Investigamos 

Fragmentos imborrables

La Loba, Mullholland Drive y El club

La loba

El cine de cada crítico obedece a criterios disímiles, tan personales como formales, por ello entre la imaginería cinematográfica que se nos antoja más impactante o memorable coexisten cientos de escenas. En anteriores artículos ya hemos celebrado ejemplos de impecable realización técnica o estética dirigidos por Kim Ki-duk, Tarkovski, Antonioni, Bergman, Ozu, Wenders y muchos otros. Hoy estas escenas, aunque ayer dije otras. Pero hoy estas son.  La loba (Little Foxes, 1941) de William Wilder. Una mujer intensa baja las escaleras; cuando faltaba más de un siglo para que se hablase del empoderamiento femenino, Bette Davis era un modelo de poder exultante en el cine. El plano contrapicado, la luz, la fotografía del gran Gregg Toland, la parsimonia sinuosa de Davis, casi de animal al acecho, su mirada encarnando la intensidad interpretativa más absoluta. Magia inefable la secuencia entera: puro cine, el descenso en la escalera, cuando se asoma a ella, cuando impasible desasiste, mirando de soslayo, la agonía del esposo. Similar en este orden Gloria Swanson en Sunset Boulevard (1950), otra escalera magistral, o Cate Blanchett en Carol (2015), arte en movimiento y mirada.

 

El club

Otra escena: brutal en su revelación, por su valor social, por la fuerza de su guion, se produce en la chilena El club (2015) de Pablo Larraín. Unos sacerdotes viven apartados bajo supervisión de una monja. Todo resulta difuso, no sabemos qué hacen ahí, pero cuando un atormentado hombre comienza a gritarles desde fuera de la casa sabemos quiénes y por qué están allí. Son pederastas que abusaron de menores, por eso se esconden. «¿Es ese uno de tus niñitos?» Pregunta un cura a otro. Fuera, el niño violado, abusado, ya adulto alcoholizado, trastornado, les recuerda a gritos con crudos detalles los abusos que le practicaron. Los curas lo escuchan desde dentro sobrecogidos por si los descubren. Imborrable escena.

 

Mulholland Drive

Finalmente, arte onírico y envolvente, el del mejor David Lynch. Mulholland Drive (2001), una película que muestra el sueño reparador de una mujer enfrentado con la cruda realidad que trata de superar. Hay aquí una escena mágica fluyente: son estas dos mujeres complementarias que acompasan la gran obra en una constante. Ellas mantienen el pulso hipnótico que envuelve al espectador, a una Naomi Wats no muy reconocida Lynch le ofreció el papel tras una conversación; a la aún menos conocida Laura Harring solo por una foto. Éxito; el film confronta los dos modelos femeninos más históricamente representados: la femme fatale y la dulce risueña; la diosa voluptuosa (no es casual el póster de Gilda 1946) y la mujer-niña que encarna la inocencia arrebatada. Ambas -su interacción- son la esencia, su magnetismo estando juntas en casi cada plano genera una química fílmica excepcional.

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