Críticas
Poética del vacío
Gerry
Gus Van Sant. EUA, 2002.
El indomable Will Hunting (1997) trajo para Gus Van Sant el reconocimiento norteamericano al conseguir siete nominaciones de las que obtuvo dos Oscars: al mejor guión y mejor actor secundario.
Esta aceptación por parte de la industria permitió que Gus Van Sant se diera el capricho de filmar un año después Pyscho, filmando exactamente igual Psicosis de Alfred Hitchcock (1960) con la diferencia del uso del color.
En el 2000, dos años después, Descubriendo a Forrester evidenció que Gus Van Sant, trabajando con normalidad en los cauces habituales de la industria, entraba en un peligroso cul-de-sac, ya que volvía a reincidir en las constantes temáticas de El indomable Will Hunting con ligeras variaciones y un cambio de escenario.
Frente a ese aparente agotamiento creativo que parecía traslucir la película más mediocre de toda su filmografía, era necesario optar por medidas drásticas. Empezar de nuevo para soñarlo todo otra vez. Esa parece ser la premisa de una película decididamente experimental, en la que se produce un vaciado narrativo, en una búsqueda de nuevos caminos expresivos. Se emprende una travesía por un desierto para trazar un sendero con un aparente sentido ontológico. Mientras que nuestros Gerrys deambulan por el desierto de Death Valley parece haber en ese tránsito errático y extraño una afanosa búsqueda paralela de Gus Van Sant por tratar de conseguir el santo grial: la esencia pura del cine.
Despojémonos de todas las alforjas posibles y reduzcamos al mínimo las cargas hasta llegar a los huesos del esqueleto fílmico. Vaciemos de contenido (narrativo) el celuloide y centremos nuestros esfuerzos en una puesta escena que se sirve del paraje desértico y salvaje como metáfora del registro de lo primigenio: la sensación experiencial.
Gus Van Sant mediante las disposiciones plásticas del arte y su capacidad de sublimación quiere aludir a la expresión por la vía de la abstracción. Las palabras, ruido molesto, vacuo, inerte, significante sin significado en el que tanto da que los dos Gerrys hablen de un programa de televisión como de un videojuego. Todas son, en suma, artificio y simulacro. Este encontronazo con la naturaleza y esa pérdida en la entrañas del Valle de la Muerte llevará consigo su destino final en las montañas de sal. Allí se realizará la última parada cuando el hombre dialoga consigo mismo: la violencia, la aniquilación del prójimo. Caín y Abel, el fuerte y el débil. ¿Dónde queda la racionalidad cuando el hombre es despojado de su orden y colchón social?
La desorientación, la pérdida del norte en un angosto y cada vez más árido desierto, lleva consigo el menoscabo del juicio, donde la vida del prójimo ya no tiene ningún valor y donde el instinto abocado a la destrucción ya no tiene sentido.
Es un cine completamente abierto y conceptual. Tan abierto como los planos panorámicos en continuos travellings que empequeñecen al hombre en lo inhóspito de la geografía sin civilizar.
El inicio del film avisa al espectador despistado. Una larga secuencia muda de más de seis minutos sigue a un mercedes marrón viejo y sucio por una carretera. En él van los dos Gerrys y, ante la ausencia del sonido diegético, una melodía melancólica y cadenciosa nos acompaña en ese seguimiento. Se trata de la pieza Spiegel Im Spiegel del compositor armenio minimalista Arvo Pärt. Lo mínimo, la cavidad, la contemplación y la configuración de un espacio sensorial y antinarrativo.
Cuando llegan, todavía los vemos rodeados de vegetación verde. Están de buen humor y aunque no interaccionan mucho parecen disfrutar del momento. Pasean sin rumbo fijo, buscando un camino adecuado hasta que se pierden. La noche se acerca. En ese instante inicial de pérdida, Gus Van Sant nos corta el seguimiento de los Gerrys para filmar un paisaje lírico y a la vez inquietante. Los picos de las montañas progresivamente cubiertos por una densa bruma de nubes. Primer presagio.
Al día siguiente, perdida ya la vegetación y ganando aridez, los Gerrys deciden separarse para que la presencia de la figura humana pierda protagonismo frente al paisaje que los devora. La situación de la roca en la que uno de ellos (Casey Affleck) actúa como un gato subido a un árbol ya nos delimita cual de los dos será el frágil.
Y los caprichos de la memoria hacen que, en la evocación de este film, me venga al recuerdo la imagen sostenida del trote de los dos Gerrys en los que en un travelling lateral la cámara se engancha a ellos teniendo sus caras en primer plano. Gus Van Sant en su boceto expeditivo juega aquí con el sonido del galope para establecer una secuencia sumamente rítmica y casi despojada de valor semántico. Si hemos llegado a este punto sin que nuestro nivel de atención no haya decaído, podremos degustar esta expresividad sonora del desaliento en el que se van sumiendo cuando no encuentran el agua ni, mucho menos, la manera de salir de allí.
Desde el efecto comunicativo del sonido diegético al uso en este caso de la música mediante la composición Fur Alina del mismo Arvo Pärt revelan el desaliento de los Gerrys cuando ya han transcurrido dos días.
Ya por último, el desenlace se desarrolla en el tercer y último día de funambulismo en el desierto. Para ello, Gus Van Sant se sirve del escenario de las montañas de sal para estilizar y conceptualizar la conclusión.
Con la complicidad y entrega de sus actores como co-responsables del film en su contribución al guión y al montaje, Gus Van Sant pone a prueba todas las posibilidades fónicas, visuales y estéticas que permiten crear una poética lírica e hipnótica desde el vacío. Un bosquejo por nuevas vías formales que servirán como punto de partida para seguir ahondando en ellas a través de Elephant (2003), Last days (2005) y Paranoid Park (2007).
Ficha técnica:
Gerry , EUA, 2002.Dirección: Gus Van Sant
Guion: Casey Affleck, Mat Damon y Gus Van Sant
Producción: Jay Hernández y Dany Wolf
Fotografía: Harris Savides
Reparto: Casey Affleck y Matt Damon