Críticas
La salvaje y azul lejanía
Flow, un mundo que salvar
Straume. Gints Zilbalodis. Letonia, Francia, Bélgica, 2024.
Flow es un largometraje de animación independiente realizado por Gints Zilbalodis, quien proviene de un país del que conocemos poco y nada sobre su cinematografía. Letonia presenta una pequeña tradición ligada al cine de animación desde finales de la década del 60 y que se incrementó notablemente a partir de los 90, cuando el país se independizó tras la caída del régimen soviético al que se encontraba anexado. Entre los antecedentes del realizador se encuentran varios cortometrajes de animación: Aqua (2012) -precursor directo de su más reciente estreno-, Priorities (2014), Followers (2014) e Inaudible (2015). También cuenta con un largometraje previo, Away (2019). En sus trabajos iniciales se valió de técnicas de animación mucho más rudimentarias, tendientes a un estilo abstracto y expresionista, para ir definiendo luego una estética más figurativa e impresionista. A medida que uno avanza en la revisión de estos trabajos iniciales (todos disponibles en YouTube), advierte una tendencia narrativa vinculada al aislamiento o la soledad de sus personajes, a veces como consecuencia de contingencias climáticas (el gato solitario y el ave que lo acompaña en Aqua, el aviador náufrago en una isla junto a su perro en Priorities), y en otras por cuestiones de marginación social (los prófugos de Followers, el músico sordo de Inaudible). El propio autor afirma que este aspecto de aislamiento de sus personajes dialogaba con lo solitario de su propio proceso creativo, y que sería recién con Flow cuando se integraría a un esfuerzo de trabajo en equipo. Algo de ese salto de lo individual hacia lo colectivo se vuelca directamente sobre la experiencia que atravesará el personaje protagónico de esta película.
Lo particular de Flow, viniendo de un género que se caracterizó históricamente por «humanizar» o desarrollar una mímica animal de la conducta humana, es que decide prescindir por completo de la presencia del hombre y plantear un escenario catastrófico donde los animales quedan a merced de las contingencias de un planeta que nos ofreció demasiado tiempo de estadía en buenos términos. La película nos hunde literalmente como especie y solo deja a flote un ecosistema donde los animales deben someterse a las inclemencias de fuerzas naturales que desafían por completo sus capacidades de adaptación y supervivencia.
Los animales que emprenden esta travesía de reminiscencias bíblicas, donde el Arca de Noé aparece como una referencia inevitable, no se caracterizan por ser especies tradicionalmente perseguidas por el hombre. El protagonista de este relato es un gato con todas las características de haberse tratado de un animal doméstico. La presencia de una casa cercana en un bosque con esculturas de felinos talladas en madera parece indicar que el gato tenía un dueño, o al menos un sitio que solía frecuentar y donde podía sentirse seguro. La escena que anticipa todo el desastre posterior, la de la inundación de la casa, funciona de manera muy contundente y nos golpea directo en las emociones. El gato protagonista se ve forzado a abandonar lo seguro y conocido ante la inminencia del desastre, huyendo nada menos que de aquello que pudo constituir su hogar, para ingresar a un mundo que a partir de ahora será completamente hostil. Una serie de circunstancias que no vamos a mencionar ponen al solitario animal a bordo de una pequeña embarcación donde se sumarán unos inesperados compañeros de ruta: un capibara holgazán, un perro labrador muy amigable y un lémur bastante obsesivo. A ellos se unirá una imponente ave que representará lo más cercano a una líder de grupo y que, sin lugar a dudas, es el personaje más importante de la película después del gato protagonista. A partir de ese momento, el relato nos entregará secuencias que alternan entre serios peligros y amenazas para la vida de nuestros personajes, con otras que ofrecen momentos de serenidad y quietud, donde se pueden apreciar la belleza y el esplendor de un mundo ya liberado de la soberanía del hombre y regido únicamente por el impulso de vida y la camaradería (y también por ciertos egoísmos) de la fauna animal. La decisión de privar a esta película de diálogos es un enorme acierto, ya que convierte a la experiencia en algo profundamente inmersivo y nos permite establecer una mayor empatía con las vivencias de animales que se comportan como tales (acá ninguna criatura baila, canta o busca recibirse de comediante).
Hay cierta apuesta de los realizadores por reproducir un mundo reconocible, diverso y variado en su arquitectura y paisajes, como si con el desastre se hubieran disipado también las fronteras, y donde el entorno natural, la geografía y biodiversidad, parecen haberse concentrado en apenas unos kilómetros de extensión de agua. Y hay también un par de escenas extraordinarias que quiebran ese naturalismo predominante, acercando la película hacia un cierto realismo mágico, y que exponen a nuestros personajes a misterios de orden trascendental que bordean lo místico. Como toda película bien orientada y convencida de su rumbo, los cambios de dirección y registro narrativo no desentonan, sino más bien expanden sus posibilidades expresivas hasta alcanzar niveles de grandeza cinematográfica. A los pocos minutos de iniciada la película, en un momento extenuante de enorme peligro para el gato protagonista, irrumpe una presencia magnífica, de esas que nos convencen de estar ante una gran narración. Que los designios de la naturaleza que pudieran tocarle en suerte a nuestros personajes nos dejen en plena deriva emocional en apenas 85 minutos es otro de los grandes logros de la película, que no pretende hacer concesiones ni tampoco excederse en crueldad con las vicisitudes de un mundo asistiendo a su destrucción y, probablemente, a su propia refundación. El motivo recurrente del relato (el gato observando su propio reflejo en un charco de agua) es elocuente en su intento de representar un posible conflicto interno en seres de los que desconocemos sus procesos emocionales y a los que atribuimos meramente un instinto de supervivencia y cierta capacidad de afecto. Esta película nos permite inferir, aunque lo haga desde un plano de representación ficcional, que estos seres extraordinarios pueden llegar a alcanzar niveles profundos de empatía, e incluso algún gesto de sacrificio o entrega por sus semejantes. Hay algo en el impulso de vida de estos personajes que parece desentrañar parte del misterio de la condición animal.
La animación desarrollada por el reducido equipo de Zilbalodis tiene un aspecto artesanal y pictórico muy logrado que no se aleja de los estándares de perfección técnica de los grandes estudios, logrando al mismo tiempo que la película imponga su propio estilo y personalidad. La primera fase de producción (diseño y modelado) fue trabajada íntegramente en Blender, un software de animación 3D gratuito y de código abierto, para completar y añadir el movimiento real en distintos estudios de Francia y Bélgica. Que los realizadores hayan recurrido a la captura y registro sonoros de animales reales en los que están basados los personajes habla del grado de rigurosidad con el que esta obra fue concebida, con un apego casi documental en la representación de cada uno de ellos. El trabajo de cámara es tan meritorio como el de diseño, y refuerza de manera magistral el sentido de riesgo y aventura del relato entero, muy bien complementado por una banda de sonido que emerge con discreción y solo en los momentos necesarios. El presupuesto total de la película se estima en 3,5 millones de euros, una cifra irrisoria comparada a la de los largos de animación de grandes compañías como Pixar o Dreamworks. Todo esto podría resultar anecdótico, pero hay algo en lo pequeño de este emprendimiento artístico que convierte a la película en un triunfo inmenso dados los resultados obtenidos. Que el propio director esté compartiendo hoy en sus cuentas personales de redes sociales tantos detalles de cómo trabajó y desarrolló ciertos procesos de la animación en su computadora personal convierte a la película en algo a lo uno puede aproximarse con una intimidad poco frecuente, como si hubiera sido realizada por un amigo que quiere revelarnos sus esfuerzos.
Flow es una experiencia emocional por momentos demoledora, pero que excede su condición de fábula para habilitar interpretaciones mucho más complejas. Es probable que le brinden un reconocimiento internacional enorme en materia de premios, pero es por sobre todas las cosas una de esas experiencias cinematográficas que dejan huella en los espectadores, de esas obras que expanden las posibilidades de la animación y revelan nuevos caminos de expresión artística. Es probable que estemos en presencia de un antes y un después dentro del género, por muy grandilocuente que esto pueda sonar. Y como toda gran obra que plantea la proximidad de la noche de los tiempos, Flow nos conmociona dejando cuestiones abiertas para que el relato resuene por mucho más tiempo en nuestra memoria. El movimiento de estos animales es una manifestación del impulso de vida irrefenable que nos acompaña y empuja, a veces agobiados por el miedo, otras por la incertidumbre, a seguir adelante cuando el agua (o el factor de amenaza que sea) está cerca de sobrepasarnos el cuello.
Ficha técnica:
Flow, un mundo que salvar (Straume), Letonia, Francia, Bélgica, 2024.Dirección: Gints Zilbalodis
Duración: 85 minutos
Guion: Gints Zilbalodis y Matiss Kaza
Producción: Dream Well Studio y Sacrebleu Productions
Música: Gints Zilbalodis y Rihards Zaļupe
Reparto: Animación