alta en lo que a las ventas de billetes se refiere y una cifra demasiado (y esto sea quizás la clave) alta si de presupuesto hablamos. La recaudación, entonces, es de por sí buena, pero no logra convertir a la película en un éxito porque, simplemente, esta ha costado demasiado. Es aquí cuando hablamos de verdadero flopbuster, o sea no solo del flop de un blockbuster, sino también de una recaudación efectivamente alta pero detrás de la que se esconde un fracaso.
De hecho, si vamos a controlar Kong de 2017 y Sentencia Mortal Parte I, podemos notar algo muy interesante. Ambos productos tienen una recaudación mundial de más o menos medio billón de dólares, lo cual significa que desde este punto de vista los resultados serían los mismos. Sin embargo, Kong se relaciona con un éxito moderado, Misión Imposible con el fracaso, y esto porque, si bien la recaudación aparentemente es igual, el coste de la primera película es de 185 millones de dólares, el de la segunda de 300. Si vamos a controlar otra producción de este tamaño (medio billón de dólares de billetes vendidos o poco más), podemos ver cómo el mismo resultado cambia radicalmente en función del presupuesto, o sea que hay que tomar un punto de vista relativo y no universal: Iron Man se había producido con 140 millones, mientras que Monster Inc. tuvo un coste final de 115 millones. Aquí sí hay que hablar de éxito rotundo.
Hay que preguntarse, entonces, qué hacer con los flopbusters. Efectivamente, en el caso de Indiana Jones y el Dial las posibilidades de que se convierta en algo positivo, si de ganancia hablamos, son muy bajas. Diferente, por supuesto, es el caso de Fast X y de Misión Imposible. Si ya no es posible pensar vender más billetes, sí es posible pensar en el streaming. Resulta así necesario evaluar la cuestión del fracaso, del éxito y de las cifras no en su vertiente global (medio billón es un número muy alto), sino en su vertiente más compleja (medio billón no es un número muy alto). El mundo del cine está lleno de flop y estos van a ser parte de su historia (sin olvidar cómo los DVDs han ido salvando a muchas obras, elevándolas a verdaderos cult después de ser un fracaso en las salas, como Fight Club). Sin embargo, no puede ser esta la idea principal de quienes deciden invertir dinero: no se puede apostar con la idea de que, si todo sale mal, el futuro podría ofrecernos otro tipo de éxito. Hay que recaudar ahora, en este momento. Y los flopbuster, estas criaturas modernas (que ya, de todas formas, habían existido en un estado embrionario en nuestro pasado), solo tienen dos posibilidades: desaparecer totalmente o convertirse en parte integrante de la manera de hacer cine (algo que, por supuesto, ninguna casa cinematográfica quiere).