Críticas
La lucha laboral es de los de siempre
Gloria Mundi
Robert Guédigian. Francia, 2019.
Un realizador con el rango y los galones de autor que no falta a la cita de la pantalla grande cada dos años aproximadamente es el prestigioso director francés, Robert Guédiguian, responsable de una filmografía amplia visibilizada, por regla general, por su solidaria tropa de intérpretes que conforman un sólido bloque de afecto familiar. Un cineasta admirado y respetado. Sus títulos se exhiben en las secciones a concurso de los diversos certámenes internacionales . Las producciones que rueda generan expectativas y atraen a sus incondicionales que esperan sus nuevas propuestas para averiguar en qué situación o conflicto ubica a sus personajes. Seres que salvo honrosas excepciones se mueven y subsisten en los barrios periféricos de Marsella, cercanos al puerto, un escenario que el espectador asiduo a su cine conoce, gracias a los argumentos que elabora Guédiguian. En esta zona, barrios y calles, el marsellés inserta a su crispado proletariado. Esa capa social que ha perdido, con el correr de los tiempos y la brecha salarial abierta con el estrato confortable de los pudientes, la denominación de clase media trabajadora. Razón por la cual sus películas muestran una beligerancia barnizada por las contradicciones y quizás despistes de la izquierda, ahora mismo bajo el amparo de idealistas que todavía no han perdido la fe en su ideario, aunque esté abducido por el sistema capitalista. El hecho, como norma de estilo, de emplear al mismo grupo de actores y actrices ha posibilitado el desarrollo de una lectura cuando menos intensa, poniendo voz a sus teorías a través de sus veteranas criaturas, a quienes les pesa la edad, pero se mantienen juntos pese a las dentelladas del poder económico, el desmantelamiento de la conciencia obrera y la descomposición de las viejas guardias.
Desde los años de estreno de Ki lo sa? (Francia, 1985) y más tarde dos emblemáticas y poderosas piezas, engranaje de estilo y temática, como Marius y Jeannette (Francia, 1997) y Mario-Jo y sus dos amores (Francia, 2002), Robert Guédiguian se convierte en un realizador con una frescura de argumentos, diálogos afilados y un cariñoso retrato por los personajes normales y corrientes, obreros a ras de suelo, se gana al público, y sus filmes son objeto de debate y sutil controversia. Ha nacido un observador de la calle y sus historias exhalan autenticidad y tacto. Hablan de asuntos sencillos, problemas palpables y sentimientos creíbles. Su estatus le ha permitido abordar asuntos más espinosos, de vena política e histórica, pero la huella la ha mantenido en los relatos cercanos, los de su gente. Aunque con irregularidades, como el largometraje que comento. Un himno que suena descafeinado y, por una vez, trillado.
De pequeña decepción puedo tachar el ultimo trabajo del realizador francés, Robert Guédiguian. Gloria Mundi (Francia, 2019), que se pasó en el festival de Venecia, abunda en las constantes temáticas sociales del inquieto y combativo cineasta galo. Pero observo también debilidad creativa y crisis argumental de su nueva propuesta. En esta ocasión, el retrato generacional que hace del contraste entre adultos y jóvenes se moderniza, pero sucumbe ante un discurso más obvio y sin la fuerza que caracterizaba a sus mejores y comprometidas obras. Su tenaz compromiso se mantiene, pero la ilustración queda amortiguada. Quizás el cansancio, agotamiento, falta de ideas o de estímulos suficientes para seguir mirando con actitud crítica, desde su querida Marsella, los vaivenes ideológicos y laborales que experimenta toda sociedad. Continúan los pobres, a la vez que brotan ricos de nuevo cuño.
En su cine y en su tesis sigue prevaleciendo, pese al decaimiento de los valores y principios de su séquito de personajes, el manifiesto solidario y leal compromiso con los obreros, aunque algunos se dejen arrastrar por sindicatos de dudosa lucha o cantos de sirena. Esos trabajadores, en permanente precariedad en el empleo, que se arrogan solventar la crisis, peleando en jornadas laborales maratonianas y bajo el yugo de la explotación. Una visión amarga, en la que todavía se atisba una actitud de compañerismo por ayudar y ser humano con quien puede necesitar un trato respetuoso y digno.
Sin embargo, Guédigian, se muestra caústico y mordaz, aunque desde el trazo más evidente, hacia el empoderamiento económico de insignificantes emprendedores sin conciencia moral, que partiendo de la nada construyen un pequeño imperio mercantil en zonas habitadas por gentes en riesgo de exclusión social, aprovechándose de sus necesidades básicas.
El escrutinio del panorama de Robert Guédigian continua alumbrando una situación global desencantada y materialista, pero esta vez el fondo de su propuesta me parece menos sutil, menos trabajada y más elemental. Una reflexión, conducida con el austero estilo sentimental, que viene a decir que son los de siempre los que tiran del carro, los sufridores para llegar a fin de mes, la vieja guardia. Los que están ahí para arrimar el hombro y cooperar con el más débil o el que necesita un empujón. Los veteranos se muestran inasequibles al desaliento y se nota su talante, su visión pesimista, pero nunca derrotista. En cambio, los jóvenes viven y experimentan situaciones contrapuestas, piden ayuda y exhiben señales de inestabilidad y frustración.
Mientras unos triunfan, hacen dinero, se permiten frivolidades, se adaptan a las costumbres y rutinas de lo que significa tener una economía solvente y exhiben comportamientos facinerosos, existen otros, una comunidad heterogénea abundante, que están inmersos en el trabajo basura y su esperanza de progresión es nula. Guédigian hace mención al reciente conflicto y tensión existente entre taxistas y conductores con vehículo propio (Uber) que genera odio y violencia. Tampoco podía faltar el tema de la inmigración y el desafecto y xenofobia latente en los jóvenes, que miran con desagrado y desprecio a una población, a los que tratan como a una manada, que lleva años instalada en Marsella, y a la que empiezan a aborrecer con más inquina por asociarla a las infecciones y transmisora de enfermedades. La nueva xenofobia no duda en gritar el lema “Francia para los franceses”.
Una serie de cuestiones y temas que se desprenden de la última película del autor de La casa junto al mar (Francia, 2017), en la que mezcla puntos de vista dispares, sensatos, en los personajes de cierta edad, y engreídos y fanfarrones en la nueva hornada. El mensaje da la impresión de que está algo manoseado y que carece de la frescura y mirada afilada de otros trabajos suyos y todo queda en manos del futuro, ejemplificado en una nueva criatura, la recién nacida Gloria, a la que alude el título de la película.
Tráiler de la película:
Ficha técnica:
Gloria Mundi , Francia, 2019.Dirección: Robert Guédigian
Duración: 107' minutos
Guion: Robert Guédigian y Serge Valletti
Producción: Agat Films. Distribuida por MK2 Films
Fotografía: Pierre Milon
Música: Michel Petrossian
Reparto: Gérard Meylan, Robinson Stévenin, Anaïs Demoustier, Jean-Pierre Darroussin, Lola Naymark, Grégoire Leprince-Ringuet, Angelica Sarre, Ariane Ascaride,